Tarquin hablando sobre Manfred... seguro que están llorando.
Lestat de Lioncourt
He experimentado muchas cosas extrañas
en mi vida. Tantas cosas que ya ni siquiera recuerdo bien cual de
ellas ha sido la mayor de todas, pero la que mayor huella me dejó
fue aquel anciano llorando por mí, por la vida que me iban a quitar
de un plumazo y por los sueños que no cumpliría. Lloraba por mí de
una forma tan auténtica que me conmovió noches después, cuando
todo pasó y pude comprender que todo se había acabado. Algo en mí
había muerto para siempre y él lo sabía. Comprendía bien el
proceso porque él lo había vivido tiempo atrás.
Fue un acto salvaje y cruel. Un acto
que no esperaba. Sabía que debía enfrentar a mis miedos, dejando de
ser un cobarde, porque tenía defender lo que creía que era mío. Mi
juventud, o más bien mis hormonas adolescentes, no me permitió
razonar y recapacitar. Me metía en la boca del lobo. Y el lobo
aullaba con furia. Una furia que no pude controlar y que, por si
fuera poco, fue parte de un espectáculo terrible para aquel viejo.
Desde que era un niño, cuando aún ni
siquiera era capaz de pronunciar bien su nombre, me enseñaron su
retrato. Aquellos ojos parecían consternados por el dolor, sus
arrugas parecían papel de cartón mojado y esas canas, esas malditas
canas en el poco cabello que tenía, me recordaban al precio que se
debía pagar por la edad. Todos decían que enloqueció el día que
su mujer, Virginia Lee, fue enterrada. Había una nube de misterio
entorno a él. Muchos fantasmas se aparecían en aquella mansión,
pero ninguno era Manfred. El viejo Manfred, del que poco sabían sus
orígenes o sus últimos pasos. Se decía que tomó un bote, remó
por el pantano y se perdió. Algunos decían que el demonio con quien
hizo un trato se lo llevó y otros que los caimanes tuvieron un gran
festín que duró días. No era un demonio, sino un vampiro. Y yo
conozco bien a ese vampiro, pues es el mismo que me hizo lo que soy y
que otorgó dolor, sufrimiento y rabia a ambos en el momento crucial.
Cada lágrima que vertió por mí fue
como un poema de amor. Él me quería como si fuese un descendiente
suyo, pero en realidad ¿no era descendiente de Julien? Ese fantasma
que me había invitado a galletas y chocolate, que recitó para mí
aquel viejo poema y rió encantador mientras me negaba mi futuro
matrimonio con la hermosa Mona, la misma Mona que ahora yace a mi
lado convertida en un monstruo al igual que yo. Pero, ¿entonces por
qué mi forma de ser es tan similar a la suya? ¿Por qué soy tan
sentimental? ¿Es que hay algo que no sepa? ¿Quizás mi bisabuela
era su hija y por eso mi bisabuelo era incapaz de tomarla como
amante? ¡Quién sabe! Soy incapaz de formular la pregunta porque
quizás no quiero saberlo. Tal vez es demasiado enredo para mí. Un
árbol extraño, tan extraño, que me tortura. Un árbol cuyas raíces
se pudren en el pantano donde ambos desaparecimos y nos convertimos
en vampiros... vampiros en Nápoles, entre mafiosos y novias muertas
empapadas en sangre. Novios de la oscuridad, la tristeza, el placer y
la sofisticación.
Y todo por unos camafeos... unos
insólitos camafeos... un pantano... una gran suma de dinero y un
misterio que aún me provoca náuseas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario