El druida sigue recordando cosas y mezclándolas con el presente. En fin, es normal que esté así con algo de añoranza ¿no? Desde que se quemó a lo bonzo no es el mismo. Culpa suya de salir al sol sin protección... ¡Ja! ¿Entienden el chiste? En fin, pasemos a su texto.
Lestat de Lioncourt
Si pudiera escuchar nuevamente la
pureza y la fuerza del bosque, tumbarme en el humus y hundir mis
dedos entre las raíces. Disfrutaría de una lluvia torrencial o de
una mañana fresca, en la cual pudiera tener la fragancia única de
cada flor. Los árboles se alzarían gigantescos frente a mí, con
sus gruesos troncos y sus altas ramas alzándose como un dios hacia
los cielos. Extraño tumbarme cerca del arrollo y beber de sus
cristalinas aguas. ¿Reconocería el reflejo que hay allí? Quizás.
Hace demasiado tiempo que he dejado atrás todo aquel mundo, donde la
fantasía podía crearse en leyendas y mitos tan poderosos como la
verdad misma.
El ulular del búho, el sonido de los
cascos de los caballos por los caminos, los insectos zumbando o
simplemente el roce de la hierba alta en mis piernas eran una música
única. Solía pasar largas horas en silencio, meditando, sintiendo a
los dioses en el interior de cada tronco mientras mis pies se hundían
en el fango y mi ropa se ensuciaba hasta llegada la noche. Era un
guerrero, un guardián y un sabio para mi gente.
El pueblo se hallaba cerca del lecho
del río, las mujeres lavaban allí las prendas y los muchachos más
jóvenes practicaban con espadas de madera. El ganado siempre
cercado, vigilado por sus dueños, y los cazadores curtiendo las
pieles para el invierno era algo habitual. Podía decirse que la vida
allí era tranquila, aunque luchábamos continuamente por seguir en
nuestras tierras. Los dioses nos acompañaban en silencio.
Cuando estoy a su lado me encuentro en
casa. Puedo sentir la misma mágica sensación que antes, sus manos
ásperas aún parecen llevar la espada y sus ojos desafían a
cualquiera con una bondad que pocos conocen. Guarda silencio cuando
hablo, pero su ceño se frunce o sus ojos se desvían hacia el cielo
poblado de estrellas. Jamás creí que volvería a compartir con él
un par de minutos, pero ahí está con sus manos entrelazadas y
ligeramente inclinado hacia delante. La hoguera se alza como una
lengua de fuego gigantesca.
—En el fuego puedo ver aún sus
almas—dijo hace unas noches—. Es como si jamás hubiese ocurrido.
Desconozco si habla de los dioses que
murieron hace milenios, de los jóvenes que fueron arrasados por
Akasha, de sus viejas guerras o simplemente de los viejos rituales
funerarios que se dieron en varios pueblos a lo largo y ancho del
mundo. No lo sé. No me atreví a hundir mis dedos en sus heridas,
sólo me levanté y busqué el hueco perfecto entre sus brazos. Es un
gigantesco inmortal que ha visto tanto, escuchado demasiado y sentido
todo en su corazón justo donde se halla aún su alma.
Daría todo por volver al pasado y
poder comer algunos frutos, caminar entre los árboles y dejar que mi
alma retozara libre antes de caer en desgracia. Sin embargo, nunca
ofrecería un segundo de su compañía como moneda de cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario