Avicus power... más bien es Avicus pidiendo disculpas... Creo que ya va como tres veces que pide disculpas por algo que hizo porque no tuvo otra.
Lestat de Lioncourt
Disculparme quizás no sería justo. He
aprendido mucho durante todos mis largos años de vida, los cuales
pueden resumirse en siglos ya que son milenios. Apreciar la vida tal
y como nos la ofrecen, con su sabor natural, es un manjar que ya no
recuerdo. Mi infancia es borrosa. Sólo recuerdo que nací como
tantos otros en mi pueblo, con una espada en la mano y un escudo en
la otra. Recorrí largos trayectos, el sol despuntaba y ya estaba en
marcha. Mis guerreros sabían confiar en mí y yo confiaba en ellos.
No era un rey, tampoco un hombre excesivamente poderoso, pero tenía
mi batallón en el que confiaba mi vida y ellos me confiaban la suya.
Codo con codo, espada contra espada, luché por conquistar nuevos
mundos y hacer grande el nombre de mi pueblo.
Provengo de un mundo donde el pan se
gana con sudor y sangre. No hay desprecio a la vida, ni siquiera la
de un oponente. Rezas por ellos, oras por sus almas y sus familias,
mientras entierras la espada en su pecho. Aprendes a amar el hierro
forjado con cuidado y de forma brusca, con las caricias del martillo
del armero. Comprendes a tu caballo mejor que a ti mismo. Aprecias la
tierra removida que guarda los secretos de la muerte, sobre todo
cuando es un viejo amigo. Sabes escuchar en el viento a las ánimas y
también los gritos de guerra que tanto te animan. El amor, tal y
como lo conciben muchos ahora, era imposible. Te casabas
prácticamente para tener hijos, fuertes y sanos, y por compromiso
familiar. Aprendías que respetar a tu esposa era no matarla de
hambre, nada más. Y aún así, pese a todo, la comida que yo servía
era además con respeto. Siempre respeté lo que me dieron, pues
sabía que no me pertenecía en absoluto. La vida era un regalo de
los dioses y yo saboreaba cada instante como si fuera el último.
Siendo un guerrero nunca sabes cuando te van a matar o cuando
llegarás a casa.
Me arrancaron de mis valles, los
bosques preciados cercanos al río en el cual se asentaba mi pueblo,
arrastrándome con fuerza hasta Egipto. Allí ya era otra cosa. No
era un guerrero. Yo no era el hombre que había cruzado a galope
tierras lejanas y prometidas. Ella me miró, alabó mi fuerza, mi
belleza física y comprendió que era bueno que tuviera su poder. Un
poder que nunca quise, ni pedí, ni deseé y si hubiese sido por mí
habría rechazado en el acto. Después, un largo peregrinaje,
aventuras que ya parecen sueños lejanos y finalmente un árbol. Un
árbol que me retenía como si fuera un ave en una jaula.
Días y noches que eran una tortura
tras otra. Sentía dolor y sed. El frío calaba mis huesos. La vida
era miserable. Tantos siglos en la oscuridad y ni siquiera podía ver
a los árboles mecerse lentamente frente a mí. Sentía el bosque,
pero no podía apreciarlo. La libertad estaba ahí, aunque era
imposible tenerla. El fuego en la noche fue lo peor. Las llamas
recorriendo mi piel. Dolor y más dolor. Entonces llegó él.
Era un hombre de unos treinta años,
con el pelo largo casi blanco, sus ojos eran fríos pero no frívolos.
Pude ver que su tez era blanquecina y sus ropas eran pulcras. Estaba
recién afeitado, tenía el pelo cepillado y le habían colocado
esencias para que tuviera un aspecto más presentable. Parecía un
salvaje, pero a la vez era un guerrero y un sabio bien instruido.
—¿Has venido a salvarme? ¿Mis
plegarias han sido escuchadas?—pregunté desde las sombras.
—He venido a ser como tú, un
Dios—murmuró.
—Sólo soy un guerrero y eso, sin
duda alguna, ya lo eres...
El resto es historia. Por eso quiero
pedirle perdón. Lo condené. Condené su alma y su vida. Condené
todo. Dije amarlo, que lo hacía y aún lo hago, pero tiempo después
lo abandoné. Ahora que he regresado lo observo cada noche. Parece
distinto. Está hecho de otro material. No es el hombre que yo
conocí. No es un druida más. Es más sabio, más fuerte, más libre
y más tenaz. Se siente mortificado, pero a la vez se siente libre.
Es una mezcla de fiera salvaje y hombre moderno. Mael me asombra un
poco más que mis libros, aunque ellos siguen acompañándome desde
que supe que la cultura te da fuerza. ¿Es Mael también un libro?
¿Él me dará fuerzas? No lo sé. Prefiero pensar que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario