Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 10 de febrero de 2016

Caída en desgracia

Khayman tenía razón y en estas memorias podemos verlo. 

Lestat de Lioncourt

—Deberías escucharte—dije saliendo de entre las sombras—. Escuchar todas esas estúpidas palabras que pronuncia asustado por su fuerte carácter. Te domina, te oprime como está oprimiendo a tu pueblo, y tú la mantienes en su trono mostrando sus encantos a cualquier hombre. ¿No tienes coraje? ¿Dónde está en guerrero que tan bien conozco en los campos de batalla? ¿Dónde? ¿Ha muerto en las arenas y no lo sabía?—pregunté sin poder contener mi rabia. Quizá fui demasiado directo, pero no podía callar más. Callarme sería darle la oportunidad de cambiar las tornas y mostrarme como un ingrato.

—Ten cuidado con esa lengua, no vaya a ser cortada—respondió rápidamente.

Su aspecto imponente era sólo en apariencia y gracias a las numerosas joyas que mostraba en sus brazos. El oro siempre te da grandeza, como el lino y los tocados. Sus ojos rasgados, bien maquillados, mostraban el temor de un rey que sabía que iba a ser destruido y convertido sólo en una pieza de un juego macabro. Era joven, algo más joven que muchos de sus generales. Tenía alrededor de veinticuatro años. Llevaba cinco años reinando y en esos años habíamos ganado grandes zonas para nuestro pueblo y nuestros dioses.

—Eres un traidor—murmuré entre dientes.

—¡El traidor eres tú al hablar así!—se exasperó.

—¡Yo sólo me preocupo por las tradiciones que ella injustamente está aniquilando!

Había tenido que momificar a mi padre y su ceremonia tardó casi un mes. Su cuerpo fue envuelto como mandaba la nueva tradición. Conseguí que fuera una ceremonia pomposa, llena de símbolos, y lloré sobre su sarcófago durante horas porque sabía que no era el modo en cual debía enterrarlo. Mi último adiós fue una súplica a su espíritu y a la propia tierra.

—¡Los muertos necesitan encontrar su camino y para ello precisan de sus cuerpos, de su corazón y de su espíritu! ¡No puedes obligar que regrese una tradición que impedía ese proceso!—repitió la sarta de incoherencias que ella había propagado como un veneno, un terrible veneno, por nuestro pueblo.

—Temes a esa mujer—sentencié.

—No—se atrevió a negar mientras tomaba asiento.

Estábamos a solas y frente a frente, en una pequeña habitación donde nos reuníamos cada atardecer. Él y yo, a solas, sin más testigos que las esculturas y los diversos muebles que decoraban cada rincón con pomposidad y belleza.

—¡Enkil!—grité.

—Si me amas, Khayman, debes hacer lo que te mando. Por favor, te lo imploro. Haré lo que desees si guardas bien tu lengua y cierras tus ojos ante lo que ocurre. No quiero que mi pueblo caiga en su tiranía, pues he impedido que algunas leyes salgan adelante—sus palabras no tuvieron ya efecto en mí. Mi amor estaba destruyéndose día a día.

Nunca imaginé que dejase de amarlo, que no lo quisiera rodear entre mis brazos y que, frente a él, sólo sintiera lástima y asco. Un asco terrible que retorcía mi alma y la encerraba muy lejos de los viejos sentimientos que una vez le ofrecí.

—Ya ha caído en su tiranía—susurré.

—Créeme que no... Por favor, amigo mío—dijo con voz apagada. Parecía cansado, como si no hubiese dormido en días.

—¿Sólo soy tu amigo?—pregunté ligeramente molesto, aunque no todo lo molesto que debía haberlo estado.

—Mi amigo, mi amante, mi compañero en el campo de batalla y en la vida. Eres mi amante, mi sol, mi luna, mis estrellas y la arena misma del desierto. Khayman, por favor—de nuevo rogó. Un rey no ruega, un rey es un Dios e impone su ley. Él ya no sabía imponerse, pues sólo sabía rogar.

Se levantó de su asiento, arrodillándose frente a mí, mientras colaba sus manos entre mis prendas subiendo estas por mis muslos. Quería que cayera en el pecado de sus dedos, con aquellas eróticas caricias tan acertadas. Mi miembro fue rodeado por sus manos, para luego sentir como levantaba por completo mi corta falda y comenzaba a lamer el inicio de mi sexo. Yo sólo apoyé mi mano en su cabeza afeitada. Pese al placer mi mente no se nublaba, ni permitía que los aciagos pensamientos se olvidaran. 


—Te destruirá. Antes o después se deshará de ti y tú caerás en el olvido. Nadie te recordará—dije tomando su rostro entre mis manos, abarcándolo con cuidado aunque deseaba golpearlo. Estaba ciego. No veía el problema real que caía como guillotina sobre nosotros.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt