Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 15 de octubre de 2015

Perversos versos de pasión

Ésto lo veía venir, pero porque Amel me lo comentó. Avicus y Flavius...
Lestat de Lioncourt

Sabía donde se encontraba. Buscaba el consuelo de sus brazos cálidos y firmes. Necesitaba hundirme en sus ojos azules, penetrantes y apasionados, que se desvivían por las sinuosas líneas de algún libro profano, malsano para muchos, indecente inclusive o simplemente estrafalario. Él leía cualquier libro, pero sobre todo libros extraños que nadie parecía apreciar. No era el típico lector, yo tampoco lo era. Me había desvivido durante algunos años en encontrar ejemplares únicos, a veces solo y a veces en su compañía, por los diversos puestos ambulantes en mercadillos, librerías consumidas por el polvo y la humedad, bibliotecas de todo el mundo y fastuosos edificios modernos que parecían haber perdido el alma de cada uno de sus empleados. Él era mi consuelo. Me veía reflejado en su pasión, esa droga dulce llamada literatura, y me conmovía la forma en la cual recitaba. Había sido creado para el deleite y la compañía, para el consuelo y el ánimo.

Recorrí los largos pasillos enmoquetados, observé de reojo las diversas pinturas de óleo que colgaban en las paredes y las numerosas estatuillas. Gregory tendía la mano al arte, al coleccionismo, y la belleza sin igual de algunas piezas únicas. Él nos había juntado bajo un glorioso edificio en Suiza, un lugar espléndido pero algo húmedo y frío. Mis pasos se precipitaron cuando alcancé la puerta de la biblioteca y lo vi recostado sobre aquel diván, de color rojizo y de robustas patas de león recubiertas de pan de oro.

Era hermoso. Sus cabellos castaños, con reflejos dorados, caían ligeramente sobre la pieza. Tenía el torso desnudo y las piernas sólo estaban cubiertas por unos calzones al más puro de la Roma clásica. Las sandalias estaban tiradas a un lado de la habitación y sus pies desnudos, perfectos y similares, parecían haber sido siempre así. Aquella pierna era una maravilla de la genética, de la ciencia, de la medicina y de las manos de Fareed.

Sabía que me había escuchado entrar, incluso sentido el corazón mientras recorría todo el edificio buscándolo, pero no desvió la atención de su libro. Sólo empezó a recitar el poema en voz alta y eso me extasió. Sus labios carnosos se movían suavemente, con una cadencia distinta, mientras sus ojos parecían alborotarse como las llamas de la chimenea que ya estaba encendida. Cálida la estancia y cálido él, pues parecía haber ingerido algo de sangre hacía sólo unas horas.

Me acerqué sentándome a su lado, justo al otro costado del diván, para colocar mi tosca mano derecha debajo de su prenda. Él echó la cabeza hacia atrás y permitió que contemplara su cuello largo, delicado y atractivo. Besé su nuez de adán, igual que su hombro izquierdo, para luego deslizar mi lengua cerca la de la comisura de sus labios. Mi dedo índice se hundió en su entrada y él abrió sus piernas para que gozara del calor que emitía su cuerpo. Me miró con los ojos entreabiertos y siguió recitando su poema, pero libro había caído de sus manos precipitándose contra la moqueta.

Había ingerido sangre mezclada con una fuerte dosis de la droga excitante de Fareed, esas deliciosas hormonas que provocaban que entráramos en un estado de deseo similar al que habíamos tenido siendo humanos, y decidí compartirla. Mordí mi lengua y le ofrecí mi sangre, pastosa y concentrada llena de testosterona, que provocó un rápido efecto en él. Su lengua se pegó a la mía luchando como si fuese una mordaz espada. Por mi parte, y con cierta violencia, le arrebataba el calzón convirtiéndolo en jirones. Yo, loco de deseo, había ido a buscarlo desnudo y entregado. Mi dedo, por lo tanto, dejó paso a mi miembro y mis brazos rodearon su estrecho cuerpo pegando su espalda, mucho más pequeña que mi torso, contra mí.

Gemía con los ojos cerrados, pero con los labios carnosos y húmedos bien abiertos. No se contenía en gritar aullando mi nombre, rogándome que rompiera el silencio de aquella biblioteca con mis gruñidos y delirios. Mi boca besaba con ansias su cuello, mordía la cruz de su espalda y rozaba sus hombros. Mis cabellos se pegaban en mi frente, del mismo modo que los suyos en la propia. Los movimientos de mis caderas eran firmes, toscos y violentos, pero él parecía delirar con cada uno de ellos. Era la primera vez que teníamos un encuentro como ese, pero sabía que no sería el último.

—Déjame a mí... darte placer como nunca te lo han dado...—susurró jadeante.

Salí de él y le observé incorporarse, para luego ayudarme a colocarme sobre el diván. Una vez mi cabeza reposaba en el mueble, y mi espalda estaba completamente firme sobre éste, él se colocó sobre mí comenzando a montarme como si fuese un caballo salvaje. Su cabeza cayó hacia atrás, pero mis manos se pegaron a su torso reptando hasta sus pezones, los cuales pellizqué con furia, para bajar hasta sus caderas y ayudarle con el balanceo atroz que él me ofrecía.

—Flavius...—murmuré su nombre.

—Dulce guerrero... hazme el amor como a las esclavas... dirige tu espada contra el centro de mi universo y hazme callar en lamentos de placer—jadeó moviendo suavemente sus caderas, como si ni siquiera moviera su figura, para luego trotar con furia perversa. Se detuvo al notar, con cierto orgullo, que me derramaba en su interior—. Dame la leche de tu ánfora y sacia mi sed. Haz que éste locuaz termine convertido en tonto por el amor de las musas, Venus y tus ojos oscuros—susurró, moviéndose suavemente, y dejaba que mis manos lo masturbaran. Apreté sus testículos con la zurda, mientras con la diestra jalaba de su sexo. Apreté su glande con cierta fuerza y él se dejó llevar.


Allí, sobre mí, trifuante y perverso, lo vi sonreír como lo haría una mujer satisfecha y un guerrero victorioso. Me incorporé mientras tiraba de él, agarrándolo de la nuca con la mano izquierda, y lo besé. Sabía que era mío. Era el primer amante que lograba doblegarlo y doblegarme.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt