Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 8 de septiembre de 2014

Dioses en los bosques

El druida sigue recordando cosas y mezclándolas con el presente. En fin, es normal que esté así con algo de añoranza ¿no? Desde que se quemó a lo bonzo no es el mismo. Culpa suya de salir al sol sin protección... ¡Ja! ¿Entienden el chiste? En fin, pasemos a su texto.

Lestat de Lioncourt 


Si pudiera escuchar nuevamente la pureza y la fuerza del bosque, tumbarme en el humus y hundir mis dedos entre las raíces. Disfrutaría de una lluvia torrencial o de una mañana fresca, en la cual pudiera tener la fragancia única de cada flor. Los árboles se alzarían gigantescos frente a mí, con sus gruesos troncos y sus altas ramas alzándose como un dios hacia los cielos. Extraño tumbarme cerca del arrollo y beber de sus cristalinas aguas. ¿Reconocería el reflejo que hay allí? Quizás. Hace demasiado tiempo que he dejado atrás todo aquel mundo, donde la fantasía podía crearse en leyendas y mitos tan poderosos como la verdad misma.

El ulular del búho, el sonido de los cascos de los caballos por los caminos, los insectos zumbando o simplemente el roce de la hierba alta en mis piernas eran una música única. Solía pasar largas horas en silencio, meditando, sintiendo a los dioses en el interior de cada tronco mientras mis pies se hundían en el fango y mi ropa se ensuciaba hasta llegada la noche. Era un guerrero, un guardián y un sabio para mi gente.

El pueblo se hallaba cerca del lecho del río, las mujeres lavaban allí las prendas y los muchachos más jóvenes practicaban con espadas de madera. El ganado siempre cercado, vigilado por sus dueños, y los cazadores curtiendo las pieles para el invierno era algo habitual. Podía decirse que la vida allí era tranquila, aunque luchábamos continuamente por seguir en nuestras tierras. Los dioses nos acompañaban en silencio.

Cuando estoy a su lado me encuentro en casa. Puedo sentir la misma mágica sensación que antes, sus manos ásperas aún parecen llevar la espada y sus ojos desafían a cualquiera con una bondad que pocos conocen. Guarda silencio cuando hablo, pero su ceño se frunce o sus ojos se desvían hacia el cielo poblado de estrellas. Jamás creí que volvería a compartir con él un par de minutos, pero ahí está con sus manos entrelazadas y ligeramente inclinado hacia delante. La hoguera se alza como una lengua de fuego gigantesca.

—En el fuego puedo ver aún sus almas—dijo hace unas noches—. Es como si jamás hubiese ocurrido.

Desconozco si habla de los dioses que murieron hace milenios, de los jóvenes que fueron arrasados por Akasha, de sus viejas guerras o simplemente de los viejos rituales funerarios que se dieron en varios pueblos a lo largo y ancho del mundo. No lo sé. No me atreví a hundir mis dedos en sus heridas, sólo me levanté y busqué el hueco perfecto entre sus brazos. Es un gigantesco inmortal que ha visto tanto, escuchado demasiado y sentido todo en su corazón justo donde se halla aún su alma.


Daría todo por volver al pasado y poder comer algunos frutos, caminar entre los árboles y dejar que mi alma retozara libre antes de caer en desgracia. Sin embargo, nunca ofrecería un segundo de su compañía como moneda de cambio.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt