Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 25 de abril de 2014

El precio del poder

Segunda parte de las memorias que hemos decidido ofrecerles. ¿Qué ocurre con los Mayfair? ¿Qué sucederá con Lestat y Rowan? ¿Michael se sentirá derrotado otra vez? ¿Y la pequeña? ¿El legado en manos de quién está realmente? 

Lestat de Lioncourt 


El precio del poder


Los profundos ojos de Michael se hundían en las oscuras aguas del embarcadero. La suave brisa primaveral refrescaba su rostro, pero no tanto como refrescaba la cerveza su garganta. El sabor amargo se pegaba a su boca y recorría sus sentidos la embriaguez de su tercera lata. Había un paquete abierto, con varias vacías y algunas aún llenas, de una marca alemana que le encantaba. Aunque él no hacía ascos a nada. La cerveza era cerveza siempre que estuviese fría. Si Rowan supiese que él estaba allí, emborrachándose por segunda noche consecutiva, posiblemente le regañaría hasta que se enfrentaran como hacía años.

Los rasgos de aquel enorme hombre de rasgos grecorromanos, ojos profundos y cabellos rizados, habían cambiado. Él parecía de nuevo el hombre de casi cuarenta años que una vez fue, por no decir que era, y se había olvidado de sus cabellos casi canosos y de las arrugas profundas que enturbiaban sus hermosos ojos azules. Michael volvía a ser el arquitecto que surgió de las cenizas que mataron a su padre. Como buen irlandés creía en la suerte y el destino, pero en esos momentos prefería pensar que sólo era un mal sueño lo que estaba ocurriendo. Y no sólo los últimos años, sino todo. Todo debía ser una pesadilla horrible, incluyendo sus hijos Taltos, y que posiblemente despertaría en la cubierta del barco que estaba atado a unos metros.

—¿Dónde está?—aquella voz hizo que se atragantara y su lata cayera al agua.

—¿Qué haces aquí? No debes estar aquí—dijo incorporándose para quedar frente a él.

Era San Francisco, la vieja casa que había pertenecido a los padres adoptivos de Rowan y el lugar donde todo comenzó. Prácticamente podía sentir todavía los guantes de cuero en sus manos y la excitación que sufría al ver el esbelto cuerpo de la que sería su mujer. Sí, era San Francisco y por lo tanto ¿qué hacía ahí Lestat? Ese vampiro engreído, aunque con buenas intenciones, que le robó el cariño de su mujer y también la calma.

—¡Dónde está!—gritó perdiendo la paciencia— ¡Dónde! ¡Sé que está aquí! ¡La he seguido a ella!

—Cálmate—respondió alzando suavemente sus enormes manos—. Por favor, cálmate.

—¡Cómo puedo voy a calmarme!—dijo moviendo los brazos.

Tenía tan sólo una camisa blanca, la cual estaba abierta y algo rota, y unos pantalones de cuero negros algo ajustados. No distinguía bien sus pies pero estaba seguro por el crujido, y golpeteo, de la madera llevaba botas con algo de tacón y cierta punta. Sí, toda una estrella del rock. La melena rubia al viento, revuelta y sedosa, caía sobre sus hombros y frente. Los ojos grises de Lestat tenían brillos azules y violetas captando la luz del ocaso, el cual ya se había prácticamente desvanecido.

—Con ese aspecto y actitud sólo pareces un loco—comentó intentando no levantar la voz.

—¡Quiero ver a mi hija! ¡Quiero ver a Hazel!—se giró hacia la vivienda, pero Michael lo tomó del brazo rápidamente.

En ese momento la figura de Rowan apareció abriendo la cristalera que daba al embarcadero, fue hacia la pasarela de madera y quedó allí contemplando a ambos con el rostro serio y la mirada llena de temor. Lestat posiblemente la había seguido, o quizás simplemente había recordado que ella se crió allí y que era tal vez un buen refugio. Se maldijo internamente, pero guardó silencio de momento.

—Quiero ver a Hazel. Tal vez tú ya no me amas, pero quiero ver a mi hija—dijo soltándose con facilidad de Michael.

—No—respondió tajante—. Michael, ve dentro.

—¡Rowan quiero ver a Hazel!—dijo elevando el tono y endureciéndolo.

—Deja que vea a la niña. Si ve a la niña quizás se vaya—comentó acomodándose la chaqueta fina que llevaba sobre su camisa blanca, con los primeros botones abiertos, mientras se sacudía el pantalón. Se había caído casi de espaldas, pues había tropezado con las latas, y parecía algo atormentado por la expresión de ambos—. Rowan...

—¡No! Sabes bien que no es posible—sentía que su voz se rompería y terminaría llorando, pues ver a Lestat en ese estado desesperación era terrible para ella.

Quería pensar que todo lo ocurrido con él fue un engaño, pero cada noche la sed la acompañaba y el deseo de alimentarse le recordaba que había cometido muchos errores en el último año. Volver con él, sin pensar en las consecuencias, era una de ellas. Sin embargo le amaba. Algo en ella se rompía cuando lo veía y él se desgarraba. También quería a Michael y temía por su seguridad si no cumplía las normas establecidas. Por primera vez no dirigía su vida, aunque parecía que todo había empezado hacía casi veinte años en ese mismo embarcadero cuando llegó tras salvar a un náufrago de la muerte. El mismo náufrago que la miraba con cierta preocupación y ternura.

—Tú eres padre, por favor—se había girado hacia él tomándolo por los brazos—. Tú sufriste por Morrigan... no me hagas sufrir por mi hija. Tiene mis genes, puede que no haya podido engendrarla como un hombre mortal... pero es mi hija. Los experimentos que se hicieron en el Hospital Mayfair dieron un milagro, uno mayor que un Taltos, y ese milagro...

—¡Silencio!—dijo ella de forma firme e intentando parecer fría. Sus cabellos rubios ondeaban como una vela fantasmagórica—. Michael ve dentro con Ivy.

Ivy era Hazel, aquella niña que él había acunado en sus brazos noche tras noche desde su nacimiento. Era un auténtico milagro. Habían logrado tomar el ADN de Lestat e introducirlo en un óvulo sano, uno de los pocos que quedaban de Rowan antes de haberle arrancado la matriz, y colocarlo en una Mayfair que aceptó llevarla en su vientre, permitiendo así a Rowan ser al fin madre y a Lestat un hombre completo. Sí, él la había llamado su “petit miracle”.

Michael agachó suavemente la cabeza y negó. Sabía que ella estaba siendo dura y él soportaba aquello porque aún la amaba. Él siempre había amado a la neurocirujana que le salvó la vida y sentía que habían nacido para estar unidos, con o sin Lasher, porque ambos se compenetraban y compaginaban creando una magnífica pareja. Pero él había cometido sus pequeños pecados, los cuales se agrandaron con el paso de los años, y ella también arrastraba los suyos. El amor profundo y sincero quedó varado y olvidado, aunque él lo rememoraba cada instante hasta casi perder la conciencia. A pesar que Lestat había aparecido enamorando a todos, seduciendo con su sonrisa y modales refinados, no podía dejar de pensar que Rowan en algún punto, aunque fuese profundo, le amaría. Si hacía todo aquello era por ella, pues se lo había rogado, pero ver a un hombre destrozado le provocaba cierta angustia. Él no podía ser el villano de aquel cuento.

—¿Le has cambiado el nombre?—preguntó visiblemente dolido—. Elegimos ese nombre para ella, ¿cómo te atreves?—siseó.

—Tampoco es una Lioncourt, sino una Mayfair—respondió—. Ella lleva el apellido Mayfair, es hija ahora de Michael.

—¡Qué!—gritó dando un paso atrás mientras veía como ambos brujos quedaban frente a él.

—Es por su bien—dijo interviniendo en la conversación mientras se agachaba para tomar las latas, caminaba hacia la que era nuevamente su mujer y quedaba a su altura—. Cariño, deberías permitirle que viese a la niña. Tal vez si ve que está sana pueda marcharse más sosegado—guardó silencio unos segundos manteniendo su mirada—. Rowan, sé que es el desasosiego de un padre. Cuando Ashlar se llevó a Morrigan movimos cielo y tierra porque apareciera. Temíamos que estuviera padeciendo, sintiera soledad o simplemente que Ashlar se hubiese vuelto loco. Pero cuando dimos con ella había muerto por culpa de una trama de narcotráfico y él estaba a su lado, los dos congelados, para la eternidad.

—Michael...—murmuró con la voz visiblemente tomada por el desasosiego.

—No, Rowan—sonrió amargamente y negó—. Sé que quieres cumplir las órdenes que él te ha dado, pero Lestat no se marchará y tendremos un conflicto que ni tú ni yo deseamos.

—Está bien—dijo cruzando sus brazos sobre sus senos, los cuales parecían algo más llenos.

Rowan llevaba un conjunto blanco, como la espuma del mar y la popa de su velero, y él había caído en ese momento que se veía algo más bronceada, con una figura más juvenil e incluso las breves arrugas habían desaparecido. No había sido el Don Oscuro, pues sólo había parado su envejecimiento. Algo no humano había ocurrido, tanto con él como con ella. Se veía más joven, más entera y a la vez más frágil. Sentía que si en algún momento, aunque era casi imposible, él la estrechaba terminaría rompiéndola en mil pedazos.

Las tres figuras se movieron hacia las acogedoras estancias. Al pasar por la puerta de cristal, la cual daba al embarcadero, recordó como Rowan le contó que vio allí a Lasher el día que Deirdre moría. Justo en el momento que ella decía adiós al mundo él aparecía, tocaba el cristal y saludaba a la que sería la puerta, o mejor dicho la llave, hacia su nueva vida. Aquel fantasma Taltos, el mismo que Michael mataría a martillazos, era ya un recuerdo y un secreto familiar que se intentaba olvidar, o eso creía Lestat.

—Está en la habitación principal—comentó Rowan abriéndose paso, encendiendo las luces del pasillo, y dejando que ambos la siguieran como si fueran niños perdidos—. Michael, por favor, quédate en el salón. Necesito hablar con Lestat a solas.

—Está bien cariño—dijo deteniendo sus pasos para perderse hacia el salón.

Ella lo llevó hasta la habitación y cerró la puerta tras ellos. La cuna se hallaba cerca de una de las ventanas. El cielo nocturno se extendía hacia aquel paraíso que era San Francisco. La pequeña se movía inquieta, pues parecía haber sentido la discusión, hasta el punto que rompió a llorar y él inevitablemente corrió a cargarla.

De nuevo los vio juntos, como si fueran un mismo ser, padre e hija contemplándose y reconociéndose a pesar de las semanas transcurridas. La pequeña iba a cumplir un año, ya tenía algunos dientes y su mirada parecía más seria. Su pequeño ceño se frunció, sin embargo una pequeña risa sonó llenando la habitación de una acogedora sensación que hacía tiempo que Lestat no sentía. Él se echó a llorar mientras besaba la frente de su pequeña, la cual quedó acogida en su pecho y sostenida por sus brazos. Era un niño físicamente, pues su veintiún años eternos se reflejaban en cada gesto. Aquella niña parecía parte de él, o él mismo en una versión más reducida. Tenía sus ojos, sus rizos y esas hermosas expresiones que demostraba que sería reflejo de su padre a pesar de todo.

—Ya no me amas, pero al menos deja que ella lo haga—su voz sonaba terrible. Era como escuchar a un ángel suplicar y a la vez contemplar a un demonio contemplándola con miedo, rabia y desesperación.

—No lo he decidido yo—dijo sentándose en el borde de la cama de matrimonio.

La habitación olía a la profunda colonia masculina de Michael y a varios perfumes de Rowan, así como a la colonia infantil de la pequeña, pero también había restos de una vida que él no comprendía. Ella le había dejado para volver al pasado y olvidarse de todas las promesas. Por una vez Lestat estaba amando de forma pura, pero ella le había quitado todo como si no valiese la pena.

—¿Y quién? ¿Quién iba a hacer algo así?—murmuró notando como la niña se dormía por su aroma y la piel fresca que él poseía.

—Julien Mayfair regresó de entre los muertos ayudado por Mona y otros brujos. Los detalles no los sé, pero fue un capricho que ella tuvo y que Memnoch le concedió sin importarle nada—él sintió que los infiernos se abrían bajo sus pies y rápidamente dejó a la niña en la cuna.

Los pasos rápidos de Lestat se escuchaban por el parquet. Era como ver una ráfaga de aire moverse como un ciclón en aquella acogedora estancia con San Francisco de fondo y una mujer destrozada como única compañía. Se acomodó los cabellos y la miró con las manos en la cabeza.

—Mientes...—jadeó.

—Memnoch ha tomado cariño a Julien porque la maldad le ha endurecido el corazón. La cara más terrible de Julien enmascara poder, ansias de éste y venganza. Su mejor venganza es alejarte de mí y su mejor triunfo es tener una bruja fuerte. A pesar que la niña es tuya, porque es algo innegable, el poder psíquico que posee es inmenso e incalculable—la voz de la que fue su esposa, aunque no llegó a poder cumplirse el año de su matrimonio, parecía rota. La aspereza y firmeza que poseía se había perdido hacía algunos minutos. Parecía compungida y apagada.

—Tú me amas... —balbuceó acercándose a ella para quedar de rodillas, tomándola de las manos y mirándola a los ojos—. Rowan...

—Amo a Michael, pero no puedo negar que te amo muchísimo más a ti—dijo tomándolo del rostro para acariciar sus cabellos—. Lestat si no te amara no hubiese hecho todo esto. Por ti, la niña y Michael. Si no cumplía mi parte del trato los tres sufriríais...

—¿Qué trato?—dijo frunciendo el ceño—. Dímelo.

—Traer al mundo un hijo de Mona y Tarquin, ambos tienen genes Taltos y han concebido a Alvar—aquello hizo que se apartara y se llevara las manos nuevamente a la cabeza—. La joven que usaron como recipiente está muy enferma. Sin embargo, Miravelle está ofreciéndole su leche y parece recuperarse favorablemente.

—Rowan... Rowan... no puede ser. ¿Por qué no me lo ha dicho Quinn? Mi hermanito no me haría esto. No me haría esto...—susurró arrastrando las palabras.

—Es por Mona y sabes como es con ella—dijo encogiéndose de hombros.

—Ha destrozado nuestras vidas con sus caprichos—sentenció.

—No creo que Alvar sea un capricho, pero básicamente así ha sido—contestó levantándose para tomarlo entre sus brazos buscando un hueco entre los suyos—. Por favor, abrázame fuerte.

La estrechó contra él con el mismo deseo que tiempo atrás y no pudo contener el deseo. Comenzó a besar su rostro mientras lloraban. Ella y él fundidos en un llanto silencioso mientras sus bocas se buscaban y sus cuerpos hallaban consuelo sintiéndose unidos una vez más. La ropa fue despegándose del cuerpo tibio de Rowan, pues parecía haber saciado su sed hacía tan sólo unas horas, y el frío, algo duro, de Lestat. Los dedos largos que éste poseía recorrían las facciones, el cuello y las clavículas de la mujer que amaba. Ella seguía siendo su bruja, la misma que había conocido y amado desde el primer momento, y él no podía dejar de ser el rebelde alocado que quería tenerla aunque fuese una vez más.

En el salón Michael prendía un cigarrillo y abría otra lata de cerveza. Sabía que algo así pasaría, sobre todo cuando los murmullos pasaron a silencio. Suspiró pesadamente y miró la arilla con sus enormes ojos azules. No podía hacer nada. Era algo que tenía que aceptar. Él no podía imponerse a sus sentimientos.

En la habitación la ropa había quedado en el suelo, revuelta y esparcida, mientras que la cama los acogía. Lestat caía sobre ella besando su largo cuello, el cabello de Rowan quedaba esparcido sobre la almohada y sus dedos jugaban con el de su amante. Aquellos besos, intensos y delicados, fueron hacia sus senos. Él lamía sus pezones, los besaba y succionaba mientras sus manos masajeaban sus senos y acariciaban incluso el pliegue cálido bajo éstos.

Las piernas de Rowan se abría sintiendo como sus propias entrañas ardían; estaban suavemente flexionadas, sus rodillas acariciaban los costados de Lestat, y sus pies se hundían en la suave colcha de plumas que ya empezaba a deslizarse hasta el suelo. La lengua de su amante buscaba cada trozo de su sedosa piel y la lamía, pero también la olía deseando que se quedara con él en sus recuerdos. Lentamente aquella boca enorme, suculenta y masculina llegó al pequeño mechón rubio que cubría su sexo. Los largos dedos de Lestat presionaron sus muslos abriendo un poco más sus piernas. Ella tembló y quiso que él la dejara tomar el control, pero no se lo permitiría. La niña descansaba en la cuna y ambos hacían escaso ruido, pero sabía que Michael tenía conocimiento de todo; aún así, por mucho que le doliera en su conciencia, no importaba.

La lengua de Lestat invadió sus entrañas y un gemido ronco, femenino y desesperado se alzó mientras echaba su cabeza hacia atrás, hundiéndola en el almohadón, y sus brazos se estriban para llevarlos a sus cabellos y tirar de estos. Lestat notaba como tiraba de él, pero no le detenía. Su clítoris comenzó a humedecerse con su saliva y los fluidos de ella, dos dedos de su mano derecha se hundieron en su vagina que empezó a rodearlos apretándolos, y la zurda acariciaba su vientre. En algún momento, justo cuando ella creía alcanzar el cielo, él se levantó y acomodó entre sus largas piernas. Sus muslos lo apretaron mientras la penetraba, sus brazos iban a ambos lados de su esbelta figura y las miradas se cruzaban con fuego en sus pupilas.

La piel de Rowan siempre había sido suave, pero después de semanas sin tenerla se había vuelto pura seda. Aquella muñeca de porcelana, como las que aún estaban en los viejos museos de Ashlar, cobraba vida perlándose de un sudor sanguinolento. La bruja que era además vampiro y la condena, o más bien el paraíso, de aquel salvaje alocado estaba ardiendo en su propia hoguera. Él se movía suavemente haciéndole sentir su masculinidad completamente dura, con las venas cubriendo toda su extensión, y los testículos cargados a puntos de explotar liberando su cálido semen. Ella tenía los pezones sensibles y al rozarse contra el torso de su amante, mucho más duro y frío, sentía un agradable cosquilleo que los endurecía aún más. Sus caderas se movían rozándose y chocándose contra las suyas, tenía las manos colocadas en su omóplatos y sus uñas se enterraban bajo éstos, pero lo más excitante eran los gemidos masculinos de su amante mezclándose con los suyos. Lestat quería llorar y lo hacía, al igual que ella, pero ambos lloraban por la dicha de encontrarse en aquel rincón abandonado y perdido.

Los movimientos comenzaron a ser más rítmicos y elevados, el colchón crujía y el cabezal golpeaba suavemente la pared. La pequeña seguía dormida, como si el haber hallado los brazos de su padre hubiese sido la dosis perfecta para al fin descansar. Ambos acabaron con sus frentes sudorosas pegadas, mirándose con una intensidad que hacía tiempo que no tenían y con los labios abiertos boqueando como peces fuera del mar. Ninguno de ellos necesitaba ya aire en sus pulmones, pero sin duda siempre tendrían ese pequeño instinto. Les faltaba aire, sentían calor y el hormigueo delicioso empezaba a recorrer sus columnas vertebrales. Rowan sentía como su interior ardía de forma deliciosa y humedecía el miembro de su amante.

Michael, en la sala, encendía el segundo cigarrillo y daba un último trago a la cuarta cerveza de la noche. Tan sólo eran las nueve y ya había tomado más de media caja. Su enorme figura, llena de una musculatura extremadamente masculina, se encogía inclinado hacia delante en la mesa. Recordaba las importantes conversaciones que allí se habían dado y meditaba sobre lo intensa que había sido su vida desde que conoció a la Doctora Rowan Mayfair. Pero, a pocos metros, Lestat estallaba dentro de ella y ella gemía alto el nombre del vampiro que interrumpió en sus vidas como un rayo.

—Cherie... —susurró como un niño que pide un deseo a una estrella—. Cherie podemos derrotarlos.

—No—dijo acariciando sus cabellos para apartarlos de su rostro—. No podemos y es mejor que no te acerques a nosotros.

—Rowan, acabamos de hacer el amor—dijo sintiendo como ella lo apartaba y buscaba su ropa para vestirse aceleradamente.

Ella aún tenía las piernas temblorosas, pero no iba a permitir que un desliz como aquel echara todo a perder. Si daba un tropiezo más, sólo uno, Michael podría morir y él también. No podía. Ella estaba atada de pies y manos. Tenía que hacerlo por Michael, Lestat, su hija y ella misma. Debía hacerlo por el futuro de los Mayfair y por la vida de Lestat.

—Márchate—sus ojos eran fríos, pero aún sudaba y olía a sexo.

—No me puedes pedir eso—susurró derrotado—. Rowan, no me puedes pedir eso.

—¿Me amas? Si me amas te irás. Si amas a nuestra hija te apartarás y aceptarás mis condiciones. Puede que en unos meses logre enviarte algún mensaje, pero de momento tienes que irte. Ellos deben saber que estás aquí y no es lugar seguro. Ya no es lugar seguro para ninguno—comentó tomando el pantalón de Lestat para lanzárselo—. Vístete.

Sí, la amaba. No podía dejar de amarla. Había hecho mil intentos por aceptar el hecho que ella ya no lo quería, pero en esos momentos tenía la certeza que lo amaba más que nunca. Marcharse era duro y terrible. Acató las órdenes de momento, pues tenía que idear un plan. Tomó las ropas, se vistió y echó un último vistazo a la pequeña. Parecía inquieta, pero nada más acariciar sus cabellos volvió a dormir como si el mundo se hubiese convertido en un paraíso agradable.


Durante unos breves segundos dudó en besar o no a Rowan; finalmente besó su mejilla derecha y se marchó por la ventana. No quería cruzarse con Michael, ni despedirse de él. Se alzó por los cielos nocturnos como si quisiera abrazarlos y se echó a llorar intentando comprender porque estaba sucediendo todo aquello. A veces la ambición puede más que el amor o simplemente aplasta los sueños de otros. Julien estaba destrozando la familia por un puñado de dólares y poder eterno.  

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Lestat de Lioncourt