Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 21 de septiembre de 2014

Seducción mortal

Y aquí, niños y niñas, tenemos a un periodista medio loco y a su torturador. ¡Quiero decir! Daniel y Armand. Con todos ustedes la persecución de bar más extraña. 

Lestat de Lioncourt 


El cigarrillo se consumía lentamente en el cenicero. Sus ojos, cansados y desganados, observaban como la colilla caía gris casi negra. Se preguntó por un momento cuándo empezó a fumar, pero lo había olvidado. Igual que había olvidado ya los motivos por los cuales ser periodista. El honor ya no existía. No había orgullo. Todo se reducía a una caza silenciosa. Su vida se había convertido en un salón lleno de almas, todas cubiertas por palabras pintadas con tinta fresca, que le observaban distraidamente mientras él las elegía. Era un asesino con la pluma, pues al elegir a uno de ellos y sacarle toda su vida, derramándola en cintas de cassette y libretas, se convertía en un monstruo. Se alimentaba de ellos. El poder de la información y el deseo era suyo, aunque era un poder muy limitado.

La nicotina no funcionaba hoy, tampoco el whisky. Nada iba bien. Tenía un montón de cintas con una buena historia, la mejor de su vida, en la guantera. Su editor había dicho que la haría público en cuanto la tuviera transcrita. Se haría rico y famoso. Tendría todo lo que quisiera. Las chicas no volverían a dejarlo de lado, podría ir a Las Vegas y correrse la fiesta que siempre ha deseado, incluso podría pagar al casero todo lo que le debía y comer en un buen restaurante sin esperar a que no escupieran en la comida. Pero no era suficiente.

Él estaba ahí. A pocos pasos. Sabía que lo estaba mirando. El vello de su nuca se levantaba y eso era mala señal. Pronto lo tendría a su lado, seduciéndolo con esa sonrisa cándida y unos cojos castaños tan profundos como su ponzoñosa alma. No comprendía que sucedía con él. Detestaba su presencia, era horrible porque rezumaba muerte, pero a la vez se sentía atraído y quería poner sus manos temblorosas en él.

—Ponle otra a mi amigo—dijo dándose impulso para subir al taburete.

—Niño, no es sitio para estar aquí—comentó la camarera—. No somos niñeras—masticaba chicle con la boca abierta, olía a fresas, pero su colonia de canela estaba mezclada con tabaco y cerveza. Sus labios eran carnosos y rojos, su minifalda muy estrecha y su escote exagerado. El sonido de sus tacones era algo que le taladraba el cerebro, aunque la música estaba ligeramente alta—. ¿Viene contigo este mocoso? No aceptamos menores, nos pueden cerrar.

—No es un niño, es un monstruo—chistó.

—¿Así me tratas Daniel?—susurró divertido, pues se notaba en su expresión cándida. Pestañeó lentamente y meneó suave su cabeza—. Quiero invitarte a un whisky de mejor calidad, algo que te ayude a olvidar—su voz era ligeramente femenina, por su timbre, pero sin duda era la de un hombre. Su aspecto caminaba entre su lado adulto y una frescura salvaje. Algunos hombres lo miraban con cierto deseo, ya que era carne nueva y algunos no miraban que tenían entre las piernas. Esa boca ligeramente abierta, de labios sensuales, apetecía. Incluso a él le estaba apeteciendo. Llevaba ropa vulgar. Una camisa negra abierta, otra sin mangas debajo de color blanco y de algodón, unos jeans desgastados y unas deportivas converse con uno de los cordones sueltos. Era el disfraz perfecto—. Daniel Molloy, periodista—dijo sacando una tarjeta de su bolsillo—. Me gusta que eligieras este papel, es muy suave.

—¿Quién te la dio? Porque yo no he sido—se la arrebató frente a la chica y la miró a los ojos—. No viene conmigo, me sigue que es distinto. Este mocoso no es más que un monstruo. Lo que tiene aquí delante sólo es ficción. Es un disfraz.

—Pues es un disfraz muy logrado—contestó ella mirándolo de arriba hacia abajo.

—Ponle un whisky—señaló una botella. Uno de esos whiskys que casi ni se vendían. Eran de las botellas caras, de esas que daba hasta lástima abrir—.Yo no beberé, pero puedo invitar—comentó colocando sus pequeñas y finas manos sobre la barra.

—No deberías seguirme—dijo tomando lo que restaba del cigarro, tirando la colilla en el cenicero y llevando la húmeda boquilla a sus labios. Dio una calada y apagó el cigarro, lo miró a los ojos y soltó el humo por la nariz—. Necesito paz.

—Te veo desmejorado, aunque esa chaqueta de cuero me gusta—se apoyó bien en la barra quedando girado hacia él. Sus pies no rozaban el suelo. ¿Cuánto podía medir? ¿Un metro setenta quizás? Algo así. Molloy le rebasaba en altura, pero no en fuerza. Si intentaba empujarlo terminaría con los brazos rotos—. Tienes un aire muy bucólico.

—¿Bucólico?—se echó a reír escuchando como el vaso se colocaba frente a él, aunque ni lo miró—. Llevo dos días sin poder dormir, la ropa la he lavado mal en una de las lavanderías de por aquí y ni siquiera la he planchado. Mira mis jeans, están rotos. Tengo el pelo revuelto y los ojos ojerosos. ¿Bucólico? Soy un desastre. Deja de halagarme.

—A mí me gustas así—sonrió como lo haría una mujer. Esa seducción peligrosa y tentadora que te llama, sugiriéndote más.

—¿Qué buscas?—dijo al fin tomando el vaso con su mano izquierda, apoyado en la barra de costado y con sus ojos, casi violetas, clavados en aquel aparente muchacho. El vampiro sonreía, seducía y se dejaba ver. Él no lo comprendía.

—A ti—respondió.

Daniel soltó el vaso y sintió un súbito mareo. Se levantó a duras penas del taburete y tambaleando se marchó al baño. Un ataque de pánico en toda regla. Tomaba conciencia que podía morir. Aquel vampiro le seguía y parecía jugar. ¿Los vampiros juegan con la comida? Tal vez ese sí.

El baño apestaba a orines. No esperaba nada bueno de un lugar donde la limpieza de la barra brillaba por su ausencia. Era un tugurio, como cualquier otro, en un mal barrio y con una pésima iluminación. Si había entrado era porque su coche se quedó sin gasolina, necesitaba una copa y alejarse de las cintas. Todo le daba nauseas. Incluso su propio reflejo le arrancaba arcadas. La puerta se cerró y quedó frente a los urinarios, el espejo sucio le mostraba su rostro pálido y su barba algo crecida por días sin afeitarse, sus zapatos parecían tropezar con todo y terminó apoyado contra una de las puertas de los inodoros. Quería huir. Deseaba ir a casa. Pero él hacia mucho tiempo, desde que tuvo la suficiente edad para montarse tras un volante, dejó de tener un sitio fijo donde vivir.

La puerta se abrió de improviso. El sonido de sus pequeños pies sonaron sobre las sucias y pringosas baldosas. Sus ojos chocaron con los suyos y notó su diversión. El sonido de la puerta cerrándose otra vez se camufló con las pisadas, el sonido de la tela crujiendo y sus manos se apretaron en puño golpeando la puerta. Quería gritar y no podía.

—Daniel—su nombre otra vez en esos labios—. Daniel—labios insistentes y mortíferos.

—¡Qué!—empezaba a sentir dolor de cabeza y ya no veía bien. El hedor era insoportable, su cuerpo tiritaba y pronto fue arrastrado hacia los lavabos.

Quedó apoyado en éstos, con la espalda pegada a los espejos, y las manos de aquel ser recorriéndole el rostro. Tenía las manos frías, igual que fría era la muerte, pero aún más fríos eran sus labios. Cuando lo besó no pudo dar crédito. Él cedió casi al instante. Era la primera vez que besaba a un hombre, aunque ¿podía considerarse esa criatura un varón? Parecía más bien una muchacha, pero con otro empaque. Era un ser siniestro y poderosamente seductor.

—Me he enamorado de ti—dijo con sencillez.

—¿De mí?—balbuceó.

—De ti.

Sus manos se movieron rápidas y bajó la cremallera. Pronto surgió su miembro de entre sus pantalones y ropa interior. Él se quedó paralizado por unos segundos y cuando recobró el aliento, así como un breve segundo de cordura, notó el aliento frío del vampiro. Su lengua se deslizaba por su glande y pronto sus labios apretaron ligeramente el resto de su longitud. Tenía los ojos entrecerrados, la camisa mal abrochada y el pelo revuelto. Era la viva imagen de un moribundo sintiendo las caricias de un ángel. Los ojos de aquella bestia brillaban de lujuria y sus dedos, largos y finos, apretaban sus caderas. Daniel estaba siendo tentado y la perdición era deliciosa.

—¿Qué demonios haces?—balbuceó aún mareado.

La excitación le hacía sudar, aunque ya sudaba. Parecía febril, como si hubiese contraído el dengue, y sentía la boca pastosa. El sabor del whisky y la nicotina se mezclaba. Estaba perdiendo el juicio. Sus manos se pegaron a sus sedosos cabellos que parecían fuego, sobre todo bajo la ligera luz ambiental que parpadeaba. Jadeaba, gemía y buscaba auxilio para su condenación. Su alma quedaría marcada, lo sabía. Aquella boca era demasiado seductora y parecía saber como tocar. ¡Esa maldita lengua! Estaba por perder todo en lo que creía, incluso en el miedo que lo mantenía alerta y concentrado en sus pequeñas divagaciones.

«Es sólo un truco, no caigas en él. No aceptes la seducción. Es un demonio. Un demonio. Deja que se vaya. Olvídalo. Huye mientras tengas fuerzas. ¿Tienes fuerzas Daniel? Yo creo que aún te quedan. Sé valiente.» Su mente era una olla a presión. Su mundo se desvanecía. Tenía una poderosa erección y sus caderas se movían sigilosamente. Terminó por levantarse y doblegar al ser que lo seducía. Fue sencillo, pues sólo tuvo que besarlo y pegarlo contra los lavabos. Bajó sus pantalones, buscó su blanco trasero y entró furioso. No había huido, no hizo caso a su cerebro racional. Sólo actuó. Sexo, sexo y más sexo. El movimiento de su pelvis. El placer exacerbado. La confusión dio paso a la lujuria y la lujuria a la necesidad.

—Daniel—dijo su nombre girando su rostro, con el lado izquierdo apoyado en la puerta, y con unos ojos que parecían los de un demonio. Seducía y calentaba. Veía el fuego quemándole.

La puerta se abrió. Un hombre corpulento quedó en el marco de la puerta, observando el espectáculo, y a pesar de su sofoco, como de sus fiebres, pudo ver en su expresión cierta gula. Armand no parecía una mujer, tampoco una niña y ni mucho menos un hombre. Era un ángel. Un ángel que se lamía los labios incitando incluso a ese borracho.

—Yo te puedo dar mejor—esa voz lóbrega, áspera y sucia le molestó. Era un tono lascivo demasiado recurrente en un hombre que solía tratar con putas, pues ninguna mujer en su sano juicio besaría esos labios mugrientos de dientes amarillos.

—Daniel—emitió un gemido lastimero y apretó el miembro de su interior—. Daniel...

—¡Largo!—gritó furibundo.

Daniel se apartó de su víctima, porque el vampiro había llegado a ser su víctima y no su cazador, para empujar al borracho y atrancar la puerta como buenamente pudo. Después, tambaleante, se acercó a él y ofreciéndole un beso rudo. Armand se abrazó a él lamiendo sus labios, cortando ligeramente su lengua y hundiéndola en la boca del reportero. Aquello le calentó mucho más. Era un elixir perverso. Sus manos palparon la estrecha cintura del pelirrojo y lo empujó contra la puerta de entrada, se hundió entre sus redondos glúteos y eyaculó.

Cuando acabó estuvo a punto de caer, pero Armand lo retuvo. Estaba febril y tuvo miedo, pero el calor que ahora tenía no era por el pánico, no era sudor por el miedo que le había provocado, sino por el placer que había liberado al fin. Rápidamente se vistió y colocó bien la ropa del muchacho, para salir de allí arrastrándolo. Dejó en la barra un par de billetes, lo sacó por la puerta y lo empujó dentro del coche.

—¿Te quedarás conmigo?—preguntó bajando ligeramente sus gafas—. Me necesitas...

—Tú me necesitas—respondió—. Soy la conexión a la nueva era de la tecnología.

—Daniel, me necesitas—repitió tomándolo del rostro—. Me amas, aunque no lo quieres aceptar. Serás mi amante mortal—decía besándolo ligeramente de forma tierna en las mejillas—.Te daré todo lo que me pidas.

—Tu sangre—musitó.

—Todo menos eso—dijo apoyando su cuerpo pequeño contra el suyo. Su semblante se entristeció. Había logrado tenerlo para él, retener unos minutos casi mágicos en un sucio retrete.


Tenía miedo. Ambos tenían miedo. Armand temía perderlo y él temía morir. El miedo los unió durante un tiempo, pero finalmente los actos más románticos pueden acabar con todo. Pero aquella noche, dentro de aquel tugurio y después en aquel coche, todo parecía ajeno. Un sueño. ¿Eso podía ser posible? Para Daniel sí. Estaba comenzando a quedar perturbado e inconsciente de todo.  

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Lestat de Lioncourt