Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 6 de febrero de 2015

¿Por qué, hija?

Mona padeció mucho la muerte de su hija, aunque más padeció la huida y el no saber si estaba bien o no. La comprendo, pues algo así viví con Claudia. 

Lestat de Lioncourt

Muchos hablan de dolor, injusticia o sufrimiento. Miles claman al cielo como si alguien pudiese responder, pero yo sé que no existe un Dios bondadoso que todo lo ve y te da la justicia que mereces. Si deseas justicia tendrás que buscarla tú, lográndola con esfuerzo, y consiguiendo que todos te escuchen. Sin embargo, ese es mi mayor problema. A mí nadie me escuchó jamás.

Hay quien puede pensar que soy una afortunada, pero estoy segura que jamás meditaron con calma mi pasado. Nunca he juzgado precipitadamente a nadie, aunque estoy acostumbrada que lo hagan conmigo de la peor de las formas. Mi dolor no merece ser escuchado, mis lágrimas no son sosegadas y mis palabras caen en saco roto. Sí, así sucede. No me hago la víctima, pues no lo soy. Y de ser víctima, si es que alguna vez me considerara una, sería de mis propias circunstancias y del mismísimo destino. Quizás debí gritar con mayor fuerza, entereza y deseo. Tal vez cometí un error al dar un paso hacia delante. Es posible que amara demasiado rápido y consumiera mi vida de una forma impropia. Los deseos, la carne, la fascinación por ser atendida con amor, un amor vacío y sexual, me calmaban.

Era una niña que jamás fue contentada. No tuve los privilegios de muchas otras. Las muñecas dejaron de interesarme. Los negocios, o la posibilidad de salir del hoyo donde me hallaba, era mucho más apetecible. Quizás puedo considerarme ambiciosa, porque lo fui siempre, y terca. Jamás he visto a una chica tan terca como yo. Pero no fui libre, ni me quisieron escuchar cuando tuvieron tiempo de hacerlo y ni mucho menos se culparon por ello. ¿Por qué iba a culparlos yo? Me niego. No voy a hacer un drama innecesario, aunque podría hacerlo y sé como lograr que todos se sientan tan culpables, miserables y maltratados como me he sentido yo. Creo que eso es un don. Un don muy retorcido que a vece uso, pero no es el momento. No quiero usarlo aquí.

Quiero hablar de ti. Hoy no merece la pena hablar de mí. Para hablar de mí están los archivos de Talamasca, los cuales pueden conseguir con facilidad pues fueron transcritos para todo el mundo. Una historia familiar que vio la luz y se convirtió en la comidilla de toda la ciudad. No. No quiero hablar de mí, pero sí de las lágrimas que derramé por ti.

¿Te has imaginado alguna vez cuánto he sufrido por ti? ¿Has podido tan sólo imaginarlo? Deseaba ser madre de nuevo para tener un ser como tú, otro monstruo, para que me llevase donde te encontraras. Pensé que él, o ella, podría rastrear tu aroma y encontrarte. Expuse mi frágil vida para conseguir abrazarte de nuevo. Morrigan... ¿por qué fuiste más valiente que yo? ¿Qué te dio valor? ¿Ese amor? ¿La lujuria que sentiste en sus brazos? ¿La comprensión con otros que tenían tu mismo destino? Dímelo, mi niña. Eras mi pequeña. Hice cientos de planes. ¡Tantos planes! Y todos fueron enviados al infierno sin retorno. Todos.

Mi dulce ángel de cabello rojizo, ojos enormes y labios de niña. ¿Qué hiciste? ¿Por qué? Dímelo. Quiero que me lo digas. Te veo ahí, muerta, completamente congelada sin siquiera poder mover tus dedos, esos tan largos y suaves, para atraparme, como una vez lo hiciste. Te veo ahí. Ahí en esa camilla donde tus hijos te lloran. ¡Tus hijos! Hijos tan similares a él y a ti. ¿Sabes cómo me siento al verte muerta junto a él? ¡Veros a los dos! Como si fueseis Romeo y Julieta. Y, sin embargo, no puedo decir nada. Sólo sé llorar a mi modo. No soy capaz de mirarte mucho rato. No soy capaz de admitir que estás muerta. Tan muerta como todos los sueños que yo tuve una vez. Muerta. Mi niña, estás muerta. Y él también lo está. Se ha librado de mis golpes, malas palabras, lágrimas y gritos. Se ha librado del drama de una madre. Te llevó con él, a un lugar recóndito, y no fue capaz de enviar siquiera una carta. Morrigan... ¿qué tenía este imbécil con nombre de santo que no tuviese tu familia? ¿Qué tenían sus besos que olvidaste el dolor de tu madre? ¿No fuiste madre? ¿Por qué no pensaste ni un sólo segundo en la tuya? ¿Tan caprichosa eras? ¿Tan cruel te volvieron los deseos de grandeza? Salvaje... eso decían de ti... que eras salvaje... ¿Y lo eres? ¿Lo eras? Dime. Dime que puedes aún escuchar mi ruego. ¡Escucha mi alma! Morrigan...


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt