No siempre se ha visto la verdadera figura paterna de Julien. Un hombre algo estricto, aunque cercano. Lo hemos visto como el tío Julien, el amante Julien, el hermano Julien... pero como el padre pocas veces.
Lestat de Lioncourt
—Si dejamos a un lado que matar es
delito podemos decir que también es un arte muy cotizado. Un arte
que la familia sabe ocultar. Un arte que sin duda alguna tiene que
tener un sello propio. No puedes matar porque sí a quien de te debe
dinero, sería una estupidez. Un muerto no te paga el recibo que
falta en tu caja fuerte. Debes tener paciencia. Aprender que antes de
matar está la extorsión y que la extorsión es sin duda otro arte
más al largo listado que debes conocer—se movía con gracia por la
habitación. Nadie hubiese jurado que ya tenía una edad
considerable. Algunas canas asomaban en sus sienes y sus ojos azules
eran profundos como océanos terribles. Su traje de mil rayas de lino
era sofisticado y su corbata era de seda negra. Una corbata que
parecía una pantera rodeándole el cuello cual serpiente. Los
gemelos de esmeralda brillaban cuando movía sus largos brazos. No
era un hombre fornido, más bien tenía un aspecto delicado, pero
poseía una masculinidad atrayente.
—Lo he entendido—era casi un niño.
Tan sólo un muchacho. Quería ser todo lo que su padre era. Veía
aquel hombre como el culmen de la elegancia, el buen gusto y el
poder. Todas las mujeres quedaban boquiabiertas con su cortesía; los
hombres palidecían ante él, pero su sonrisa dulce y educada
también los conquistaban.
—Corland, te esperan grandes
cosas—dijo aproximándose al chico.
Se parecía mucho a él. Hubiese dado
cualquier cosa por tener la edad de su hijo, la inocencia reflejada
en su mirada y el poder que delegaría en sus manos a pesar de ser un
hombre. Las mujeres eran las auténticas diosas en la casa, pero él
era el único hombre que supo dominar a Lasher. Un dominio que estaba
fuera y dentro de la cama. Sabía embaucar y tenía que darle a su
hijo algo más que aspecto físico. Debía sacar el Mayfair que
llevaba dentro como si fuera un exorcismo.
—Padre—susurró notando sus dedos
apretando sus hombros—. Quiero ser como tú. Deseo llevar todos los
negocios. No quiero estar a la sombra de Stella. Sería terrible para
mí estar a la sombra de Stella. No quiero—dijo a punto de romper a
llorar.
—Te falta carácter. Tu madre te ha
convertido en una babosa llorona—comentó apartándose—. En New
Orleans no puedes mostrar ese carácter, Corland.
—Pero...
—Y en ninguna parte—añadió.
—Mejoraré. Sacaré mejores notas. Te
mostraré lo mejor de mí. Ya verás. Seré uno de los mejores
empresarios de la ciudad—frunció el ceño y se incorporó de la
silla, para luego precipitarse hasta la puerta saliendo con un
portazo muy dramático.
Entonces, como si fuese un genio de la
lámpara, Lasher apareció de entre las sombras rodeándolo. Sus
labios sedosos, e invisibles para otros, se posaron en la nuca de
Julien. Él sabía que deseaba. No iba a negar sus caricias y besos.
No podía permitir que aquel ser se sintiera rechazado. Además, lo
disfrutaba. Una vida al completo de mentiras y dolor era
insoportable. Lasher era su secreto, su victoria.
Notó como la gigantesca mano del
espectro se introducía en sus pantalones, rebuscaba en su ropa
interior y comenzaba a masturbarlo mientras él jadeaba su nombre
como un salmo desgastado. Los dientes invisibles mordisqueaban su
nuca, una respiración fría erizaba el vello corto de su cuello y el
torso de aquel gigante se pegaba a su espalda. Las caderas de Julien
comenzaron a moverse y pronto se bajó los pantalones, junto a la
ropa interior, con las manos temblorosas y sudadas. Justo en ese
instante notó como sus nalgas se abrían y él entraba. Justo cuando
caía de bruces sobre la silla que había ocupado su hijo en su
despacho. Empezó a mover sus caderas a un ritmo demencial y cuando
se pudo dar cuenta ya salpicaba el asiento, cayendo de bruces al
suelo y sintiendo su alma lastimada una vez más.
Como pudo limpió todo y abrió las
ventanas, para luego quedarse mirando al muchacho correteando por el
jardín junto al resto de niños que visitaban la casa. Sentía en su
pecho una congoja extraña. Debía protegerlos, pero a la vez tenía
que exponerlos. El secreto tendría que revelarse en su justo
momento. Por eso mismo ese día comenzó sus memorias, esas mismas
que fueron lanzadas al fuego por su hija mayor Mary Beth.
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