Louis es un sentimental, pero yo a ratos también lo soy. No tenemos remedio.
Lestat de Lioncourt
—¿Cuántas veces hemos mantenido
éste duelo de miradas? ¿Un millón de veces quizás? Lo
desconozco—dijo acomodándose junto a mí.
Tenía un aspecto similar al del hombre
moderno, elocuente y mordaz que solía ser frente a todos. Las gafas
de cristal violetas estaban en la punta de su fina nariz. Aquella
boca carnosa se movía de forma encantadora, con esa maldita sonrisa
de diablo descarado que desconoce el pudor y las penurias, mientras
me miraba con sus ojos grisáceos de tonalidades violetas y azules.
Parecía un muchacho. Sus cabellos eran los de un león que se
pavoneaba por la jungla de asfalto, alquitrán, hormigón y cristales
de escaparates llenos de baratijas que ni siquiera él adquiriría.
Llevaba una americana blanca, una camisa negra sin corbata y sin los
primeros botones cerrados, con unos jeans negros ajustados de aspecto
desgastado. Las botas eran viejas, pero estaban bien cuidadas. Esas
mismas las había llevado hacía más de treinta años y me asombraba
que aún las conservara. Era increíble.
—No lo sé, ¿llevas la
cuenta?—respondió echándose a reír.
Parecía que todo había pasado, pero
sabíamos que no era así. Aún quedaba mucho por hacer, comprender y
vivir. Él me había dicho que yo no vivía, sino que malvivía.
Había consumido mucho tiempo y esfuerzo por intentar mantener a
salvo a los humanos y la escasa humanidad que tenía, pero era más
bien un cínico jugando a las marionetas. Fui un estúpido. Reconozco
que he cometido muchos pecados y el primordial era no ver lo que él
me mostraba, no comprender sus silencios y esperar que supiese todo.
Él no sabía mucho más que yo y lo poco que conocía, eso que se
reservaba, era parte de una promesa.
Pero ya no importa. ¿O importa? Ya ni
siquiera sé lo que importa realmente, si está bien o está mal que
me importe... ¿Importa? No. A mí lo único que me importa es que no
quiero que se vaya. He venido a verlo traicionando mi orgullo,
dejando atrás las palabras hirientes de nuestra última discusión y
aceptando que le necesito. Él es el único que me comprende
realmente y eso me aterra. Me provoca una sensación de indefensión
terrible.
Sin esperarlo me besó. Robó un beso
como lo había hecho tiempo atrás. Tenía ese magnetismo animal que
me atraía. Era un cazador con piel de santo y ojos de loco. Su
lengua se desató en mi boca, mis manos se aferraron a las solapas de
su americana y mi cuerpo reaccionó como el de un adolescente. Noté
como mi camisa verde oliva era retirada por sus manos, como si fuera
un artista cirquense y ese fuese su mejor truco, mientras mis
pantalones de vestir parecían ser un muro de grueso cemento.
—Oh, Louis...—dijo separando sus
labios de los míos. Su mano derecha se aproximó a mi rostro,
levantó mi mentón con su dedo índice y apretó ligeramente con el
pulgar bajo este—. Siempre cedes, mon amour—rió bajo provocando
que yo me odiara de inmediato. Quería que me tocara aún más, que
me arrancara todas las cadenas y me hiciese su esclavo. Lo deseaba.
Estaba esperándolo. Igual que el lobo esperaba a Caperucita.
—Cállate...—chisté.
—Mon dieu...
De inmediato se tiró sobre mí, me
desnudó y desnudó su cuerpo. La ropa salía disparada, el sofá
quedaba pequeño y quedamos en el suelo de madera permitiendo que
nuestros cuerpo se convirtieran en un amasijo de carne, sudor y
suspiros. Temblaba por cada caricia como la vez primera, mientras él
abría mis piernas con una facilidad increíble. Pude sentir su
erección rozando la mía, así como mi vientre y mi ombligo,
mientras sus dientes se clavaban en mis sensibles pezones. Cerré mis
ojos, abrí mis labios y dejé que mis uñas se enterraran en su
torso. Quería sentirlo tan dentro, llenándome, que no me importaba
en absoluto si alguien más se encontraba en ese maldito castillo.
Sabía que su madre estaba cerca, podía sentir la presencia de otro
inmortal, pero la inmoralidad del acto me excitaba. Pensaba en las
cosas que él había vivido en aquella estancia, todas convertidas en
penurias y desastres, y que yo convertía aquellas paredes de piedra
desnuda, escudos familiares y cortinas de seda en una película
erótica.
Su lengua se deslizaba por mi torso,
viajando hasta mi vientre, mientras desataba mis cabellos negros y
ondulados. La mezcla de los suyos con los míos siempre me fascinó,
era como ver el sol en plena oscuridad. Sus dedos, largos y hábiles,
ya se enterraban entre mis nalgas y se hundían convirtiéndome en un
animal dócil. Mis ojos, similares a los de un gato vagamundo, se
convertían en los de un demonio sumiso que buscaban los suyos, de un
color similar al cielo en plena tormenta, indicándole que me
arrebatara la escasa cordura.
Y entonces, como si él supiese lo
extraño y especial que puedo ser, terminó entrando de forma
violenta. Grité, alcé mis caderas y busqué sujetarme. Sus piernas
se movían rápidas. Sus caderas tenían un vaivén delicioso que me
hacían escuchar las campanas del infierno. Esos labios, los suyos,
eran pozos sin fondo cuando me besaba. No podía pensar. No quería
pensar. Era incapaz de suplicar o hablar, tan sólo podía gruñir y
gemir su nombre como si fueran salmos de una Biblia erótica y oculta
a ojos de todos.
Él recitaba versos en francés,
palabras románticas que podía decirle a cualquiera, mientras yo
intentaba atraparlas como si fueran hechas especialmente para mí.
Sabía como torturarme y darme todo. Era un maldito cobarde, pero a
la vez el ser más valiente que conozco. Su miembro era una espada
que se enterraba con violencia, completamente salvaje, abriéndome en
dos mitades. Tenía las uñas clavadas en sus hombros, mis ojos
perdidos en los suyos y las lágrimas brotaban como nuestros gemidos,
cuando me sentí llegar. Eyaculé con grandes espasmos, cerrando los
dedos de mis pies y alzando mi cadera mientras él se regodeaba y
pavoneaba por mi rápida reacción. Dio un par de estocadas más, a
cual más rápida y salvaje, para luego hundirse y terminar
vaciándose en mi interior. Me llenó como siempre hacía, dejándome
sin aliento y sin alma.
—Je t'aime—dijo, como un viejo
cliché, y yo lloré.
Lloré más que nunca. Hundí mi rostro
en su torso empapado en sudor sanguinolento. Lloré por mí, por él
y por todo. Lloré porque no le creo, pero a la vez necesito hacerlo.
Soy un maldito cínico que ya no sabe que hacer para llamar su
atención, acaparándolo para mí, mientras sufro lo indecible y
deseo que no me deje atrás. Soy un imbécil, siempre lo he sido y él
lo sabe. Lo peor de todo es que él lo sabe y que es tan estúpido
como yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario