Estas breves memorias protagonizadas por Memnoch y por mí son sólo un adelanto de lo que está por venir.
Lestat de Lioncourt
—Todas las posibilidades son
acertadas y a la vez incorrectas—dijo mirándole a los ojos con
sosiego. Parecía tan calmado, como si todo hubiese ocurrido ya y
sólo se narrara. Su aspecto era inmaculado, además el traje que
había elegido se ajustaba a su cuerpo como un guante. Tenía el
cabello peinado hacia atrás, con las puntas acariciando la cintura y
algunos mechones sueltos cayendo cerca de sus mejillas—. Si abres
una puerta encontrarás otra—prosiguió—. Soy un reto para
comprender y conocer, pero a la vez soy el gran misterio que ya has
descifrado y aún no lo sabes. Me pareo ante ti con la elegancia de
un hombre moderno, el cuidado de un explorador y la curiosidad de un
niño. He venido a por ti nuevamente con un único deseo y es
apoderarme de tus sentimientos. Lamento todo lo que estoy haciendo,
pero el fin justifica mis medios poco prácticos y crueles—esbozó
una sonrisa acercándose a su víctima, su interlocutor, y le besó
suavemente en los labios—. Soy el principio y el fin, la noche y la
oscuridad, siempre ha sido así. Soy la luz en las tinieblas y ésta
te está apuntando directamente, Lestat.
Aquellos ojos azules, tan intensos y
vivos como una mañana despejada de verano, se habían fundido con él
hasta hacerlo enloquecer. Tenía una boca carnosa, como la suya, y se
movía suavemente cerca de sus labios. Sintió deseos de besarlo,
hundiendo sus dedos largos y finos en aquel pelo tan suave y permitir
al fin que le robase cualquier conciencia sobre sí mismo y el mundo.
Quería arrojarse a la locura de lo imposible por una vez, pero se
contuvo.
—Deja que me vaya—murmuró con la
voz quebrada.
—Tengo ante mí al príncipe de los
vampiros, el líder del Gran Aquelarre—susurró acariciando sus
pómulos marcados, la comisura de su boca grande pero hermosa,
dejando que sus palmas contuvieran su mentón y finalmente se
movieran por su cuello—. Tengo ante mí al hombre que deseo y sin
embargo sigues pidiendo irte. Junto a mí conseguirías tanto
poder...
—No me interesa—respondió.
—¿Te has planteado por qué hago
esto?—preguntó sin apartar la mirada, pues ni pestañeaba.
—Porque eres el demonio y te gusta
jugar—aquella frase le hizo retroceder y apartarse.
El demonio se sintió herido, tal y
como siempre ocurría. Era como si la lanza de Longino se hubiese
enterrado en su corazón, atravesándolo como atravesó el costado de
Jesús en la cruz, dejándolo sin aliento ni oportunidades. Miró sus
manos, tan blancas y suaves, recordando el tacto frío y duro de las
mejillas del vampiro. Amaba a Lestat más de lo que podía soportar,
pero éste sólo veía los juegos y las intimidaciones. Estaba
volviéndose loco. Todo a su alrededor se quebraba. El mundo se
paralizaba. Decidió huir antes que desenmascararse, pero pronto
sabría la verdad cuando llegase el tiempo, el momento adecuado,
donde Lestat al fin viera claro su camino.
—Un día tendrás que tragarte tus
palabras—comentó antes de evaporarse en medio del callejón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario