Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 31 de enero de 2016

Máscaras de piel

Archivo Talamasca que no podía faltar. ¡Bienvenidos al terror!

Lestat de Lioncourt




Eran más de las dos de la madrugada cuando la puerta sonó en varias ocasiones. Eran los nudillos desnudos de David Talbot. Sabía que sólo él podía interrumpir mis horas muertas. Últimamente me estaba ayudando a encauzar mi vida, al igual que otros compañeros estaban ayudándome a ser el reportero pegado a la noticia. Él quería que fuese su compañero, o más bien su sombra, en diversas investigaciones paranormales que todavía hoy no tenían solución alguna.

Durante varios meses habíamos seguido nuevas pistas que iban dejando fantasmas, o espíritus, sobre lo que estaba por venir. Todos ellos parecían inquietos, muy temerosos, desde la destrucción de tantos vampiros jóvenes, y no tan jóvenes, hacía tan sólo un par de años. Pero, ésta vez era distinto.

Nada más abrir la puerta, con algo de apatía, me dejó entre mis manos unos documentos. Eran viejos, estaban algo amarillentos, y la carpeta parecía haber sufrido algunos desperfectos por la mala conservación en los archivos subterráneos de la Orden de la Talamasca. La Orden paranormal poseía numeroso inventario que a veces caía en el olvido.

—Son crímenes sin resolver—explicó—. Ya el asesino no actúa, pero pensé que serían de tu agrado. No créemos que fuese nada paranormal, por eso no se guardó en el archivo oficial. Está algo destruido, pero las letras aún se pueden leer.

—¿De qué época es?—dije acariciando el canto ligeramente grueso, y destruido, de aquella carpeta. Era marrón, algo deshilachada en los bordes, y parecía tener diverso material. No me atrevía a abrirla. Sentía que era la caja de Pandora.

—Años veinte y cuarenta. El último crimen sucedió en 1943—dijo señalando el final de la carpeta, donde estaba la fecha en bolígrafo de tinta azul.

—¿De qué se trata?—la curiosidad comenzó a roer parte de mi alma, perforándola y llegando su esqueleto que ya temblaba impaciente.

—Lee y disfruta. Posiblemente no puedas olvidar estos crímenes jamás—contestó apoyando sus manos en mis hombros—. Quizás puedas escribir un artículo o algo interesante. Sé que puedes. No hagas que se olvide.

Segundos después se colocó mejor su gabardina, salió de mi habitación y bajó los escasos escalones hacia la planta baja del edificio. Había decidido vivir en aquella ciudad perdida de rascacielos, corrupción, noches de música en antros de moda, taxis amarillos y canciones de Sinatra. Estaba en Nueva York, la ciudad que parecía más viva de noche que de día, disfrutando de la vida y él me traía crímenes. Era como un pájaro de mal agüero, pero agradecía que lo hiciera. Tenía un blog en Internet y debía llenarlo de contenido interesante.

Nada más escuchar la puerta de la calle cerrándose, como si hubiese dado alguien un fuerte portazo, cerré la de mi habitación y encendí la luz del flexo. Necesitaba algo más que la luz taciturna de la lámpara principal. Quería leer como hacían los mortales: con buena luz. Aunque, honestamente, no hacía falta.

Al abrir la carpeta pude percibir perfectamente el polvo, la humedad y el moho donde se había guardado las últimas décadas. El título era llamativo, estaba en la primera hoja, y parecía que tenía gancho para usarlo en mi propio artículo: Máscaras humanas en Venecia.

El primer crimen ocurrió en la plaza de San Marcos. Este lugar es conocido mundialmente y siempre ha sido codiciado por los turistas. Las fechas eran del Carnaval de aquel año, del año 1921. Una máscara apareció colocada en una escultura, de las numerosas que puedes hallar por Venecia. Era, en concreto, en una de las columnas con leones que allí se encuentran. Uno de éstos tenía la máscara adherida a su rostro. Un trabajador, de mediana edad, de los equipos de limpieza, los cuales duplican sus esfuerzos en las fiestas, la halló pensando que estaba hecha con papel maché y otros productos que le daban un realismo casi macabro. Sin embargo, al tomarla entre sus dedos se dio cuenta que era piel humana. La policía llegó a la zona poco después, la acordonó e investigaron. El rostro era de una joven desaparecida un año antes.

La siguiente fue encontrada a los pies del Neptuno de la escalinata de los Gigantes, en uno de los palacios ducales de Venecia, un año más tarde. También era de otra joven, la cual había desaparecido por fechas similares en 1921. Entonces, y no antes, se habló de asesino en serie. Sin embargo, el caso se mantuvo oculto por miedo a las pérdidas económicas que se hubiesen precedido al hacerse eco los periódicos nacionales e internacionales.

El caso era extraño. Las pieles habían sido arrancadas con técnicas de taxidermista y maquilladas con grand estilo. Representaban a polichinelas, un personaje primordial en el Carnaval Veneciano. Muchos rogaron que sólo hubiese dos casos, pero una tercera joven había desaparecido días atrás. Al año siguiente ya sabían que aparecía una nueva máscara. Así ocurrió durante más de dos décadas.

Los cuerpos, mutilados o no, jamás fueron encontrados. Ni siquiera la última joven que desapareció en 1943. Todas eran muy hermosas, poseían un canon similar en sus rasgos. Eran chicas de ojos claros, piel clara y cabello negro. Sus rostros eran suaves, muy dulces, y pequeños. No eran altas, sino más bien de estatura media. Así que el asesino, fuese quien fuese, tenía unos gustos.

Jamás se encontró a las muchachas y jamás se supo quien era el criminal. Nadie, jamás, habló. No se vieron testigos de quien colocaba esas horribles máscaras ni de la sustracción de las muchachas, algunas que ni siquiera habían salido esa noche de sus casas. Todas tenían entre dieciséis y veinte años, justo en la flor de la vida. El país jamás cayó conmocionado, pues nunca se alertó a la población que vivió ajena a algo tan macabro.


Al terminar de leer sentí náuseas e indignación. No comprendía como se podía estar tan ciego. Deseé escribir un artículo y finalmente he decidido narrar la historia, como bien he creído, en éstas líneas.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt