Lestat de Lioncourt
Durante años he estado guardando mi
más terrible secreto. Jamás he sido del todo feliz. Mi vida se ha
basado en la mera contemplación del mundo, aceptando que no encajaba
en las paredes preestablecidas que éste me ofrecía. Liberaba mi
alma con libros llenos de pasión, conocimiento, verdad y fantasía.
Dejaba que mis ojos se deslizaban por cada línea convirtiéndose,
como no, en la única droga posible. Me sentía seducido e inquieto.
Intentaba olvidar que el hombre que amaba, aquel por el cual hubiese
dado mi vida entera, jamás me miraría como algo más que un buen
amigo, un compañero indiscutible para las eternas e infernales
discusiones sobre literatura clásica, sociedad, historia o los
sueños más perversos del hombre moderno.
Londres es una ciudad inmensa, pero se
queda pequeña cuando amas de esa forma. Quieres gritar, aunque sólo
logras suspirar mientras miras por la ventanilla del autobús.
Comprendes que tu vida, la vida que llevas, será tu cárcel, tu
tumba, tu secreto y por ende un terrible dolor que calará hasta los
huesos. Por eso mismo acepté la petición de una vieja conocida, a
la cual admiraba con fervor. Deseaba que fuese el profesor de su
sobrino nieto. Acepté de inmediato. Había amado durante veinte años
a alguien que nunca comprendería mi terrible secreto. Durante
décadas no dejé de tener amantes, pero ninguno sirvió para
consolar mi alma.
Creí que había huido. Pensé que
había logrado respirar de nuevo. Me sentí liberado nada más llegar
a la húmeda, hermosa y misteriosa Nueva Orleans. Sentí un afecto
increíble por sus calles abarrotadas, sus viejos y misteriosos
edificios y el colorido de su sociedad. Se podía sentir una pasión
distinta, pero todo se truncó cuando crucé mi mirada con la suya.
Esos ojos azules, como los de un gato persa, permitieron que mi viejo
corazón diese un vuelco y se condenara una vez más.
Aquel joven, ligeramente desgarbado, de
finos modales y educada sonrisa triste me resultó atractivo. Era tan
apetecible que quise retenerlo entre mis brazos, besar sus labios
carnosos y hacerle el amor allí mismo. Fue una reacción extraña.
Me había olvidado de mi viejo amor en tan sólo unos segundos. Era
como si me hubiese percatado que el mundo tenía más belleza, más
cosas que ver y sentir, y yo había estado desperdiciando mi tiempo
llorando por alguien que no me haría feliz.
Sin embargo, no me arrepiento. Ahora
pertenezco a éste país, tan distinto al mío, y a una ciudad llena
de misterios que todavía no he logrado desenredar. No pienso
marchame ni olvidar el amor que todavía conservo hacia Tarquin
Blackwood.
No hay comentarios:
Publicar un comentario