Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 5 de febrero de 2014

Amor puro

Amor puro

—¿De modo que ahora dejaré de verte?—preguntó—. ¿Te marcharás lejos de mí? 
—Quizá de vez en cuando—respondí—, pero nunca durante mucho tiempo. Velaré por ti, Rowan. Puedes contar con ello. Y llegará una noche en que podremos compartir la sangre. Te lo prometo. Te entregaré el don oscuro.


Me puse en pie. Tomé su mano y la ayudé a levantarse.

—Debo irme, amor mío. La luz es mi enemigo mortal. Ojalá pudiera contemplar contigo el amanecer. Pero no puedo.

La abracé súbita y violentamente, besándola con inusitada voracidad.
—Te amo, Rowan Mayfair—dije—. Soy tuyo. Siempre seré tuyo. Nunca estaré muy lejos.

—Adiós, amor mío—murmuró Rowan. Una leve sonrisa animó su rostro—. ¿Me quieres de veras?—musitó.
—Con todo mi corazón—respondí.


Recordar estas líneas que yo mismo escribí, con mi puño y letra, me hace recordar que los límites de Blackwood Farm fueron durante un tiempo los límites de mi alma. Me sobrecogía la sola idea de verla envejecer pues no estaba preparada ¿o quizás era yo quien no estaba aún acostumbrado a amar de esa forma? Un amor tan puro podía desintegrar cualquier creencia y humildemente estaba desencantado con el mundo, pero ella hizo que todo se convirtiera en algo más intenso y profundo. Supongo que quería meditar mis motivos y aceptar mis errores.

Los siguientes años fueron trágicos. Vivía con David y Louis. Ambos parecían haber cambiado radicalmente desde que Merrick falleció. Louis parecía más oscuro, frío y terco que nunca. Ya la soledad no le daba ese encanto que tanto maldecía, sino que era un cínico y un mentiroso letal. Meditaba sus actos como antes, pero ya no era un ser tan reflexivo sino más bien un imbécil que subyugaba a todos con su belleza y poder. David, en cambio, estuvo meses intentando aceptar la muerte de la mujer que había amado. Aún creo que se repone. Supongo que la eternidad te muestra el camino hacia una existencia con sinsabores mucho más intensos que cuando estás vivo. Él ya los conoce bien y ahora los degusta despacio, meditando sobre sus años en Oak Heaven y como director de la organización de detectives de lo sobrenatural llamada “Talamasca”. Pero ese no es el asunto que nos ocupa. El asunto que nos centra en la historia es mi promesa.

Había conocido los secretos de una familia que dominaba gran parte de los negocios y las finanzas en la ciudad. Mi hermosa New Orleans rendían tributo a los Mayfair desde que llegaron invadiéndolo todo con su encantador discurso de poder, su elegancia y sobre todo con la belleza de todos y cada uno de sus miembros. Julien Mayfair seguía apareciéndose, aunque de forma menos intensa, y era Stella quien reía como loca a veces cuando encendía mi equipo de música. Me acostumbré a ellos como me acostumbré a los dolorosos recuerdos de Rowan.

Rowan me había mostrado un lado que yo desconocía. Abrió la caja de los truenos dispuesta a romperme el corazón dejándome allí, deseando ver aquel amanecer a su lado y porque yo se lo pedí. Pude contemplar a la mujer que amaba durante algunos años. A veces la visitaba si importarme nada en absoluto. Su esposo se encontraba dentro de la mansión, observando furioso mi entrada triunfal. El amor de ambos se había disipado y quedaba en ella un cariño, respeto y comprensión hacia Micahel Curry.

Dejen que les diga que no tengo nada en contra de Michael. Incluso admiro a ese hombre. Él logró sacar la belleza escondida de aquella mansión y la restauró antes que se consumiera en el olvido. Un hombre cuyas manos pueden ser consideradas la de un dios por su bondad y milagros con la madera. No puedo decir nada malo de él. Cuidó a Mona durante los años que estuvo postrada en una cama, amó a Rowan con todo su corazón y permitió que el misterio de los Taltos fuera desvelado en medio de una tormenta de dolor que casi le hizo sucumbir. No. No puedo odiar a un hombre cuyos rasgos me recuerdan a los de mi hermanito, aunque mucho más varoniles y robustos. Imposible. No puedo. He intentado hacerlo pero no he podido. Soy nulo para odiar. Ni siquiera odio a todos aquellos que se quejan insufriblemente todavía por mi ida y venida de los infiernos. Aún así, creo que él sí ha llegado a odiarme. Supongo que es algo que no se puede controlar. Él tiene motivos, pero no yo.

Durante algunos años estuve visitándola con asiduidad. Una o dos veces al mes, a veces incluso algo más. No quería importunar ni romper su calma. Ella era importante para mí, pero sabía que Mayfair Medics era tanto o más importante que yo. Su trabajo siempre la había apasionado, incluso antes de conocer su verdadero poder. Solía enviar ramos de flores diversas, a veces tan sólo rosas, para que ella supiera que la extrañaba y que vigilaba de cerca sus progresos, sus interesantes investigaciones y su felicidad.

—Otra vez vienes de ver a esa bruja—me había dicho cierta noche Louis.

—No la llames así—respondí indignado.

—Es lo que es—dijo sin mover ni un músculo. Su libro de Kafka ocultaba parte de su rostro, hasta sus cejas perfectamente delineadas, mientras sus cabellos negros y ondulados caían en libres cascadas sobre sus hombros rozando su chaleco y camisa.

—Tú lo haces con tono despectivo—mis ojos brillaban llenos de ira.

—¿Has visto a tu joven amigo? Ese muchacho que vive en el pantano rodeado de caimanes—preguntó David reclinado sobre el bureau plat que usaba como escritorio.

Antes de proseguir dejen que les hable de ese mueble. Amaba ese mueble. Era una mesa rectangular que servía como escritorio y a su vez era un elemento decorativo en sí. Tenía una marquetería impresionante y poseía acabados en bronce y sobredorados en patas, cajones y perfiles. ¡Ah! ¡Qué maravilla! Me costó casi un año hallar con uno en tan buen estado. David, Louis y yo mismo disfrutábamos de aquella joya.

—Hoy no—dije con una leve sonrisa de enamorado.

—Fue a ver a esa imbécil. Seguro que la contempló tras el vidrio y susurrándole poemas de amor que ni siquiera sabe apreciar—aquello me hervía la sangre y en ocasiones me hacía desear haberlo dejado carbonizado—. Olvídalo. Sólo haces el ridículo.

—¡Tú si que eres ridículo!—grité.

Aquella noche Louis y yo discutimos. El bureau salió ardiendo, junto a importantes documentos de David, y los tres decidimos que era el momento de abandonar la convivencia. Louis se alejó de mí precipitadamente, sin echar la vista atrás y juró que no volvería a dirigirme la palabra. David decidió recoger sus cosas mientras me echaba largos vistazos. Sabía que no me odiaba ya aunque admito que también tenía conocimiento de su negativa a ver como me destruía por un amor que no sabía soportar, que quería a su vez y que podía ser una llama en medio de la oscuridad que quemara mi alma.

—Amas a una Mayfair—dijo claro y tajante—. Las Mayfair pueden amarte y desearte. Una Mayfair puede llevarte al culmen de la felicidad. Sin embargo, también te recuerdo que salvo sonadas excepciones, como la de Beatrice Mayfair, las mujeres Mayfair se casan con hombres Mayfair. No hay más.

—¿Por qué eres así?—pregunté molesto.

—Intento que los pájaros que tienes se vayan rápido—explicó.

Después de aquello quedé solo. La casa se hacía cada vez más insufrible. Me dolía decir que extrañaba a Louis y sus palabras de odio arremetiéndose contra mí, hundiéndome y avivándome a la vez. Quería llorar y lo hice. Las siguientes noches las pasé llorando junto a los restos de bureau. Al tercer día, cuando me sentí menos dolido, decidí tomar un baño e intentar hundir en la bañera todos mis pensamientos. Deseaba que se ahogaran, pero acabaron flotando.

Encerrado en aquel baño rodeado de espejos, grifos de oro y losas de mármol recordé todas mis vivencias. Intenté pensar si amé tanto a Louis como lo hacía con Rowan y finalmente llegué a la conclusión que eran dos amores distintos. A Louis lo amé de forma egoísta, pero con Rowan no pude serlo.

—Lestat, mon fils—escuché girándome hacia el fondo del pasillo.

Allí estaba él con su traje blanco perfecto, sus cabellos canos y su sonrisa burlona que a veces se asemejaba a la de un gato. Sus ojos eran profundos, a pesar de ser claros. Era rematadamente atractivo aunque se apareciera con unos setenta años. Podía haber elegido cualquier momento de su vida, pero él rondaba siempre los sesenta o setenta años. Tal vez porque era el momento vital en el cual tuvo más poder y quizás también felicidad.

—No estoy de humor para soportarte—dije alto y claro.

—Tú nunca estás de humor para mis visitas—comentó caminando hacia el baño mientras yo echaba la cabeza hacia atrás en el borde.

Sus pasos se podían escuchar por las losas de mármol blanco. Creo que era una representación demasiado viva. No sabía aún porque seguía buscándome y atormentándome. Comprendía que estuviera disgustado porque Mona no se fue con él, pero debía comprender que de haber estado en su lugar él también me hubiese pedido estar vivo, joven y fuerte para siempre.

—Abandona tu desdicha—susurró tomando asiento en la silla que siempre tenía en el baño.

Siempre he tenido una silla en ese baño. Tal vez porque carece de percheros suficientes para dejar mis prendas limpias. No lo sé. No es algo que tenga porque destacar demasiado.

—Prometí que la visitaría y vigilaría—dije dejando que mis rizos cayeran sobre mi frente al intentar incorporarme para verlo.

—Tus extrañas y estrafalarias visitas sólo provocan que la deses aún más—comentó cruzándose de piernas de forma elegante y masculina. Sus ojos eran un desafío.

A veces no soportaba verlo por la sola idea de saber que era sólo humo. No podía palparlo ni sentir sus manos. Sin embargo era real. Para mí al menos era tan real como el agua que calentaba mi frío cuerpo y la punzada de sed que sentía recorriendo de pies a cabeza.

—No quiero que crea que le he mentido—dije haciendo una breve pausa mientras intentaba no romper a llorar—. Realmente la amo—mi voz se quebró en esa frase y mis lágrimas volvieron a bailotear por mis mejillas hasta mi garganta.

—Pero ella no te ama a ti—comentó con un tono indiferente.

—¿Por qué dices eso?—pregunté girándome del todo hacia él.

—Sigue en First Street porque la nueva heredera así lo ha decidido y porque ella ha aceptado. Está vinculada a la familia y a su esposo. Deja de atormentarla y atormentarte a ti mismo—cuando uno es inmortal cree que nada le hace daño, pero esas palabras fueron como profundos cortes en mi cuerpo—. Mon fils, la vida para ti es larga pero para ella es corta. Permite que viva tranquila sin tu presencia.

—¿Me estás llamando incordio?—no me asombré en absoluto por sus palabras, pero sí por la forma en la cual se desenvolvía con aquel encanto—. ¡Demonios! ¡Tú me estás llamando incordio!—vociferé escuchando entonces cierta reverberación. Él sonrió ante el fenómeno y jugueteó con sus dedos sobre sus piernas. Tenía un toque reflexivo, pero sin duda se estaba divirtiendo de lo lindo.

—Es una forma rápida de definir lo que eres—dijo encogiéndose de hombros.

—¡Eres tú quien se presenta sin ser invitado!—grité furioso.

—Admite que le doy un toque encantador a tus noches—su sonrisa se ensanchó haciéndome enojar todavía más.

—¡Eres insufrible! ¡Vete de aquí! ¡Vete con el demonio!—dije agitando los puños en vano, pues sólo se burlaba y disfrutaba viéndome de esa forma.

—¿Desde cuando un aspirante a santo blasfema de ese modo?—preguntó levantándose de la silla para pasear con elegancia por el baño.

—¡Olvídame!—no podía contener mi ira. Era imposible de contener.

—Olvídate de Rowan—susurró sosegado—. Permite que sea feliz a su modo.

—¿Feliz?—murmuré frunciendo mis cejas mientras me aferraba al borde de la bañera.

—Dices amar de forma pura—hizo un dramático silencio acercándose hasta donde me encontraba, justo al borde, y se inclinó para que viera bien su rostro con aquellas arrugas producto de su expresividad. ¡Ah! Hubiese deseado que fuese horrible y grotesco para no tener en cuenta sus palabras. Pero era profundamente atractivo y su presencia a veces era aceptable—. Entonces, permite que sea feliz—se incorporó acomodando el pañuelo de su ojal y empezó a disiparse su imagen—Deja de buscarla, Lestat.

Cuando se fue quedé en silencio acompañado nada más por las suaves luces del baño, con el espejo empañado, la ventana abierta hacia la ciudad que se hallaba en primavera y con aquella espuma que habían hecho las sales de baño. Olía a magnolias, jazmín y rosas. Podía sentir el Jardín Salvaje llamándome para otra aventura fuera de New Orleans. Tenía que marcharme y dejar todo atrás para reencontrarme y quizás olvidarme que existía una mujer que me había secuestrado el corazón.

Pasadas unas noches me encontraba en New York persiguiendo algunos delincuentes y hundiéndome en los suburbios. Después estuve en distintos países que aún no había visitado. Me dejé extasiar por los grandes museos, leí sobre avances científicos y vi la televisión en más de diez idiomas distintos. Los libros fueron buenos compañeros de viaje cuando decidía usar el transporte público para comprender el motivo de las quejas más mundanas. Y tras dos años regresé a New Orleans.

Nada había cambiado. Era como si ni siquiera hubiese ocurrido mi partida. Mi vivienda seguía igual aunque con alguien más. Louis había regresado y decidí que volver a ser compañeros no era tan insoportable. David me había estado mandando correo desde Londres. Decidió estar cerca del universo al cual siempre perteneció y en contacto con Yuri Stefano, el cual según él era el último amigo humano que poseía. Tarquin y Mona seguían discutiendo cada noche. El resto de mortales los fui visitando, viendo con mis propios ojos y conversando con ellos aquellos días. No obstante nada más regresar sentí la bofetada directa de los Mayfair.

Julien apareció nuevamente ante mí. Tras el suceso en mi baño no me había honrado con su presencia. Tan sólo fueron unos minutos quizás recordándome que no debía acercarme a Rowan o tal vez recordándome mi amor por ella. Fuese como fuese unas noches más tarde desaparecí. Louis quedó en la vivienda leyendo pausadamente tumbado en uno de los sofá y yo salí a buscar a la mujer que amaba.

—¡No!—gritó Julien interponiéndose entre la entrada a la mansión y yo.

—¡Sí! ¡Maldita sea! ¡Sí! ¡Voy a verla!—dije sintiendo como tiraba de mis ropas, pero era sólo aire para mí.

Entré en el jardín sintiendo los dondiegos en flor. Era verano, por si no lo he comentado, y vestía como un chiquillo más en aquella ciudad sin Dios. Unos tejanos, unas botas bajas de punta en color oscuro, camiseta negra sin adornos y el pelo revuelto. La humedad era insoportable así que había comenzado a sudar, aunque eran tan sólo gotitas de sudor que a penas se apreciaban.

—¡Rowan!—grité por el camino de gravilla—¡Rowan!

Las luces del dormitorio de invitados rápidamente se encendieron. Dolly Jean apareció abriendo la ventana para verme mientras se apoyaba con cuidado. Una mujer que parecía de hierro pese a su alcoholismo. Llena de vida, como una niña, con una sonrisa radiante.

—¡Se lo advertí! ¡Sabía que volverías!—dijo apartándose de la ventana mientras escuchaba cierto escándalo.

—No—escuché por parte de Julien—. Ella lo ha superado.

—¡Un cuerno!—grité golpeando el aire mientras me aproximaba a la puerta que abrió súbitamente Michael Curry.

Había envejecido. Tenía algunas canas más y su expresión se había vuelto más fría hacia mí. Sabía que me odiaba y no me esperaba. Posiblemente había vivido tranquilo al respecto. Seguro que estaba embutido en sus nuevos proyectos de remodelación de alguna de las casas de barrios más humildes o simplemente leyendo por distracción. Él no tenía puesto pijama, pero sí ropa cómoda de esa que te pones para estar por casa.

—¿Qué vienes a buscar? Márchate—dijo mirándome con aquellos poderosos ojos azules.

—A Rowan—respondí con franqueza.

—Márchate—volvió a decirme aquello pero con mayor firmeza—. ¡Largo!

La puerta se cerró en mis narices cuando quise tocar el pomo. Me quedé allí de pie mirando la cerradura y deseando que ella la abriera. Sabía que estaba al otro lado. Podía sentir su presencia. Estaba allí. Posiblemente le había pedido a él que me echara o quizás era cosa suya. No quería leer sus mentes porque era ser un ingrato con ellos.

Escuché claramente una discusión y después silencio. Sus pasos hacia la puerta me hicieron sentir como un niño que está a punto de ser descubierto en una travesura. Sí, ese nerviosismo insano y agradable a la vez. Un cosquilleo que me hizo temblar. La puerta se abrió, quise hablar pero lo que tuve de regreso fue un fuerte bofetón por su parte y un nuevo portazo.

Esa noche regresé sin ánimos mientras Julien reía a carcajadas. Se destornillaba por mi dolor y paseaba a mi lado con elegancia y las manos metidas en los bolsillos. Las luces de la ciudad se veían como luciérnagas erráticas y cosmopolitas. El calor era insoportable, o quizás la humedad, y el zumbido de los insectos como los grillos creaban cierta magia. Noche de primavera y desolación, así podía titular este capítulo de mi vida, que me hizo arrastrar por las calles las botas mientras intentaba no llorar.

Al llegar a casa me encontré a Louis mirándome con aquellos ojos acusadores, saboreando las palabras venenosas que podía ofrecerme y la crueldad de sus caricias. Dejó a un lado el libro que leía, se acomodó el cabello dejando que rozara su camisa blanca de puro algodón y me abrazó. Permití que su rostro se hundiera en mi cuello y me besara como una quinceañera, para después escuchar en un susurro su cruel sentencia.

—La amas más que a mí. La amas más que a ti. La amas como yo te he llegado a amar. ¿Ves el dulce castigo de la vida? Tú sufres todo lo que yo he sufrido como regalo y a consecuencia de todos tus estúpidos actos—dijo apartándose de mí para luego echar a caminar de nuevo hacia su sofá y recitar un poema que para nada había sido escogido al azar.

“Mírame.
Estoy derrotado de nuevo.
No he sabido jugar, lo siento.
Sé que al demonio se lo debo.
Mírame.
Hundido en la miseria del ayer
y loco por querer tocarte
pero a sabiendas que es veneno su piel.
Mírame.
Ya no puedo amarte ni quererte
porque tú me odias desde lo profundo
como si fuera la propia muerte.”

Quise odiarlo. En realidad deseé destruirlo. Tal vez debí hacerlo. Siempre pienso en hacerlo y después recuerdo los momentos que hemos vivido. Es un maldito cínico y un hipócrita calculador. Sabe jugar bien sus cartas y mostrarse con una belleza superior a la de cualquier otro. Tan humano en apariencia y con un alma perra.

A la noche siguiente busqué a la persona que se había hecho cargo de Mojo. Tenía descendencia y posiblemente varios cachorros. La chica que me vio dijo recordar que su madre cuando era joven vio a mi padre, pues no podía decir que era el mismo tipo que dejó ese perro a su cuidado, y que ambos nos parecíamos según recordaba como ella le narraba el hombre que se marchó llorando sangre.

—Sí, mi madre se acuerda de su padre—dijo con una bonita sonrisa—. ¿Qué desea?

—Me gustaría quedarme con un cachorro—comenté—. Seré responsable—aseguré.

Ella decidió dármelo y le puse Mojo. Era Mojo II, pero teniendo en cuenta el tiempo que había pasado decidí que tan sólo sería Mojo. Simplemente Mojo. Él me daría suerte y consuelo. Al menos me daría una excusa perfecta para pasearme frente a First Street. Pasear a mi perro, dejar que los buenos tiempos volvieran a mi mente o quizás tan sólo buscarlo porque se había perdido. Sí, una excusa y a la vez una necesidad.

El verano llegó y se marchó sin novedades. Rowan no me perdonaba en absoluto el haberme ido sin siquiera una nota. Ni siquiera me di cuenta de ese error. No me había despedido. Simplemente me esfumé. Dejé de mandarle chocolates, escribir poemas o simplemente mandar una rosa o varios ramos a su despacho. Era como si me hubiese tragado la tierra. El gran Lestat dejó sólo recuerdos o quizás ni eso.

Era invierno cuando decidí abrigarme bien en medio de una ventisca. Estaba a punto de empezar a llover. Michael no estaba. Posiblemente había ido a San Francisco a buscar inspiración o simplemente para despejarse. Ella estaba sola en casa. Dolly Jean no estaba allí. Sola. Repito estaba sola. Era mi oportunidad de oro.

—Vete—dijo apareciendo de la nada—. Te va a echar.

—Hazle caso al tío Julien—la voz alegre de Stella me cautivaba igual que su imagen.

—Dejadme en paz—dije aproximándome a la casa con grandes zancadas.

No tuve llamar porque ella abrió. Posiblemente me sintió o escuchó como les hablaba a ese par de fantasmas. Cuando la vi, porque en la anterior vez no logré verla demasiado bien, me sobrecogí. No había logrado verla tan de cerca desde la última vez. Ni siquiera sabía cuantos años habían pasado ya.

—Han sido cuatro años—dijo mirándome con aquellos ojos que tenían ciertas arrugas.

—Rowan...

—Olvídate de zalamerías y ve al grano—comentó buscando una cajetilla de cigarros en su bata, la cual estaba mal abrochada, para encenderlo frente a mi cara y darle una calada—. Dilo rápido.

—Serás feliz me dijo la vida, pero primero te haré fuerte—respondí.

—Bonita frase ¿es tuya?—interrogó con un tono monocorde y frío, por no decir gélido.

—No—negué con la cabeza aunque no era todo lo que tenía que decir.

—Como suponía vienes con zalamerías—tomó el pomo de la puerta para cerrarla y supe que me cerraría perdiendo la oportunidad.

—¡Espera!—grité colocando la palma de la mano derecha sobre esta.

—¿Qué?—dijo altiva.

—Serás feliz me dijo la vida, pero primero te haré fuerte. Y sin duda me hizo fuerte. Tuve que comprender que era la muerte para entender el milagro de la vida. La oscuridad me rodeó y me iluminó la tragedia. Soporté la soledad, acepté la muerte de aquellos que amé alguna vez y tuve que caminar por ciudades desconocidas—apreté mi puño izquierdo mientras ella me miraba.

Esos ojos grises que parecían arrancarme el corazón y retorcerlo, el humo del cigarro entre sus largos dedos y esa pose insufrible de mujer firme, cautivadora y que me retaba. Me estaba retando. Me retaba a decir todo lo que sentía para quizás romperme en mil pedazos.

—Creí saber que era el amor, el calor de la familia y una vida cómoda—me encogí entonces de hombros y seguí hablando—. Sin embargo mis ansias de conocimiento, mi deseo desesperado por la aventura y los acontecimientos más trágicos me mostraron que todo es efímero y que la fortuna no dura más de unos años—pude ver en ella un quiebro, pero se mantuvo firme cosa que me quebró a mí.

—Hay que ser infeliz para saber valorar una sonrisa. Y tú, Rowan, has sabido valorar la mía tanto como yo he aprendido a valorar la tuya. Lamento que estos años no haya podido verla y te haya causado tan sólo miserias—dije notando como Stella me miraba en silencio pero Julien no dejaba de murmurar—¡Cállate ya maldito!—grité girándome hacia él.

—¡Cállate tú!—respondió.

—¿Y eso también es de otro?—dijo acomodando su bata.

—No, eso es mío—dije dejando que algunas lágrimas salieran sin poder controlarlo.

—Ensayado. No olvido que fuiste actor como me dijiste una vez—comentó con frialdad.

—¡Maldita sea Rowan! ¡Son cosas que me han salido ahora!

—¡Pero no te salieron cuando tuviste que irte!—ahí estalló rompiendo ella a llorar.

—Rowan te amo—intenté acercarme pero retrocedió y cerró la puerta—. ¡Cariño no me iré! ¡Aunque tenga que ver el amanecer calcinándome de nuevo!

Permanecí allí gritando su nombre y provocando que algunos vecinos acudieran. No iba a calmarme ni callarme aunque viniese la policía. Podía incluso escribir un libro si me llevaban a calabozo: La increíble historia del vampiro preso. Ya veía el titular. Sin duda una historia de dolor para mí y que arrancaría una carcajada a más de uno. Así sois de miserables. Seguro que os estáis riendo por como me cierra la puerta. Seguro. Estoy convencido de ello.

Pero, mucho antes de alertar a la policía, me abrió la puerta y se alejó marchándose hacia la planta superior. Yo la seguí cerrando la puerta mientras la perseguía completamente hipnotizado. Aunque podría decir que iba igual que cualquier idiota que está enamorado. Sí, igual que un perro faldero contento y feliz porque su ama le dejará estar sobre sus rodillas.

Entró en el dormitorio que compartía con Michael y se sacó la bata. La bata no lo he dicho pero era de algodón algo gruesa, como si fuera un albornoz. Pero bajo ella sólo había un sujetador que recogía sus pechos con un encaje muy detallado, lleno de flores con diversa ornamentación, y un tanga a juego en color negro. Sí, su ropa interior era negra y en esa piel clara destacaba.

Quedé bajo el marco de la puerta mirándola como un adolescente. Mis ojos observaban su hermoso conjunto y ella parecía mirarme con el amor de otros tiempos. A pesar que habían pasado algunos años su cuerpo estaba firme y terso. Ella no dejaba de hacer ejercicio y de cuidarse para mantenerse de esa forma, tal vez esperando mi promesa o quizás mera vanidad.

Me aproximé a ella tomándola entre mis brazos. La estreché con cuidado como si fuese a romperse y besé sus clavículas. Ella llevó sus manos a mis cabellos acariciándolos mientras notaba el tacto de mis ropas de cuero. Había decidido ir como si fuera un joven común, sin uno de mis hermosos trajes. Sólo llevaba la chaqueta de cuero con forro de cordero, un jersey negro con cuello tortuga y unos tejanos oscuros con unas botas militares. Vestía como un idiota de no más de veinte años, lo cual con sinceridad aparento.

Ella jugaba con sus dedos entre mis cabellos y dejaba que sus labios rozaran mis pómulos. Quería arrancarle la escasa ropa que llevaba, pero había estado tanto tiempo sin ella que necesitaba recrearme. Mis dedos jugaron con el borde de su tanga tirando del elástico antes de hacerlo caer, deslizándolo hasta sus tobillos. No me fijé hasta ese momento que estaba descalza y se podían ver sus bonitos pies. Sin embargo lo que más me llamaba la atención eran sus senos. Deseaba beber de ellos. Morder su pezón y succionar un poco de su sangre.

—Necesito morderte—dije acariciando su vientre mientras notaba la pesada mirada de Julien.

—Hazlo—me invitó con un suave tono de voz seductor y enloquecedor. Tenía una voz con un timbre a veces algo masculino debido a su dureza y temperamento, pero en la cama podía desarrollar una forma muy sensual.

Sus cabellos habían crecido y ya no eran tan cortos. Caían sobre sus hombros en ondas perfectas. Tenía un aspecto de Venus salida del mar insufrible para cualquiera que quisiera permanecer sereno. Y sin medirme, pues no acostumbro a ello, le arranqué el sujetador y mordí su pezón derecho para tomar unas cuantas gotas de sangre. Se quejó en un principio, pero terminó gimiendo allí mismo.

Cerré su herida con unas gotas de la mía y seguí estimulado aquella zona tan erógena. Mi mano izquierda agarraba su otro pecho acariciándolo, pellizcando el pezón y dejando caricias suaves. Ella mientras caminaba hacia atrás llevándome hacia la cama, tropezando con el borde y permitiéndome caer en la cama sobre su cuerpo. Esa figura delicada de proporciones perfectas me estaba excitando.

Tomó mi zurda y la llevó a su sexo, el cual no tenía ni una muestra de su vello púbico, para que lo acariciara y hundiera dos de mis dedos en ella. Su largas piernas se abrieron mientras con mi mano derecha la rodeaba por la cadera, levantándola un poco del colchón y permitiendo acomodarla sobre éste. Sus manos fueron rápidas e intentaron tirar de mi cinturón y terminar quitándomelo.

Me dejé desnudar mientras su mirada y sus jadeos me convertían en algo similar a un zombie. No podía pensar con claridad porque mi mente estaba revuelta, llena de recuerdos y lujuria. Mis dedos la estimulaban acariciando su clítoris y hundiéndose a la vez en su vagina, pues de aquellos dos dedos iniciales terminaron siendo tres.

Ni siquiera me fijé en lo hermosa que estaba la cama con aquel edredón rojo de plumas, pues tan sólo la veía a ella. Quería hacerla mía de una vez. Sin embargo me apartó para quedar de nuevo de pie y quitarme el resto de las prendas. Mis ropas quedaron desperdigadas por la habitación aunque estaba más pendiente a sus ojos grises, sus rosados pezones y su depilada vagina.

De inmediato se arrodilló frente a mí tomando mi sexo con su mano derecha para masturbarme, deslizando suavemente sus dedos desde la base a la punta y luego desde la punta a la base. Pellizcaba el glande apretándolo, rozándolo con sus labios con pequeños besos y finalmente lamiéndolo. Cuando al fin se lo llevó a la boca dejé que tan sólo abarcara el inicio de éste, pero ella estaba dispuesta a llevárselo al completo. ¿Y qué puedo decir? Logró hacerlo. Sus deliciosos labios apretaban cada trozo de mi sexo y finalmente la base de éste. Su lengua se enroscaba y acariciaba cada vena marcada y centímetro. Pude sentir su aliento cálido rozando mi vello rubio mientras llevaba ambas manos a su cabeza.

Tomé control de la situación para que aquel acto de placer la excitara de sobremanera. Rowan era libre, fiera y fuerte pero en la cama deseaba ser guiada de la misma forma que ella guiaba su vida. Recogí sus cabellos en un pequeño moño alrededor de mi mano derecha y con la izquierda la tomé del mentón, levantando su rostro. Sus ojos grises se fundieron con los míos con tonalidades que iban desde el azul al violeta. Ambos nos mirábamos encendidos por la pasión y la belleza que poseíamos. Yo lo sabía. Por eso mismo quería ver su rostro antes de empezar a arremeter con estocadas firmes y desesperantes.

En un arrebato la aparté tirándola a la cama y arremetiendo contra ella. Había entrado de una sola vez. Me hundí en el placer por su calidez y su humedad. Sus piernas se fueron entorno a mis caderas y empecé a embestir con fuerza. Gemía y yo la acompañaba. Ambos gemíamos mientras jadeábamos nuestros nombres. Pude notar como se encendía como una llama y como sus manos buscaban arañarme, tirar de mi cabello rubio y buscar mayor profundidad al tomarme de las nalgas y pegándome a ella. Sin duda el sexo salvaje se daba paso a una noche de desesperación para mí. Creí que jamás volvería a tenerla y allí estaba abierta para mí, buscando mi boca con la misma ansiedad que yo buscaba la suya y dejando que mi cuerpo se fundiera al suyo.

Me apoyé en el cabezal de la cama para poder tener más impulso, pero a pesar que quise usar mi fuerza humana no pude. Ella me rodeaba de una forma tan placentera que acabé rompiéndolo. La cama se quejaba mientras golpeaba contra la pared y ella se abría mucho mejor para mí. Sus ojos estaban encendidos ante el estímulo y yo estaba encendido ante su amor. Ambos unidos en una sola imagen de dos cuerpos fundidos en un demencial ritual.

Pude sentir como llegaba al orgasmo cuando levantó su pelvis debido a los espasmos que notaba, como agradables calambres en su vientre hasta sus piernas que se aflojaron y tensaron. Sus uñas se clavaron en mis brazos y los dedos de sus pies se cerraron apoyando los talones en la cama. Decidí que era el mejor momento para terminar dentro de ella. Mirándonos ambos con los labios abiertos con unas ganas terribles de besarnos mientras gritábamos por el placer. La lujuria nos había vencido una vez más derrumbando cualquier muro.

Minutos más tarde estaba aferrado a ella besando su cuello y sus hombros, hundiendo mi rostro en sus pechos y deseando que me amase de ese modo hasta que el mundo llegase a su fin. Sin embargo, la mañana estaba a punto de llegar y tuve que huir a mi refugio.

—Debo irme—dije apartándome para recoger la ropa y vestirme—. Pero vendré mañana.

—Prométeme que no te irás nunca más—se incorporó mirándome con los ojos llenos de lágrimas—. Por favor.

—No lo haré y buscaré la forma de hacerte mía para el resto de la eternidad—le aseguré acercándome a ella para dejar un tierno beso en su frente.


Juro por todo lo que he amado en este mundo, por todo, que cuando regresé decidí que tenía que encontrar a David y convencerlo. Él debía ayudarme. No podía darle su sangre para que no me detestara. Él lo haría por mí. Yo la llevaría al borde de la muerte y él le daría su sangre. Y lo hice. Como bien hemos dicho en más de una ocasión. Ella ahora es inmortal y Julien me odia mucho más.  



Lestat de Lioncourt

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt