Lestat de Lioncourt
Las calles parecían menos terribles en
mi época, como con otro encanto y un dulce desafío. Recuerdo el
sonido de mis tacones por las avenidas, el olor de los jazmines y el
dondiego llenando mis pulmones, así como el agradable frescor de las
noches de verano. La ciudad tenía otro encanto. Las luces no eran
tan llamativas y podían verse las estrellas. Todavía había
misterio en el mundo.
Al llegar al viejo barrio francés iba
cargada de intrigas, preguntas y necesidades. Compraba los útiles
necesarios a las mujeres libres, las cuales habían nacido de padres
que apenas sabían que era la libertad. La esclavitud se abolió,
pero no la condena racial que aún los trataba como escoria. Para mí
no lo eran. Mi familia siempre trató con educación y respeto a los
esclavos que poseíamos, llegada la liberación de éstos fueron
contratados con igualdad de condiciones que un ciudadano blanco.
Ellas para mí eran inteligentes, inquietantes a veces, pero llenas
de conocimiento que yo deseaba absorber. Sabía que algunas tenían
lazos de sangre con los nuestros, pues mi tío Julien había decidido
jugar demasiado a levantar las faldas, enamorar y engatusar a
cualquier mujer que tuviese una chispa de belleza.
Allí, en los barrios más bajos, me
encontraba como en mi propia casa. Solía bailar hasta altas horas de
la noche, pero también tenía mis consejos. El vudú era importante
para mí. Quería ayudar a Lasher a conseguir su objetivo, pues de
ese modo sería liberada de su yugo y podría ir donde me placiera.
Deseaba recorrer el mundo sin tenerlo a él a mi lado, susurrando sus
perversas lisonjas y sus inquietantes versos. No quería escucharlo
más. Deseaba conseguir un cuerpo para él, hacerlo material, y
lograr así la liberación de mi alma. Si bien, no sirvió para nada.
Por mucho que lo intentara jamás logré
que él consiguiera su maldito cuerpo. Ahora, tras más de un siglo,
me siento cómodamente sobre las ramas de éste vetusto y antiguo
roble. Observo la tierra cubierta de césped, flores y lágrimas. Ahí
abajo, bajo una pequeña capa de tierra, yace su cuerpo junto al de
la mujer que logró engendrar con su propia madre. Mi querida Rowan,
mi bisnieta, sufrió lo indecible y casi muere tan joven como todas
nosotras. Sin embargo, me divierte saber que él ha terminado
condenado a un agujero y las brujas siguen celebrando sus fiestas
cerca de la piscina, mi piscina, olvidándose del dolor y del yugo de
un infeliz.
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