Ashlar estará congelado, pero Morrigan sigue siendo su amor.
Lestat de Lioncourt
El tiempo no logró derrumbar mis
escasas fantasías. Viví en una condena que parecía no tener
principio ni final. Me merecía los besos y caricias de la soledad,
el frío de las sábanas en la cama vacía y el dolor incesante de
saber que era el último. Lloraba contemplando los copos de nieve
cayendo sobre las heladas aceras. Observaba el rostro de ajada
porcelana, tan frágil, de aquella muñeca. Hablaba con ella de mi
tortura, el juego cruel del destino y la desdicha de mil años sin
compañía.
Pero, entonces, se obró el milagro. Un
milagro que hizo que el mundo volviese a girar sin miedo. Las viejas
costumbres empezaron nuevamente, como si fuese una obra de teatro mil
veces ensayadas, y creí morir en sus brazos junto a su tierno y
joven cuerpo. Aquellas pestañas se abrieron como las alas de una
mariposa, tan tupidas como rojizas, mientras sus ojos, de un verde
profundo, me ahogaron.
Fue hermoso conocerla, pues era como
ver caer una estrella fugaz. Su cuerpo de mujer era atractivo y
parecía vestido de lujuria salvaje. Sus manos se movían inquietas y
mi boca se convirtió en la mejor arma para desnudar sus pechos. La
contemplé como quien contempla una diosa. Decidí huir mientras
nuestras bocas se mezclaban, nuestro ardía en mitad de un paraíso
con nombre de infierno y la ropa sobraba. Un estallido de
sensaciones, hormonas y recuerdos nos cubrieron provocando que el
amor surgiera uniendo nuestros corazones. ¿Quién nos hubiese dicho
que se helarían?
Los pétalos de flores cayeron sobre
nuestras cabeza en una boda salvaje. La celebración más extraña y
solitaria, pero llena de simbolismo. Nuestros hijos vinieron pronto.
Nos sentimos dichosos. Vimos como caminaban y bailaban a nuestro
alrededor. La leche de tus pechos se derramaba. ¡Y pensar que ellos
serían nuestro mayor delito! Una familia convertida en polvo,
recuerdos y tinta.
El amor que te profesé era eterno,
como eternos seremos en los recuerdos guardados en el corazón de los
que nos amaron. Nuestras manos por siempre estarán unidas. Jamás
nos separaremos. Te amé con la humildad de un hombre solitario y con
la bendición de un santo.
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