Michael y Rowan, para mí dos grandes amores. Muchos creen que sólo la amo a ella, pero no es cierto. A él también lo amo a mi modo. Jamás permitiría que le hicieran daño a Michael, pues tiene un corazón puro lleno de amor. Ella es para mí una de mis grandes pasiones, la mujer que me dio una última oportunidad para ser bueno.
Lestat de Lioncourt
Estaba apostado en el marco de la
puerta de su despacho, mirando hacia la mesa donde ella se
encontraba. La había visto inmersa mil veces en sus documentos, en
cientos de libros de medicina y revistas sobre avances científicos.
Ella era rigurosa, jamás perdía detalle alguno. Siempre centrada en
su trabajo, pues era su mayor pasión y su legado al mundo. Habían
ocurrido demasiadas desgracias en las últimas semanas, todas ellas
envolviéndola con ataduras que dejaron cicatrices y él lo sabía.
Podía ver cada marca en su alma con tan sólo mirarle a los ojos. Se
sentía impotente. Deseaba que la felicidad de nuevo regresara a su
vida, la cual había sido arrancada de su lado desde hacía muchos
años.
—¿Puedo entrar?—preguntó al fin.
—Es tu despacho, no el mío. Lamento
ocupar tu lugar de trabajo, pero estos días están siendo
demasiado...
—Crueles—terminó él la frase y
ella sonrió amargamente—. ¿Era eso?
—Iba a decir extraños, pero crueles
también es válido en estas circunstancias—dijo.
Aquellos profundos ojos grises parecían
batirse en duelo perpetuamente. No quería llorar. Mostrarse
vulnerable para ella era una derrota mucho mayor que el propio
sufrimiento. Deseaba mantenerse entera, mostrarse firme y consolar al
resto a pesar que era ella quien tenía la mayor herida. Julien había
sido muy cruel con ella, aunque era porque ambicionaba demasiado.
Aquel fantasma honesto, el que la ayudó hacía algo más de una
década, se había convertido en un cretino que manipulaba a todos.
Julien Mayfair, brujo poderoso que
había regresado del otro mundo. Él, el líder real de la familia,
había decidido que ella y todos volvieran a resplandecer como en los
viejos tiempos. La ambición llamó a sus puertas y él supo elegir
sabiamente, pero en su beneficio. Muchos lo adoraban, pues estaban
llenándose los bolsillos con una gran fortuna, pero ella se sentía
rabiosa por todo lo que había decidido a sus espaldas. Tener al
demonio bajo su poder, o como guía, había sido una gran
equivocación. Estaba segura que ese ser quería algo más a cambio.
Ella lo sentía. Por eso mismo intentaba apartarse del juego y seguir
siendo ella misma. Michael no sólo la apoyaba, sino que siempre se
hizo a un lado de esos macabros planes.
—Llevas días encerrada aquí y sólo
te mueves para ir al hospital. Todo no es trabajo, Rowan—su tono de
voz y su ceño fruncido denotaban que estaba preocupado.
—Vuelvo a ser estéril. Tan sólo
hizo que el demonio me otorgara feminidad para que ella volviera a la
vida en mi seno, para que volviera a sentirla—dijo clavando sus
ojos en él—. Ella está bien, está siendo cuidada por los
restantes Taltos. Todos están bien.
—¿Y eso te consuela o te
derrumba?—preguntó aproximándose a la mesa.
—Me consuela—dijo.
—¿Y por qué te noto derrumbada?—se
sentó frente a ella observándola con cariño. Siempre la miraba con
amor y dedicación. Estaba enamorado de ella desde el primer día. De
esos amores que hablan las revistas, libros de cuentos y las mujeres
que aún tienen esperanza en encontrar a alguien.
—Lestat me ha echado a un lado por mi
bien. Ha decidido que debo vivir mi vida, a tu lado, lejos de todo lo
que él es. Me ama, le amo y no puede ser—contestó echándose
hacia atrás, dejando su espalda apoyada en la silla.
—¿Me sigues amando a mí?—dijo con
pesadumbre.
—Siempre. Siempre te he amado. Pero,
a él también. Ya sabes mis sentimientos, Michael—dijo a punto de
echarse a llorar—. No se puede tener todo, pero yo quise creer que
sí. Me ilusioné con poder tener todo, igual que una niña
caprichosa. No pensé en las consecuencias y ahora me doy cuenta. Fue
un error, pero lo cometería de nuevo. Cometería ese error tantas
veces como fuese posible...
Michael sólo suspiró mirándola sin
saber que decir. Ella se incorporó del asiento, salió de detrás de
la mesa y se sentó a su lado, en la silla que tenía contigua, para
tomar sus enormes manos entre las suyas. Era un hombre fuerte, en
todos los sentidos, y ella a veces decaía. Realmente no estaba
confundido Lestat, él la cuidaría bien. Sin embargo, sentía que
merecía algo mejor que ella. Él merecía tener una familia normal.
Una de esas familias típicas con hijos correteando por el jardín.
Si bien, Michael no deseaba nada de eso. Él quería tener a Rowan
entre sus brazos y se conformaba con ver una tímida sonrisa en sus
labios.
Se inclinó hacia delante y la besó.
Ella no lo detuvo. Se dejó besar dulcemente por aquel hombre. Podía
ser brusco, por su aspecto, pero aquellos enormes ojos azules eran
tiernos y amables. Nunca había visto un hombre como él, que
antepusiera todo a la familia y, sobre todo, a ella. Era de ese tipo
de hombres que construía sueños con sus manos y que la hacía soñar
con un futuro sólido. Sabía que la decisión de permanecer a su
lado, alejada del vampiro, había sido honesta y certera. Pero, algo
en ella se moría. La ilusión de tener un poco de aventura en su
vida, quizás. Tal vez era la fascinación de ver la noche como vida
y no sólo como horas muertas en la cama. Sin embargo, él estaba ahí
sosteniendo sus manos y mirándola a los ojos con esa ternura que
tanto le fascinaba.
Había vuelto a casa. Ahora sí que
estaba en casa. Sin necesidad de hechizos o mandamientos venidos de
un antiguo fantasma. Ella había regresado por sí misma. El mundo
entero volvía a girar lentamente al lado del hombre al que le dio su
corazón cuando lo conoció.
Michael decidió levantarse y tiró de
ella, de sus manos, para después abrazarla en medio de aquella
habitación. Nada importaba más en el mundo que protegerla de los
monstruos, incluso de sí misma, para ofrecerle la felicidad y la
libertad que tanto deseaba. Él no podía controlar ese amor, era
algo que surgía con fuerza como la esperanza. Besó su frente,
acarició sus pómulos y sonrió notando que ella también sonreía.
De improvisto la tomó en brazos, como
el día de su boda, y caminó con ella hasta el pasillo, para ir a la
habitación que ambos compartían. Ella sintió su colonia, hundió
su nariz en su cuello y se abrazó a su ancho pecho. Y como si fuera
una niña, cansada de tantos días sin dormir, cerró los ojos y
comenzó a soñar con ese futuro que le había indicado Lestat. Un
futuro para envejecer junto al hombre que realmente importaba en su
vida y que no era otro que su esposo, un brujo de hermosos ojos
azules.
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