Dulce estremecimiento que recorre mi
piel
cuando tus dedos la tocan.
Tan dulce como el satén y el sabor de
la miel
que cubren tu pecho.
Cuando cierro los ojos la veo, no
importa dónde esté. Puedo verla caminar frente a mí, con el rostro
serio, los brazos cruzados sobre su pecho y la chispa apropiada en
sus ojos. La puedo casi acariciar, besar y susurrar cuánto la amo.
Está ahí. Noto su perfume embriagando la habitación con un toque
sutil de feminidad y fuerza. Casi puedo estirar mis brazos, atraparla
entre ellos como si fueran una enredadera, y sentir la paz de su
tibio cuerpo contra el mío algo más fresco.
¿Y el sonido de sus tacones bajos? ¿Y
la ropa arrugándose contra la mía? Sí, también puedo. Incluso su
respiración pausada que se va alterando poco a poco. Si cierro los
ojos está a mi lado, no tan lejos y distante como una estrella. Sé
que ella me ama del mismo modo que yo lo hago, pero ahora estamos
divididos como si fuéramos dos mundos dispares.
Los breves momentos que podemos estar
juntos, esos simples y breves momentos, se convierten en mi paraíso.
Encuentro el placer y la verdad unidos a mí, sintiendo piel contra
piel, y busco sus ojos para perderme en ellos. Me he maravillado con
su breve sonrisa, con su mirada triste y sus manos sobre las mías.
He quedado perdido en cada una de sus palabras y en mis promesas.
Quedo vacío cuando se marcha, como si mi pecho no tuviese corazón y
mi corazón careciese de alma.
¿Qué puedo hacer? Si ella se ha
convertido en esa pieza del rompecabezas que me hace sentir completo.
Ella es un girasol en la oscuridad.
Lestat de Lioncourt
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