Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 18 de septiembre de 2014

Yo te condené

Avicus power... más bien es Avicus pidiendo disculpas... Creo que ya va como tres veces que pide disculpas por algo que hizo porque no tuvo otra. 
Lestat de Lioncourt 


Disculparme quizás no sería justo. He aprendido mucho durante todos mis largos años de vida, los cuales pueden resumirse en siglos ya que son milenios. Apreciar la vida tal y como nos la ofrecen, con su sabor natural, es un manjar que ya no recuerdo. Mi infancia es borrosa. Sólo recuerdo que nací como tantos otros en mi pueblo, con una espada en la mano y un escudo en la otra. Recorrí largos trayectos, el sol despuntaba y ya estaba en marcha. Mis guerreros sabían confiar en mí y yo confiaba en ellos. No era un rey, tampoco un hombre excesivamente poderoso, pero tenía mi batallón en el que confiaba mi vida y ellos me confiaban la suya. Codo con codo, espada contra espada, luché por conquistar nuevos mundos y hacer grande el nombre de mi pueblo.

Provengo de un mundo donde el pan se gana con sudor y sangre. No hay desprecio a la vida, ni siquiera la de un oponente. Rezas por ellos, oras por sus almas y sus familias, mientras entierras la espada en su pecho. Aprendes a amar el hierro forjado con cuidado y de forma brusca, con las caricias del martillo del armero. Comprendes a tu caballo mejor que a ti mismo. Aprecias la tierra removida que guarda los secretos de la muerte, sobre todo cuando es un viejo amigo. Sabes escuchar en el viento a las ánimas y también los gritos de guerra que tanto te animan. El amor, tal y como lo conciben muchos ahora, era imposible. Te casabas prácticamente para tener hijos, fuertes y sanos, y por compromiso familiar. Aprendías que respetar a tu esposa era no matarla de hambre, nada más. Y aún así, pese a todo, la comida que yo servía era además con respeto. Siempre respeté lo que me dieron, pues sabía que no me pertenecía en absoluto. La vida era un regalo de los dioses y yo saboreaba cada instante como si fuera el último. Siendo un guerrero nunca sabes cuando te van a matar o cuando llegarás a casa.

Me arrancaron de mis valles, los bosques preciados cercanos al río en el cual se asentaba mi pueblo, arrastrándome con fuerza hasta Egipto. Allí ya era otra cosa. No era un guerrero. Yo no era el hombre que había cruzado a galope tierras lejanas y prometidas. Ella me miró, alabó mi fuerza, mi belleza física y comprendió que era bueno que tuviera su poder. Un poder que nunca quise, ni pedí, ni deseé y si hubiese sido por mí habría rechazado en el acto. Después, un largo peregrinaje, aventuras que ya parecen sueños lejanos y finalmente un árbol. Un árbol que me retenía como si fuera un ave en una jaula.

Días y noches que eran una tortura tras otra. Sentía dolor y sed. El frío calaba mis huesos. La vida era miserable. Tantos siglos en la oscuridad y ni siquiera podía ver a los árboles mecerse lentamente frente a mí. Sentía el bosque, pero no podía apreciarlo. La libertad estaba ahí, aunque era imposible tenerla. El fuego en la noche fue lo peor. Las llamas recorriendo mi piel. Dolor y más dolor. Entonces llegó él.

Era un hombre de unos treinta años, con el pelo largo casi blanco, sus ojos eran fríos pero no frívolos. Pude ver que su tez era blanquecina y sus ropas eran pulcras. Estaba recién afeitado, tenía el pelo cepillado y le habían colocado esencias para que tuviera un aspecto más presentable. Parecía un salvaje, pero a la vez era un guerrero y un sabio bien instruido.

—¿Has venido a salvarme? ¿Mis plegarias han sido escuchadas?—pregunté desde las sombras.

—He venido a ser como tú, un Dios—murmuró.

—Sólo soy un guerrero y eso, sin duda alguna, ya lo eres...

El resto es historia. Por eso quiero pedirle perdón. Lo condené. Condené su alma y su vida. Condené todo. Dije amarlo, que lo hacía y aún lo hago, pero tiempo después lo abandoné. Ahora que he regresado lo observo cada noche. Parece distinto. Está hecho de otro material. No es el hombre que yo conocí. No es un druida más. Es más sabio, más fuerte, más libre y más tenaz. Se siente mortificado, pero a la vez se siente libre. Es una mezcla de fiera salvaje y hombre moderno. Mael me asombra un poco más que mis libros, aunque ellos siguen acompañándome desde que supe que la cultura te da fuerza. ¿Es Mael también un libro? ¿Él me dará fuerzas? No lo sé. Prefiero pensar que sí.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt