Sigo sin creer que todo lo que ocurrió
fue cierto. He visto cosas terribles, he sentido el aliento de seres
indescriptibles, y aún así no puedo estar seguro de nada. Jamás
comprenderé como algunos pueden atestiguar que las sagradas
escrituras, las cuales fueron redactadas hace milenios, son ciertas y
ocurrieron tal y como el escritor atestigua. Para mí son un cúmulo
de frases, miedos y sensaciones terroríficas que ha sentido el
hombre, lo ha plasmado como buenamente ha podido y lo ha expuesto a
otros igual de aterrados.
Cuando lanzas una pregunta al aire es
como lanzar una bala. Nunca sabes la trayectoria que tendrás, salvo
si sabes disparar. Sin embargo, antes no se tenía conocimientos
sobre las armas, ni el peligro que se corría manipulándolas y
utilizándolas sin prestar atención a nuestro alrededor. Una
pregunta puede ser así. Lanzas ésta esperando que no ocurra nada
malo, te la respondan y puedas vivir. La religión intentó descifrar
cientos de preguntas, culpar a diversos dioses y mitos de su
tragedia, y fue cambiando. Sin embargo, ¿cuál es la verdad pura?
¿Dónde alcanzó realmente el disparo?
Pese a todo hubo un tiempo que quise
subir a los altares. Quise ser bueno. Deseaba que todos me siguieran
como discípulos y aceptaran mi verdad como la única. Me cegué.
Terminé convertido en lo que más odiaba. Quería imponer mis
criterios, mis miedos, las preocupaciones más básicas y unas normas
que ni siquiera yo comprendía. Para ser un santo tienes que ser
bueno, pero por fortuna no soy capaz de abandonar mi egoísmo y todos
esos absurdos planes que tanta fama me han ofrecido.
Soy malo. Soy un malvado de libro. Vivo
gracias a la muerte de otros, ¿cómo voy a ser el salvador de almas?
Yo las condeno al olvido. Secuestro sus vidas y acumulo sus momentos.
No soy un héroe, pero me aclamáis como tal. Me habéis convertido
en una figura de referencia. Soy vuestra mayor fantasía, pero
también la muerte y ese miedo aún os paraliza mientras os fascino.
Dios no está en mis planes, tampoco el
demonio. Yo he decidido hacer mi propio camino y no es una autopista
al infierno, y por supuesto carezco de escalera al cielo. Sólo tengo
mis pasos por éste mundo y las decisiones inesperadas que acabe
eligiendo.
Yo soy mi propio discípulo.
Lestat de Lioncourt
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