Julien tiene una forma peculiar de enterarse de las cosas, ¿no creen?
Lestat de Lioncourt
Chocolate y galletas. Siempre fue mi
comida predilecta. Un chocolate caliente, un cigarrillo en mis labios
y una buena lectura en mi despacho. Aquello era una tentación, un
manjar de dioses, una sensación única que me enloquecía y me hacía
sentir feliz. La dicha de ese momento, con el cacao humeando, era sin
duda un placer digno de ser elogiado y recordado.
Aquel día, uno soleado y común en
apariencia, sentí que él venía a la mansión. La verja estaba
abierta, pues yo así lo había dispuesto, y el jardín parecía
rezumar en la fragancia de los Taltos enterrados bajo el gran árbol
central de nuestro edén. Aquello era el paraíso. En la zona
trasera, donde se solían colocar las mesas para el almuerzo o un
tentempié, ya estaban colocadas las sillas para nuestra pequeña
entrevista.
Él me siguió, como quien sigue a un
guía turístico, y se adentró en el misterio de aquella
perturbadora mansión que ha sido obsesión de muchos, codiciada por
algunos y el terror nocturno de varios. El cielo estaba despejado,
con algunas dispersas nubes de algodón, y los árboles nos daban una
sombra fresca y agradable.
Pedí que tomara asiento, lo cual hizo
con esa encantadora sonrisa en sus labios, y yo me senté frente a
él. Llené las tazas de cacao, dispuse las galletas y él recitó
conmigo unos viejos versos de un poema que saboreaba como el
chocolate. Ah, tan ingenuo y con un corazón tan limpio, aunque
cargado de ciertas preocupaciones y un ligero rencor, parecía
apropiado para mi adorada Mona. Sin embargo, su fino olfato, lo
delató.
—¿Puedes oler la fragancia del
jardín?—pregunté clavando mis ojos azules en los suyos.
—Por supuesto.
Una trágica respuesta. Él,
descendiente mío, con un apellido que no era propio para uno de mis
bisnietos, era un pretendiente ideal hasta ese momento. Mona no podía
tener más sobresaltos, ni más Taltos y por supuesto él no era el
acertado. Si ella quedaba embarazada de nuevo moriría.
Sin embargo, tuvieron que venir Rowan y
Michael a interrumpir. Desaparecí como desaparecieron las galletas,
el juego de tazas y el chocolate caliente. Sí, todo desapareció.
Quedó asombrado y aterrado. Él había conocido al patriarca, a la
verdadera voz de mando, de la familia Mayfair.
No hay comentarios:
Publicar un comentario