Bonsoir
Arjun quiere dejar en claro que ama Pandora aunque ella esté distraída. Un amor sin condiciones ni cadenas. Pandora para él es una musa y una pasión extraña que no quiere apartar de su mundo.
Lestat de Lioncourt.
En silencio junto a Lydia
Se hallaba a su lado terminando de
escribir algunos documentos. Siempre se distraía en tareas
aparentemente para nada complejas. Decidió que esa noche describiría
sus emociones en una hoja de papel y aunque nadie más las leyera
sentiría un peso menos en su alma. Ella estaba a su lado, a pocos
metros, con un libro entre sus manos y cómodamente recostada en el
sofá lleno de cojines forrados en seda. Su cuerpo era hermoso y tan
atractivo como el de una sirena o un ángel.
Pandora para él era un misterio aún
hoy. Por mucho que conocía sus deseos o inquietudes, algunas muy
extrañas y otras muy simples, no lograba encajar jamás todo en un
único rompecabezas. Era misteriosa porque era inquieta y jamás
estaba callada por demasiado tiempo. Aquella mujer, su creadora y
compañera, era alguien que no perdía la ocasión de indagar,
preguntar y compartir. Una vez dijo que no sabía lo que era amar,
pero él había descubierto que era el amor gracias a ella.
—¿Es interesante tu libro?—preguntó
sin alzar la vista del papel.
—Hay historias que siempre se repiten
pero con otros protagonistas y frases. Pero este libro tiene momentos
muy intensos ¿lo sabías? Creí que nadie escribiría algo bueno
sobre la época dorada de Roma—él se giró para verla y ella
apartó la mirada del libro sonriendo cómplice. Ambos amaban esos
momentos porque eran simples y podían tenerse de forma cotidiana.
Tener a alguien para conversar sin discusiones ni malas caras era
agradable para ella, relajado y cómodo.
—Después déjamelo—respondió
dejando la estilográfica a un lado.
—Por supuesto. Siempre lo hago—dijo
regresando a su lectura como si fuera una simple mortal.
En el papel Arjun había escrito lo
hermosa que podía ser y lo encantadora que se veía con aquel libro
entre sus manos. Dejó allí sus sentimientos más románticos y sus
ilusiones más ardientes, pero luego lo dobló y dejó en el cajón
para tan sólo sentarse a su lado observando como leía. A veces era
mejor no decir todo lo que sentía a cada momento y ser tan sólo las
caricias suaves sobre sus piernas cansadas o el silencioso
acompañante.
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