Mona padeció mucho la muerte de su hija, aunque más padeció la huida y el no saber si estaba bien o no. La comprendo, pues algo así viví con Claudia.
Lestat de Lioncourt
Muchos hablan de dolor, injusticia o
sufrimiento. Miles claman al cielo como si alguien pudiese
responder, pero yo sé que no existe un Dios bondadoso que todo lo
ve y te da la justicia que mereces. Si deseas justicia tendrás que
buscarla tú, lográndola con esfuerzo, y consiguiendo que todos te
escuchen. Sin embargo, ese es mi mayor problema. A mí nadie me
escuchó jamás.
Hay quien puede pensar que soy una
afortunada, pero estoy segura que jamás meditaron con calma mi
pasado. Nunca he juzgado precipitadamente a nadie, aunque estoy
acostumbrada que lo hagan conmigo de la peor de las formas. Mi dolor
no merece ser escuchado, mis lágrimas no son sosegadas y mis
palabras caen en saco roto. Sí, así sucede. No me hago la víctima,
pues no lo soy. Y de ser víctima, si es que alguna vez me
considerara una, sería de mis propias circunstancias y del mismísimo
destino. Quizás debí gritar con mayor fuerza, entereza y deseo. Tal
vez cometí un error al dar un paso hacia delante. Es posible que
amara demasiado rápido y consumiera mi vida de una forma impropia.
Los deseos, la carne, la fascinación por ser atendida con amor, un
amor vacío y sexual, me calmaban.
Era una niña que jamás fue
contentada. No tuve los privilegios de muchas otras. Las muñecas
dejaron de interesarme. Los negocios, o la posibilidad de salir del
hoyo donde me hallaba, era mucho más apetecible. Quizás puedo
considerarme ambiciosa, porque lo fui siempre, y terca. Jamás he
visto a una chica tan terca como yo. Pero no fui libre, ni me
quisieron escuchar cuando tuvieron tiempo de hacerlo y ni mucho menos
se culparon por ello. ¿Por qué iba a culparlos yo? Me niego. No voy
a hacer un drama innecesario, aunque podría hacerlo y sé como
lograr que todos se sientan tan culpables, miserables y maltratados
como me he sentido yo. Creo que eso es un don. Un don muy retorcido
que a vece uso, pero no es el momento. No quiero usarlo aquí.
Quiero hablar de ti. Hoy no merece la
pena hablar de mí. Para hablar de mí están los archivos de
Talamasca, los cuales pueden conseguir con facilidad pues fueron
transcritos para todo el mundo. Una historia familiar que vio la luz
y se convirtió en la comidilla de toda la ciudad. No. No quiero
hablar de mí, pero sí de las lágrimas que derramé por ti.
¿Te has imaginado alguna vez cuánto
he sufrido por ti? ¿Has podido tan sólo imaginarlo? Deseaba ser
madre de nuevo para tener un ser como tú, otro monstruo, para que me
llevase donde te encontraras. Pensé que él, o ella, podría
rastrear tu aroma y encontrarte. Expuse mi frágil vida para
conseguir abrazarte de nuevo. Morrigan... ¿por qué fuiste más
valiente que yo? ¿Qué te dio valor? ¿Ese amor? ¿La lujuria que
sentiste en sus brazos? ¿La comprensión con otros que tenían tu
mismo destino? Dímelo, mi niña. Eras mi pequeña. Hice cientos de
planes. ¡Tantos planes! Y todos fueron enviados al infierno sin
retorno. Todos.
Mi dulce ángel de cabello rojizo, ojos
enormes y labios de niña. ¿Qué hiciste? ¿Por qué? Dímelo.
Quiero que me lo digas. Te veo ahí, muerta, completamente congelada
sin siquiera poder mover tus dedos, esos tan largos y suaves, para
atraparme, como una vez lo hiciste. Te veo ahí. Ahí en esa camilla
donde tus hijos te lloran. ¡Tus hijos! Hijos tan similares a él y a
ti. ¿Sabes cómo me siento al verte muerta junto a él? ¡Veros a
los dos! Como si fueseis Romeo y Julieta. Y, sin embargo, no puedo
decir nada. Sólo sé llorar a mi modo. No soy capaz de mirarte mucho
rato. No soy capaz de admitir que estás muerta. Tan muerta como
todos los sueños que yo tuve una vez. Muerta. Mi niña, estás
muerta. Y él también lo está. Se ha librado de mis golpes, malas
palabras, lágrimas y gritos. Se ha librado del drama de una madre.
Te llevó con él, a un lugar recóndito, y no fue capaz de enviar
siquiera una carta. Morrigan... ¿qué tenía este imbécil con
nombre de santo que no tuviese tu familia? ¿Qué tenían sus besos
que olvidaste el dolor de tu madre? ¿No fuiste madre? ¿Por qué no
pensaste ni un sólo segundo en la tuya? ¿Tan caprichosa eras? ¿Tan
cruel te volvieron los deseos de grandeza? Salvaje... eso decían de
ti... que eras salvaje... ¿Y lo eres? ¿Lo eras? Dime. Dime que
puedes aún escuchar mi ruego. ¡Escucha mi alma! Morrigan...
No hay comentarios:
Publicar un comentario