Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 21 de diciembre de 2014

Bondad, nieve y belleza

Ashlar era bondadoso. En numerosos pasajes sobre este Taltos se puede ver claramente su bondad.

Lestat de Lioncourt


Copo a copo las calles se llenaban de nieve amontonándose por doquier. El tráfico era imposible. En la televisión el hombre del tiempo hablaba sin cesar de las grandes nevadas que se estaban produciendo en ciertas zonas del país. El Estado de New York temblaba de frío y miles de indigentes parecían que tendrían serios problemas, pues los albergues estaban repletos. Desde mi escritorio, en el confortable apartamento que había adquirido hacía años, medité sobre las consecuencias del frío en el mundo. Recordé cuantos de los míos habían perecido al cambiar las tierras cálidas por las húmedas y frías de Escocia. Nos vimos obligados a huir de aquella erupción volcánica y tuvimos que agradecer que ya existiera medio de transporte que cubriera ambas costas.

Acabé llorando como un niño pequeño. Me abracé al prototipo de muñeca que se hallaba cómodamente sentada en mis rodillas. Miré por la ventana con la vista borrosa y suspiré. Tenía que hacer algo. Creo que fue el primer año que hice algo tan espectacular por todos los que se encontraban desahuciados de la bondad humana. Esa bondad que sólo surge en Navidad.

En cientos de ocasiones había realizado donaciones a los albergues de la zona, colaborado con campañas de juguetes para diversas fechas puntuales en el año, donado de forma anónima colchones y mantas, colaborado con la reincorporación al mundo laboral de hombres y mujeres muy cualificados pero en exclusión social y cenado con personas de todo tipo que se hallaban en la calle. Sin embargo, jamás había abierto las puertas de mi hogar a un grupo tan grande de personas. Sí, llamé de inmediato a varios de mis hombres y pedí que hicieran las gestiones oportunas.

El gran salón de juntas se llenó de bollos, café caliente, sopas, té humeante de melocotón, zumos, pasteles de chocolate o manzana, bocadillos y barritas energéticas. También había pequeños paquetes de aseo, mantas y almohadas. Todos ellos tendrían unas noches de hotel gratuitas y los que contaran con oficios interesantes, como artistas o personas que hubiesen trabajo en empresas de transporte, posiblemente optarían a nuevos puestos de trabajo en la nueva fábrica de juguetes educativos que estaba terminando de instalarse en las afueras de la ciudad.

Muchos me tacharon de buen samaritano, algunos incluso me llamaron cristiano de buen corazón, pero nada tenía que ver con la religión o los pasajes bíblicos. Lo único que deseaba era mostrar al mundo que se podía hacer mucho con un poco de esfuerzo. Algunos de mis trabajadores decidieron colaborar de forma desinteresada. Varias personas de la fábrica se acercaron con muñecas que ya no salían del stock, las cuales incluso habían sido retiradas del catálogo, para ofrecerlas a los niños que allí había. Deseaban pagar el importe de los juguetes, pero no lo permití. En realidad, mis muñecas eran suyas aunque les pagase por realizar el trabajo.

Ese día me sentí menos solo, pero aún así mi tamaño destacaba y mis viejos ojos parecían cansados. Abracé a tantos cuanto pudieron abarcar mis brazos. Besé la frente de muchas mujeres y las mejillas de hombres que parecían no tener nada en éste mundo, ni siquiera una pizca de amor. Tuve en mis faldas a niños de todas las edades. Esa víspera de Navidad, ese primer día de invierno, fue para mí especial y mágico. Los siguientes años, con las primeras nevadas, empezaba el ritual. Pedía que recogieran indigentes de las calles, los llevaran a mis apartamentos y les diesen techo, comida y aseo.


Tenía tanto dinero que no me importaba derrocharlo en algo que realmente merecía la pena. No lo hacía por aplausos, sino por el cariño y bondad que obtenía a cambio.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt