David Talbot nos ofrece uno de sus misterios, narrados para nosotros como siempre con cuidado. Pronto ofrecerá sus entrevistas. No se pierdan sus actualizaciones.
Lestat de Lioncourt
Entre los amontonados informes, los
cuales registraba con meticulosidad británica, se hallaban algunas
hojas de un fichero que no logró rescatar de forma completa. Eran
tan sólo hojas desperdigadas, incluso amarillentas, que estaban
redactadas en máquina de escribir y firmada por algunos estudiosos
de la orden. El caso había sido uno de tantos, pero tenía especial
interés en él porque le suscitaba ciertas dudas. Se selló en
falso. Nadie ayudó al joven y se desconocía si seguía vivo. Hacía
más de veinte años del último informe del que él tenía
constancia, aunque sabía que existían otros.
Todo había comenzado cuando el
muchacho era sólo un niño. Tenía tres años cuando el primer
incidente ocurrió. Era un niño sumamente inteligente, que inclusive
sabía leer algunas palabras e intentaba aprender a un ritmo
desproporcionado para un pequeño de su edad. Sus inquietudes le
hacía ser bastante desobediente, preguntar por asuntos que nada
tienen que ver con los típicos juegos infantiles o con problemas que
pueden hacerte reflexionar a esa edad. Disfrutaba observando los
libros que aún no sabía leer, pero que un futuro cercano codiciaría
y necesitaría como refugio para sus pequeños problemas cotidianos.
Era un día de fiesta. Las bodas
siempre son celebraciones que encandilan a todos. Los regalos, la
tarta, el baile, la comida y sobre todo las risas se camuflan y
provocan que se pierda el sentido del tiempo. Su madre lo había
dejado con el pequeño grupo de niños, la mayoría mayores que él,
pero allí no había durado ni cinco minutos. Cuando ella alzó la
vista para verlo ya no estaba. Se había movido y nadie lo había
visto. Era como si se hubiese esfumado. Lo encontraron casi dos horas
después, deambulando sólo por los jardines cercanos mientras
observaba la hierba crecida, las flores y el cielo. La madre lo
atrapó entre sus brazos y le preguntó los motivos que había tenido
para irse, pues estaba asustada, y hasta llegó a pensar que podían
habérselo llevado. Él se encogió de hombros y dijo «Escuché como
me llamaban, pero nunca supe quien era.»
Los sucesos prosiguieron. El pequeño
tenía sueños recurrentes que asociaba a aromas, sensaciones y
palabras sueltas. Solía tener miedo a la oscuridad y sospechaban que
era la estratagema perfecta. Sin embargo, también lo veían caminar
a solas observando todo con atención como si intentara encontrarle
sentido a algo. Por lo demás era un niño intranquilo, como
cualquier otro, con sus juegos simples y sus deseos de crecer
demasiado rápido. A la edad de cinco años ya leía y escribía, con
siete hacía cálculos avanzados para un niño de prácticamente diez
años y con quince se aburría tanto en clases que escribía sus
propias historias. Las notas jamás supusieron un problema para él,
pero se sentía ridículo en un pupitre escuchando algo que ya sabía.
El aburrimiento llevó a este pequeño a odiar el colegio y
posteriormente el instituto. Destacaba por su aspecto pálido, de
ojos profundamente oscuros y manos grandes que escribían
compulsivamente. Era un prodigio en ocasiones, había logrado
publicar en periódicos locales y algunas revistas nacionales. Un
joven que no tenía miedo a explicar sus sentimientos, pero que a
duras penas soportaba a otros de su edad. Solía decir que eran
“demasiado simples” para soportar unos minutos a su lado.
Prefería los libros, la música y la
compañía de su mascota antes que soportar una charla insulsa. Su
madre solía estar casi todo el tiempo fuera de casa y eran sus
abuelos quienes lo cuidaban, prácticamente como un hijo, para que
creciera fuerte y sano. Poco a poco ellos murieron, igual que muchos
sueños que él tenía durante la infancia, pero seguía escuchando
esa voz, pasos, escalofríos y sensaciones que otros no sentían y
asumía que era su excesiva imaginación.
Tenía veinticinco años cuando ocurrió
otro de esos sucesos inexplicables. Se encontraba solo en el hogar
familiar. Había decidido prepararse un tentempié y escuchó la voz
de un hombre, el mismo que escuchó cuando era un niño, llamarlo
insistentemente por su nombre. Después, como si fueran ecos de otros
mundos, pasos por la casa y un portazo. Luego, silencio. No hubo nada
más. No lo contó, se guardó el misterio y decidió sentarse a
reflexionar sobre ello. Solía decirse que la soledad le hacía
imaginar cosas, cosas que no sucedían y que podían alentarle a
pensar que se estaba volviendo loco.
Sin embargo, no solía pensar en ello.
No era una obsesión como cuando era un poco más pequeño. El miedo
a la oscuridad cesó. Podía caminar incluso en la noche. Se sentía
extrañamente acompañado y protegido en plena oscuridad, pero a
veces escuchaba esos ruidos y tenía sueños extraños. Sueños que
podían llegar a ser perturbadores. A pesar de los años él seguía
con ese mismo sueño en el cual un asesino, cuyo rostro desconocía,
emitía un olor flatulento y le buscaba para llevárselo igual que si
fuera la mismísima muerte.
Cuando cumplió 28 años los sueños se
convirtieron en visiones. Tenía sensaciones extrañas en ellos. Al
despertar recordaba fragmentos que le torturaban, pues sucedían
hechos similares. En la vivienda las cosas siempre se habían
cambiado de sitio, como si no viviera únicamente él con sus escasos
familiares. A los 30 tuvo un hecho insólito.
Después de años de sensaciones
extrañas, incluso de verse en otro plano durante el sueño, la voz
le habló recitándole un poema. Ya no le llamaba, sólo le recitaba
un viejo poema que él recordaba y no sabía de qué autor era. Tardó
días en reconocerlo, era suyo de cuando tenía dieciséis años.
Talamasca se puso en contacto con él
porque lo atraparon indagando sobre sucesos paranormales, en una de
las casas investigadas por la orden, mientras anotaba con rapidez
ciertas conclusiones. Su historia se conoce por trozos, no al
completo. Ni siquiera conoce si terminó inmerso en un mundo
paranormal como él lo había hecho años atrás. Sin embargo, le
recordaba a él.
Talbot reconocía el patrón que en
ocasiones siguen los espíritus. Muchos de ellos desconocen como pasa
el tiempo en la tierra, algunos quieren dañarte y la mayoría
necesita que le ayudes. Incluso algunos hechos pueden ser saltos en
el tiempo que se fusionan, como si dos líneas temporales chocaran
igual que dos trenes. Sabía bien como era la sensación de verte
señalado por la muerte o por uno de sus últimos compañeros.
Deseaba saber el final de la historia, pero todo quedaba en suspenso.
Lo único que pudo era introducir sus datos en el ordenador y
olvidarse de ello, pues había otros documentos esperándole
amontonándose en la mesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario