Akasha era una mujer muy poderosa, pero no dejaba de ser una mujer. Comprendo que tuviese sus debilidades, como todos. Ella tenía sus deseos y sus necesidades. Y él, Gregory, una pasión que no podía ocultar.
Lestat de Lioncourt
Aún puedo escuchar con claridad el
zumbido de los insectos cerca del agua. La arena negra y fértil
cubría gran parte de la orilla. El calor sofocante del día había
acabado y, al fin, había llegado la noche cargada de eternas
estrellas que parpadeaban con la belleza que ya parece devaluada. Era
hermosa aquella estampa tan salvaje, la cual no he vuelto a tener. No
recuerdo noches como aquella.
A mis espaldas estaba el esplendoroso
palacio. Allí, en su cuna, lloraba un niño. Había nacido mientras
yo estaba fuera, en una misión de exploración hacia el sur.
Teníamos nuevo territorio conquistado, pero no estaba celebrándolo.
Un nudo en mi garganta evitaba que pudiese pasar la cerveza, el pato
asado, los dátiles y las uvas. No era capaz siquiera de poder pensar
en algo más que en aquel llanto tan fuerte, tan enérgico y tan
inocente.
Ella salió fuera, como hacía siempre
en las noches más cálidas, y quedó a pocos metros con sus ojos
clavados en mí. Ojos profundos, oscuros, llamativos y femeninos.
Unos ojos que me hablaban de poder y tragedia. La contemplé durante
varios minutos sin decir nada. Dejé que el tiempo pasara muriendo
lentamente entre nosotros, pues quería que ella hablase primero.
—Tengo un heredero—dijo con
orgullo.
Las mujeres no le servían. Ellas sólo
serían consorte de un inútil mayor a Enkil, su supuesto padre. Era
un guerrero táctico, un hombre dispuesto a morir, pero no sabía
hacer feliz a su reina. Era incapaz de ofrecerle algo más que joyas
y poder. Pero él, aquel niño que lloraba como si fuera un mesías,
era distinto.
—¿Cuánto hace que nació?—pregunté
apretando mis puños.
Había estado fuera por más de cinco
meses, tiempo más que suficiente para su nacimiento. Si bien, sabía
perfectamente que ese niño se había gestado en nuestras tórridas
noches de pasión. Las mismas noches en las que me juré no regresar
de nuevo a su lado.
—Un mes—susurró caminando hacia mí
con la misma elegancia, feminidad y poder que lo había hecho
siempre.
Sus pechos estaban llenos, pues se
encontraban inflamados por la leche. En ésta ocasión no permitiría
que otra amamantara a su criatura. Veía en ella orgullo y amor. Un
amor distinto al codicioso amor por el trono. Tenía la figura menuda
otra vez, con sus amplias caderas y su estrecha cintura. Volvía a
ser la reina erótica y grandiosa que todo el mundo temía y amaba a
la vez.
—¿Es mío?
Soltó una carcajada ante mi pregunta.
Esa fue la única respuesta que tuve al respecto. Después, como si
nada, me abrazó rodeándome por el cuello y besando mis labios.
Estaba perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario