Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Mi ángel

Hacía tiempo que Armand no escribía para Sybelle, pero aquí está otra vez componiendo algo para ella. Admito que tiene razón: Sybelle parece un ángel... o más bien... es un ángel.

Lestat de Lioncourt




El amor surge como una chispa de una cerilla, que va consumiendo rápidamente el fósforo y cada parte de ésta. Se convierte en esperanza cuando se deposita en una vela que dura eternamente, pero sólo si se protege. El amor también es música. Una melodía que no cesa, como la de una caja musical, que hace bailar a los enamorados hasta que ambos mueren de cansancio. Sin embargo, a veces, la música perdura incluso cuando sus cuerpos ya no están. Hay que creer en ello como si fuéramos niños, pues la inocencia de tan noble acto nos hace amar con la pureza de estos.

Había olvidado por completo la verdadera fuerza del amor, su sensibilidad, la pureza que éste desprende y el calor que calienta mis mejillas más que la sangre robada a mis víctimas. Me había convertido en un monstruo que buscaba a Dios a ciegas, en un mundo demasiado oscuro y perverso. Todos somos hijos de Dios, todos merecemos su amor y comprensión. Aún así, yo me consideraba hecho con un barro distinto que me había convertido en un ser de piedra. El paso de los años, las decepciones, promesas incumplidas y heridas profundas me habían convertido en un ser impávido frente al sufrimiento ajeno. Sin embargo, cuando la escuché llorar sentí que un ángel lo hacía buscando la misericordia de alguien más que Dios, de un ser que tomara partido, de otro ángel aunque fuese oscuro y terrible.

Sybelle era una mujer francamente hermosa. Un ángel sin alas, pero con la mirada llena de esa luz cargada de amor. Su sensibilidad era inmensa. Ella sufría. Había visto el sufrimiento reflejado en cientos de rostros, pero ninguno tan amable y bello. Sus mejillas estaban acaloradas por los golpes, sus lágrimas eran gruesas y se derramaban hasta su largo cuello de cisne. Tenía el pelo dorado, igual que el oro, y caían lánguidamente hasta sus hombros, menudos y huesudos. Era delgada, con cintura de avispa, y vestida en un traje simple que se pegaba a su figura ofreciendo una imagen similar a un desnudo. Su busto era firme, de pechos redondos y grandes. Tenía, por así decirlo, un ángel provocador e inocente que salvar. La bestia que la guardaba no era ni más ni menos que su hermano. Levantaba su voz y su puño para que ella diese lo mejor de sí misma, para que tocara como si fuera un arpa mágica.

Caía precipitadamente hacia el suelo, para caer y romperme en mil pedazos como una marioneta inservible, pero la vi y no pude hacer otra cosa que matarlo. Matar siempre se me dio bien. Matar era mi mejor oficio y opción en éste mundo. La muerte ha sido mi guía. Lo maté. Maté a ese depredador sin delicadeza. Bebí su sangre y lo dejé seco frente a ella. Lo destrocé. Salvé a mi ángel. Pero ella, más adelante, me salvó a mí con su ternura y su música.


Cuando beso sus carnosos labios, y dejo que sus manos acaricien mis cabellos, siento que el mundo entero desaparece. Las mariposas florecen como campos de amapola en mi vientre y mi pasión me convierte al fin en el hombre que jamás llegué a ser. Eternamente joven, eternamente adolescente. Soy casi un niño en apariencia, pero un viejo sabio que ya creía que el amor nunca tocaría a su puerta. Gracias a ella he escuchado la música del amor y sentido su calor. Ella es mi salvadora, no yo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt