Mi hermosa Rowan... si muchos supiesen por el terrible dolor que pasó no juzgarían tanto sus pasos. ¿Ahora lo entenderán? Espero que sí.
Lestat de Lioncourt
Aún hoy puedo sentir su aliento pegado
a mi nuca, sus gigantescas manos de dedos largos recorriendo mi
cuerpo y su mirada profunda, cargada de fascinación y lujuria,
recorriendo mi figura. Juro que intenté evitar el dolor que
aconteció en la familia. Quise ser fuerte, pero sólo logré que me
arrojaran a la destrucción en cuerpo y alma. Caí al infierno de
bruces y no pude salir de él durante mucho tiempo, como si mi mayor
pecado fuese haber deseado ser madre.
Por aquellos días era joven y creía
que mi juventud me daría fortaleza. Muchos otros en mi lugar habían
sido doblegados y asesinados por la bestia que rondaba las paredes de
la mansión. Tenía diversos nombres, pero yo sabía a la perfección
cual era su voz y el acento que arrastraba en cada una de sus
palabras. No sólo era invención, como sucedía para la mayoría,
sino que él parecía seducido con la idea de conquistarme
tentándome, aterrándome y dirigiéndose a mí como la salvadora de
su historia. Una historia que desconocía por completo.
Michael siempre quiso ser padre. Yo
jamás sentí la llamada de la maternidad hasta que sus fuertes
brazos me rodearon, sus labios besaron mi rostro con ternura y vi en
sus ojos azules miles de sueños que yo también parecía querer.
Necesitaba darle hijos. Unos niños fuertes y sanos. Quería pequeños
tan inteligentes como nosotros, fuertes ante las adversidades y con
un enorme talento para superar cualquier reto. Sin embargo, me vi
convertida en la puerta a un terrible secreto.
Era la noche en la cual todo el mundo
parece gozar de la pureza de un momento entrañable. La Navidad
llamaba a la puerta con ritmo de villancicos, comidas copiosas y
brindis por un próximo nacimiento. Creí que una madre podía con
todo por proteger a sus hijos. Yo jamás había gozado de una familia
estructurada, pues mi padre adoptivo resultó ser repulsivo y mi
madre adoptiva siempre parecía temerosa. Quería la calidez de una
historia que sólo se pueden leer en los apacibles cuentos que
envuelven los preparativos y adornos de esas fechas.
Eché de la vivienda a Michael. Creo
que mi corazón se rompió en mil pedazos al ver su expresión de
miedo, preocupación y rabia. Temí que jamás me perdonara el
enfrentarme a solas con ese monstruo. Sin embargo, pensaba salir
ilesa y ofrecerle esa familia que tanto quería. En mi vientre estaba
Chris, nuestro hijo, confortablemente envuelto en líquido amniótico.
Mis manos acariciaron el abultado vientre que ya tenía y le prometí
cuidarlo, del mismo modo que cuida una leona a sus crías.
Fui estúpida.
Él me quería sola, indefensa y
embarazada. Deseaba que me dejara arrastrar por el pensamiento que yo
podía con todo. Tenía talentos sobrehumanos, pero no era nada
comparado con su ingenio para manipular y torturar. Sus largas manos
fantasmagóricas tiraron de mi hijo y se introdujo en su cuerpo. Me
hizo parir a semejante engendro. Mis pesadillas, las más terribles y
angustiosas, no eran comparables con ese momento.
Lloré, grité, recé y recuerdo que
caí inconsciente debido al shock del momento. Al despertar lo vi
convertido en un seductor hombre adulto. Sus ojos azules brillaban
con una malicia terrible, sus labios eran sensuales y tenía las
mejores cualidades de mi marido mezcladas con las mías. Desnudo, con
la piel de un bebé, me habló provocando que gritara. Era la madre
de una bestia, pero era su madre.
No sé que hubiese hecho otra en mi
lugar. Quizás huir hacia el rincón más remoto para evitar que se
aproximara. Si bien, yo era una doctora de éxito y podía investigar
su crecimiento. Necesitaba averiguar la verdad y saber que podía
cuidar a mi hijo. Él era mi hijo. Quise engañarme a mí misma
pensando que al menos lograría salvar su vida, pues yo se la había
dado. Era mi bebé, mi pequeño, aunque ya no pudiera llamarlo Chris.
Él era Lasher. Lasher el Taltos.
Los meses siguientes lejos de Michael,
la familia y siendo torturada física y mentalmente fueron terribles.
Cada palabra que pronunciaba me llenaba de miedo, los datos que
lograba en los diversos laboratorios eran inconcebibles, sus besos
eran pura tortura y el sexo se convirtió en una escapatoria fácil.
Dejaba de pensar en mis ataduras, el dolor de mis heridas, las
lágrimas derramadas, el saber que indudablemente él era mi hijo y
que sólo quería de mí leche y un vientre fértil del cual lograr
una hembra de su especie. Él buscaba en mí a Dios y quería que
Dios creara a su Eva.
Todavía, en mis más terribles
pesadillas, puedo sentir sus labios apretando mis pezones para
conseguir la tan ansiada leche. Aún puedo notar su lengua lamiendo
cada milímetro de mi piel. Sigo oliendo el hedor del lecho en el
cual me tenía atada durante días, e incluso semanas, y el dolor de
las heridas que laceraban mis frágiles muñecas. Quise matarlo en
más de una ocasión, pero mis poderes telequinéticos eran basura
comparado con su cerebro. También es posible que dentro de mí, en
algún punto de mi corazón, me contuviera. No podía manejar ese
asunto de fácilmente. Me vi superada, anulada, vejada y aún en mis
sueños soy incapaz de lograr vencerlo. He analizado mil veces esos
días, la hora crucial en la cual nació, y sólo veo fallos. Debí
pedirle a Michael que no se fuese de mi lado.
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