Lestat de Lioncourt
—Nos hemos convertido en adictos a
las mentiras. Vivimos en un mundo basado en mentiras que creemos
absolutas verdades. Palpamos la codicia y creemos que todo merece la
pena. Sufrimos la soledad, el desconcierto de una vida vacía, y
alimentamos nuestro sufrimiento llenando el hueco de nuestro pecho,
de nuestros brazos y hogar, con productos que no necesitamos,
información que olvidaremos pronto y alimentos innecesarios.
Permitimos que nos envenenen el agua, los alimentos, el aire e
incluso los medicamentos. Asumimos que estamos protegidos porque hay
esclavos de la patria desplegados por el mundo, tenemos fronteras con
serpentinas que atraviesan nuestra piel y aplaudimos la mentira de
guerras por dinero, recursos y territorio. El ego de nuestros
dirigentes es una sombra alargada, casi tanto como su ineficacia y
sus ansias de poder. Permitimos que nos roben el alma, el dinero de
nuestros bolsillos y los sueños—metió sus manos en sus impecables
bolsillos, mientras yo seguía sentado tras la mesa de mi despacho—.
En eso nos hemos convertido—. Entonces giró suavemente su rostro,
iluminando parcialmente éste con la luz tenue del escritorio, para
luego sonreír amargamente—. Somos monstruos perfectos, armas de
destrucción masiva, y aún así jugamos nuestras mejores cartas para
conseguir nuestras mayores ambiciones. Os eduqué bien a todos, os
inyecté el deseo de introducir cambios y ser miembros destacados de
éste mundo. No quiero que seáis vasallos, como yo lo fui de un
monstruo sin piel ni huesos, porque deseo que al menos, si vais a
destruir el mundo, quiero que seáis vosotros quien pulse el botón.
Mi corazón palpitó rápido y fuerte.
Me sentí intranquilo. Recordé los héroes de la patria, aquellos
que tenían rostro común y manos callosas, que vivían aislados de
las grandes medallas. No eran los grandes economistas, ni los
ingeniosos políticos de discurso preestablecido y ni mucho menos los
elegantes banqueros en sus deportivos. Tampoco eran los héroes de
las grandes hazañas deportivas. Recordé la miseria de muchos de
ellos, del silencio a sus espaldas y de las noches intranquilas. Vino
a mí la viva imagen de mi padre, con sus heridas de guerra y sus
viejos recuerdos calentados al fuego de los numerosos incendios que
aplacó. Cerré los ojos echándome hacia atrás, pensando en la
realidad que nos envolvía y asfixiaba. Él tenía razón. Lo
importante no eran los hechos conmemorables, sino la verdad que
ocurría en las aceras y que ignorábamos. En realidad, ignoramos
todo.
Hemos dejado atrás todo lo que amamos,
los sueños de infancia y el deseo ansioso de verdad. Bebemos las
mentiras de los periódicos con una sed terrible, pues queremos creer
lo que nos cuentan. No miramos más allá. Ya no se piensa, no se
siente, no se busca y fingimos que nos preocupamos de otros porque
eso nos hace buenos ante los demás. Sin embargo, la realidad es
triste y decadente.
Él había vivido una época distinta
donde trabajar con las manos te hacía honrado, pero más aún si
lograbas amasar gran cantidad de bienes gracias a tu astucia, trabajo
duro y noches en vela. No era sólo un hombre de taberna, putas y
puros. Ni siquiera era un hombre que dejara que las cartas, los dados
y las apuestas de carreras de caballos fuese su oficio. Él durante
muchos años luchó por dejar un mundo mejor, un legado más grande e
inmenso, pero estaba viendo despilfarro y estupidez. El mismo
despilfarro, estupidez y limitaciones de otros que no llevaban su
sangre. Siempre quiso ser un ejemplo, aunque no fuese el mejor,
porque ansiaba salvarnos y mantenernos a flote. Éste era su jardín,
su paraíso, y estaba lleno de vagos que vivían a base de los
beneficios que él impulsó, pero que no dejaban legado alguno para
el futuro. El apellido Mayfair pronto quedaría sepultado en polvo,
ruinas y unas acciones que poco o nada valdrían en un futuro.
—¿Y qué harás?—pregunté—. Al
menos, si te sirve de consuelo, Rowan está logrando grandes avances
en el tratamiento de pacientes con daños cerebrales, así como
reproducción asistida. Pronto tendremos un hijo, aislando el gen
Taltos, y podremos empezar de cero. Posiblemente sea una
niña—expliqué mirándolo una vez más. Parecía real, de carne y
hueso, y así lo sentía. No importaba que fuese un espectro.
—Ya lo verás... quizás hay una
puerta abierta para mí—sonrió desvaneciéndose y dejándome con
la duda.
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