Lestat de Lioncourt
Aún puedo escuchar con claridad el
zumbido de las moscas sobre los cadáveres que apilaba, para luego
cortar sus cabezas e introducirlas en frascos de formol. Los
deprendía de su escasa humanidad, arrancándoles la ropa y
prácticamente la piel a tiras. Sus manos, finas y suaves, eran las
de un cirujano torpe. Ella creía en una especie de alquimia o magia
que la haría ser la favorita del hombre que realmente amaba.
Mi padre nunca había sido un gran amor
para mi madre. Él era tan sólo un cantante de ópera apuesto,
irlandés y con escasa ambición más allá de unas noches de juerga.
No recuerdo mucho de él. Murió joven. Soy incapaz de recordar sus
brazos alzándome, pero creo que alguna vez lo hizo. Sí recuerdo sus
rasgos varoniles, algo toscos, pero elegantes. Mi madre tenía un
retraso suyo en casa, el cual se perdió y no he vuelto a dar con él.
Queda un daguerrotipo pequeño donde él posa sentado, apoyado en la
mesa y con una sonrisa de triunfo. Creo que esta ebrio cuando aceptó
que captaran su imagen con esa vieja, pero en aquella época moderna,
forma de hacer fotografía.
El Impulsor, El Hombre, que la tenía
presa de una febril locura era su amor. Ella deseaba por todos medios
que aquel apuesto fantasma, el cual creía ella que era un demonio,
cobrara vida en los pobres hijos de los esclavos que habían muerto
recientemente, en cuerpos de enfermos jóvenes o de muchachos que
había sacado de su tumba para hacerle un favor. Los cuerpos cobraban
vida durante unos minutos, pero luego nada. Él desaparecía uno o
dos días, para luego volver a danzar alrededor mía. Mi madre nunca
lo supo, lo confieso, pero él me eligió a mí hacía mucho tiempo.
Ella ya no era de su interés.
Ahora miro por la ventana de ésta
casa, construida por el alcohólico irlandés que se casó con a la
pobre idiota de mi hermana, y observo ese hermoso árbol con esas
letras tatuadas, como si fueran una premonición. No soy más que un
fantasma que se aferra con fuerza a éste mundo porque no existe ni
cielo ni infierno, sólo la oscuridad más terrible y sofocante. Me
pregunto dónde estará ese fantasma, aunque acepto que lo siento.
Siento su presencia desde el mismo día que la lluvia cayó cuando
murió. Una terrible tromba de agua que limpió su sangre en el
camino hacia la verja.
“La llave mató al demonio mientras
la puerta quedaba cerrada...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario