Lestat de Lioncourt
Es divertido jugar a ser Dios, ¿no es
así? Disfrutáis arrancando los misterios de éste mundo, dándoles
una explicación adecuada y comedida, para no sentir el pánico de
una existencia vacía, sin fe y con un orgullo demasiado elevado.
Aceptáis los cambios violentos que sacuden a los conocimientos como
si fueseis máquinas predispuestas, puros ordenadores que procesáis
información sin asimilarla ni comprenderla, y que, como animales
adiestrados, explicáis sin sentimiento alguno.
Odiáis los logros alcanzados de otros,
detestáis que puedan ser superiores intelectualmente y mortalmente,
por eso lucháis por dejar un legado. Los viejos legados, las huellas
de éste estercolero, antes eran ofrecidas como un paso a la
inmortalidad y beneficio mutuo. Ahora es puro ego, puro deseo de
destacar por encima de todos, y querer ser el científico del año,
el doctor del año, el literato del año y, porqué no, el economista
que salve el desastre que otros no supieron explicar.
Sois sucios y rastreros. Pertenecéis a
una evolución pueril, con unas almas atroces y decadentes, pero a la
vez tenéis una inteligencia excepcional y sois capaces de amar. El
problema es que habéis olvidado amar lo sencillo, lo puro, lo
alcanzable y necesario. Habéis olvidado que hay huellas que perduran
más que un descubrimiento y son vuestros hijos, los que llevarán
algún día la gloria de vuestra sangre, y os precipitáis a odiar
manchando vuestras almas heridas.
La envidia os corrompe, del mismo modo
que la corrupción por la ambición de dinero sucio y fácil. Sois
enemigos de vosotros mismos, pues hasta vuestro reflejo os desprecia,
pero alejáis la mirada y seguís el rumbo que creéis correcto,
merecedor de esfuerzos y medallas. Me duele admitir que aún os amo y
busco entre vosotros almas puras, hermosas y delicadas, que salvar.
Pero es difícil. Estoy perdiendo la esperanza y las fuerzas.
Sólo veo miseria, deseos de grandeza,
ganas de hundir al prójimo porque sentís que podéis ser los
siguientes y un desprecio descomunal a la historia que os ha forjado.
Olvidáis las guerras y creáis otras similares, tropezáis siempre
con la misma piedra y encumbráis al ladrón que vende su patria a
pedazos. Os creéis cualquier mentira regada en papel y tinta. No
sabéis soñar si no os ayuda el cine, la televisión cargada de
programas indecentes y los psicoanalistas baratos. Ya no tenéis
capacidad de imaginar porque la anuláis. En las escuelas os recortan
el alma, cuadriculan vuestras mentes y os obligan a ser iguales. Lo
distinto os asusta, cuando eso os hace fuertes, libres y sabios.
Abrid los ojos, queridos míos, porque
yo estoy aquí y quiero abrir mis alas para protegeros.
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