Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 25 de enero de 2015

Duelo

Louis es un sentimental, pero yo a ratos también lo soy. No tenemos remedio.

Lestat de Lioncourt


—¿Cuántas veces hemos mantenido éste duelo de miradas? ¿Un millón de veces quizás? Lo desconozco—dijo acomodándose junto a mí.

Tenía un aspecto similar al del hombre moderno, elocuente y mordaz que solía ser frente a todos. Las gafas de cristal violetas estaban en la punta de su fina nariz. Aquella boca carnosa se movía de forma encantadora, con esa maldita sonrisa de diablo descarado que desconoce el pudor y las penurias, mientras me miraba con sus ojos grisáceos de tonalidades violetas y azules. Parecía un muchacho. Sus cabellos eran los de un león que se pavoneaba por la jungla de asfalto, alquitrán, hormigón y cristales de escaparates llenos de baratijas que ni siquiera él adquiriría. Llevaba una americana blanca, una camisa negra sin corbata y sin los primeros botones cerrados, con unos jeans negros ajustados de aspecto desgastado. Las botas eran viejas, pero estaban bien cuidadas. Esas mismas las había llevado hacía más de treinta años y me asombraba que aún las conservara. Era increíble.

—No lo sé, ¿llevas la cuenta?—respondió echándose a reír.

Parecía que todo había pasado, pero sabíamos que no era así. Aún quedaba mucho por hacer, comprender y vivir. Él me había dicho que yo no vivía, sino que malvivía. Había consumido mucho tiempo y esfuerzo por intentar mantener a salvo a los humanos y la escasa humanidad que tenía, pero era más bien un cínico jugando a las marionetas. Fui un estúpido. Reconozco que he cometido muchos pecados y el primordial era no ver lo que él me mostraba, no comprender sus silencios y esperar que supiese todo. Él no sabía mucho más que yo y lo poco que conocía, eso que se reservaba, era parte de una promesa.

Pero ya no importa. ¿O importa? Ya ni siquiera sé lo que importa realmente, si está bien o está mal que me importe... ¿Importa? No. A mí lo único que me importa es que no quiero que se vaya. He venido a verlo traicionando mi orgullo, dejando atrás las palabras hirientes de nuestra última discusión y aceptando que le necesito. Él es el único que me comprende realmente y eso me aterra. Me provoca una sensación de indefensión terrible.

Sin esperarlo me besó. Robó un beso como lo había hecho tiempo atrás. Tenía ese magnetismo animal que me atraía. Era un cazador con piel de santo y ojos de loco. Su lengua se desató en mi boca, mis manos se aferraron a las solapas de su americana y mi cuerpo reaccionó como el de un adolescente. Noté como mi camisa verde oliva era retirada por sus manos, como si fuera un artista cirquense y ese fuese su mejor truco, mientras mis pantalones de vestir parecían ser un muro de grueso cemento.

—Oh, Louis...—dijo separando sus labios de los míos. Su mano derecha se aproximó a mi rostro, levantó mi mentón con su dedo índice y apretó ligeramente con el pulgar bajo este—. Siempre cedes, mon amour—rió bajo provocando que yo me odiara de inmediato. Quería que me tocara aún más, que me arrancara todas las cadenas y me hiciese su esclavo. Lo deseaba. Estaba esperándolo. Igual que el lobo esperaba a Caperucita.

—Cállate...—chisté.

—Mon dieu...

De inmediato se tiró sobre mí, me desnudó y desnudó su cuerpo. La ropa salía disparada, el sofá quedaba pequeño y quedamos en el suelo de madera permitiendo que nuestros cuerpo se convirtieran en un amasijo de carne, sudor y suspiros. Temblaba por cada caricia como la vez primera, mientras él abría mis piernas con una facilidad increíble. Pude sentir su erección rozando la mía, así como mi vientre y mi ombligo, mientras sus dientes se clavaban en mis sensibles pezones. Cerré mis ojos, abrí mis labios y dejé que mis uñas se enterraran en su torso. Quería sentirlo tan dentro, llenándome, que no me importaba en absoluto si alguien más se encontraba en ese maldito castillo. Sabía que su madre estaba cerca, podía sentir la presencia de otro inmortal, pero la inmoralidad del acto me excitaba. Pensaba en las cosas que él había vivido en aquella estancia, todas convertidas en penurias y desastres, y que yo convertía aquellas paredes de piedra desnuda, escudos familiares y cortinas de seda en una película erótica.

Su lengua se deslizaba por mi torso, viajando hasta mi vientre, mientras desataba mis cabellos negros y ondulados. La mezcla de los suyos con los míos siempre me fascinó, era como ver el sol en plena oscuridad. Sus dedos, largos y hábiles, ya se enterraban entre mis nalgas y se hundían convirtiéndome en un animal dócil. Mis ojos, similares a los de un gato vagamundo, se convertían en los de un demonio sumiso que buscaban los suyos, de un color similar al cielo en plena tormenta, indicándole que me arrebatara la escasa cordura.

Y entonces, como si él supiese lo extraño y especial que puedo ser, terminó entrando de forma violenta. Grité, alcé mis caderas y busqué sujetarme. Sus piernas se movían rápidas. Sus caderas tenían un vaivén delicioso que me hacían escuchar las campanas del infierno. Esos labios, los suyos, eran pozos sin fondo cuando me besaba. No podía pensar. No quería pensar. Era incapaz de suplicar o hablar, tan sólo podía gruñir y gemir su nombre como si fueran salmos de una Biblia erótica y oculta a ojos de todos.

Él recitaba versos en francés, palabras románticas que podía decirle a cualquiera, mientras yo intentaba atraparlas como si fueran hechas especialmente para mí. Sabía como torturarme y darme todo. Era un maldito cobarde, pero a la vez el ser más valiente que conozco. Su miembro era una espada que se enterraba con violencia, completamente salvaje, abriéndome en dos mitades. Tenía las uñas clavadas en sus hombros, mis ojos perdidos en los suyos y las lágrimas brotaban como nuestros gemidos, cuando me sentí llegar. Eyaculé con grandes espasmos, cerrando los dedos de mis pies y alzando mi cadera mientras él se regodeaba y pavoneaba por mi rápida reacción. Dio un par de estocadas más, a cual más rápida y salvaje, para luego hundirse y terminar vaciándose en mi interior. Me llenó como siempre hacía, dejándome sin aliento y sin alma.

—Je t'aime—dijo, como un viejo cliché, y yo lloré.


Lloré más que nunca. Hundí mi rostro en su torso empapado en sudor sanguinolento. Lloré por mí, por él y por todo. Lloré porque no le creo, pero a la vez necesito hacerlo. Soy un maldito cínico que ya no sabe que hacer para llamar su atención, acaparándolo para mí, mientras sufro lo indecible y deseo que no me deje atrás. Soy un imbécil, siempre lo he sido y él lo sabe. Lo peor de todo es que él lo sabe y que es tan estúpido como yo.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt