Petronia ha querido hablar de Manfred. Hay amistades raras y luego esta...
Lestat de Lioncourt
Un golpe del destino. Uno tras otro.
Como si fuera un combate a muerte y yo fuera el muerto. El que caerá
en la arena abatido, sin aliento, sin tiempo y sin destino. Eso fue.
Un golpe que se convirtió en soplo de aire fresco. Uno que no me
tumbó, pero me hizo cambiar. Golpe tras golpe, portazo tras portazo,
llegué a convocar a la caja de Pandora y la abrí. Comprendí
entonces que necesitaba mi espacio, mi mundo, mi verdad y mi
divertimento. Él sería mi marioneta, mi experimento, mi verdad y mi
secreto. Fue un golpe, como he dicho. Nada más que un golpe.
Era un alma perdida. Ni sé porque
ayudé a ese inútil. Quizás porque siempre me sentiré culpable por
todo lo ocurrido con el Vesubio y Pompeya. Vi arder a cientos, mi
mundo quedó sepultado bajo capas de lava ardiente y se ocultó
durante siglos al ojo humano. Era como si todo lo que había vivido
quedase perdido, como un vestigio de un sueño que nunca debió
existir. Entonces, tal vez, por eso no me negué a colaborar con un
inútil que se ahogaba en los charcos de Nápoles.
Ese estúpido e inocente muchacho se
convirtió en un hombre, rico, poderoso, con el nuevo mundo bajo sus
pies y una enorme mansión donde hacer de las suyas con su
encantadora mujer. Yo sólo necesitaba un lugar donde mantenerme
oculta de Arion, mi maestro, durante algunos días al año. La
convivencia entre mortales es tirante cuando pasan los siglos, se
vuelve monótona, y yo no quiero dejar a quien ha sido, y será, por
siempre mi nexo de unión con mi lado mortal, soñador y vivaz. No
deseo dejarlo, pero me canso. Él me dio ese golpe de efecto, ese
soplo de aire fresco, aceptando que me quedase en sus nuevas tierras
y de ese modo, como no, vincularnos para siempre.
Recuerdo la noche en la cual apareció.
Estaba más viejo que nunca. Apestaba a muerte. Pude ver el miedo en
sus ojos. Balbuceaba algo de un pacto nuevo. Él se quedaría a mi
lado, haciéndome compañía y siendo los ojos donde yo quisiera, a
cambio de una vida inmortal plena. No quería morir, pues sabía que
iría derecho al infierno sin su Virgnia, su primera y única mujer.
Debí rechazarlo, pero me pudo el
sentimentalismo barato. Y por eso, ahora, soporto a dos idiotas
jugando al ajedrez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario