Julien ha sacado su lado romántico... ¡Huyamos!
Lo cierto es que aunque no nos llevamos bien reconozco que tiene una historia interesante y un último amor que realmente fue puro, a pesar del incesto.
Lestat de Lioncourt
Sus ojos habían visto el mundo desde
una ventana. Tenía en ellos tatuados el dolor, la miseria, la pena y
sobre todo la ilusión de poder sentir la brisa fresca en una tarde
de verano. Los ocasos habían sido la paleta divina que calmaba su
rabia. La noche caía silenciosa, dejando atrás los grillos y el
ulular del viento entre las ramas de los árboles. El sonido de la
madera crujiendo bajo sus delicados pies de bailarina, sus pequeñas
manos tocaban risueñas el marco de la ventana y sus labios eran
carnosos, perfectos, para los poemas que recitaba después de sus
terribles visiones. Una pequeña bruja encerrada en una habitación,
como si fuera un jilguero o una princesa en una torre. Evelyn
Mayfair, la pequeña y delgada Evelyn.
La rabia que sentí al saber de ella,
tras años ocultando que existía, fue terrible. Me encaminé a la
vivienda donde su abuelo la tenía encerrada. Toda su familia era
cómplice. Nosotros éramos parte de ellos, ellos eran parte de
nosotros. Una vieja rencilla dividió nuestra familia, la cual empecé
yo con un tiro directo a uno de mis primos. No podía permitir que
derrochara el dinero familiar, destrozara los negocios y para colmo
tener que poner buena cara. Hice más por la familia que ese viejo
loco, hijo de ese estúpido que terminó pronto conociendo su tumba,
pero él me detestaba y detestaba a mis descendientes. Mi hijo era su
padre y su madre una de sus nietas. Era complicado. Sin embargo, la
saqué de allí.
Era sangre de mi sangre. Su belleza
pálida era parte de mí. Sus cabellos negros y rizados, tan espesos
y sedosos, me recordaron a los de Stella, mi otra hija y nieta.
Atrapé a la pequeña entre mis brazos, besé su frente y acaricié
sus cabellos con cariño. Le di cobijo y alimento. Me comporté como
un viejo idiota que hace su última buena obra antes de morir, y así
fue. Ella fue la luz en mis días más oscuros.
Me habían despojado de mis memorias,
arrancado de mis viejas manos el trabajo de toda una vida, y había
ardido en el jardín donde disfruté de los mejores años de mi vida.
Lasher bailoteaba por la casa, se aparecía ante mí con cierto aire
de tristeza y entonces lo supe. Pronto llegaría mi final. No
aparentaba la terrible edad que poseía y lo fracasado que me sentía.
Fracasado ante mis fuerzas, pues se estaban marchando. Moriría como
la loca de mi madre. Sabía que lo haría. Igual que murió mi
hermana y otros tantos que yo quise. La vida se iba, pero Evy estaba
ahí recitando su poema.
Era prácticamente una niña y yo le
arranqué su última nota de inocencia. Hice mal, como siempre. Los
demonios como yo, de carne y hueso, terminan carcomidos por el deseo
y la depravación. Pero fue el amor lo que me hizo entregarme a ella,
de corazón, y no poder olvidarme jamás de su poema. El aroma de su
cuerpo contra el mío, en aquella cama llena de dolor y sudor, se
convirtió durante algunas noches en el paraíso. El viento podía
agitar con fuerza las ramas, pero no llegaría la lluvia hasta que
ella fuese por completo el último amor que yo tuve.
De ese amor surgió una nueva línea en
la familia. Ella lleva esa línea. Hablo de Mona Mayfair. Nuestro
último orgullo, tanto de Evy como mío. Su cabello rojo, sus ojos
verdes y su piel lechosa tan viva, tan llena de poder y tan
inteligente. Ni la gran tormenta pudo borrar esa historia.
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