No sabía yo que ellos, Louis y mi madre, se pelearon en Trinity Gate... ¡Pero ahora lo sabemos!
Lestat de Lioncourt
—Otra vez codo con codo intentando
salvar el mundo—dije mirando a todos en aquel lugar.
Trinity Gates se había convertido en
unas pocas horas en el ombligo del mundo. Cientos de jóvenes
deambulaban por las calles, igual que zombies, buscando este lugar y
otros, los más fuertes o cercanos a Lestat, nos recluíamos tras sus
muros esperando que él y el receptáculo donde se hallaba Amel
apareciera. Benjamín daba la voz de alarma a la mayoría: Alejaos de
aquí. Fuera de la ciudad. Alejaos a los campos. Ya os avisaremos.
—Si consideras mundo a Lestat,
sí—respondió ella sin siquiera dudar un mísero segundo.
—Considero mundo también al
resto—indiqué clavando mis ojos en ella. Estaba allí vistiendo
unas ropas que podía considerar típicamente masculina, su pelo era
salvaje y sus ojos grises parecían los de una fiera. Dudé por un
instante que ella hubiese sido alguna vez madre, esposa y humana—.
No sólo estoy aquí por él.
—Me alegro, Louis—dijo tras una
breve risotada—. Me alegro porque poseas tan noble corazón, pero
siendo justos creo que sólo estás siendo un cínico—confesó
colocando su mano izquierda sobre mi hombro ejerciendo cierta presión
con sus lagos dedos. Su hijo se parecía demasiado a ella y eso me
torturaba.
—¿Qué?—murmuré sorprendido y
algo ofendido.
—Sincérate, muchacho—susurró
apartando la mano mientras dejaba ambos brazos relajados. No muy
lejos podía observar a Sevraine silenciosa, fuerte y dominante con
sus ojos de cielo clavados en la figura de Gabrielle—. Es bueno ser
honesto con uno mismo de vez en cuando—dijo lanzándome un pequeño
guiño demasiado burlón.
—¿Por qué cree que sólo lo hago si
fuese Lestat?—pregunté escandalizado.
—Es obvio—respondió ipso facto—.
Si fuese otro quien estuviese en peligro estarías mirándolo desde
lejos, igual que haces con el fuego cuando lo provocas.
—Salvé a Rose—dije apretando los
puños.
Me consternaba que ella pudiese decirme
algo así. Se suponía que me conocía. Estaba asombrado de lo
tristemente egoísta y dócil que podía parecer ante el resto si
hablábamos de Lestat, de salvarlo de algún modo o amarlo
incondicionalmente. Ella estaba ahondando en la herida como un gusano
hurga en una manzana hasta pudrirla. Me sentía tan culpable de
haberlo arrojado al pantano, mucho más de no quedarme a su lado
después de todo lo ocurrido en París o de no haberlo buscado antes.
¡Y sobre todo culpable de irme dejándolo con un cuerpo débil y
humano! Eso azotaba mi alma y por supuesto en esos momentos quería
estar ahí, cada maldito segundo de mi existencia, aunque pudiese
morir después de esa noche.
Rose, por otro lado, me parecía una
niña todavía. Al contemplarla, allí bailando en los brazos de
aquella replica casi perfecta de Lestat, sentía un amor similar al
que una madre tiene hacia sus hijos, un orgullo idéntico al de un
padre hacia su descendencia y una confianza ciega en que ella sería
formidable, saliéndose con la suya, como cualquiera posee ante las
argucias de Lestat.
—Sólo porque la consideras un pedazo
de Lestat—apostilló.
—Está equivocada—dije arrugando la
nariz.
—Yo nunca me equivoco—dijo
apartándose de mí para ir hacia Sevraine.
—¿No es un poco egocéntrico pensar
así?—lancé esa acusación provocando que se desternillara de la
risa mientras se giraba suavemente hacia mí. No entendía adónde
estaba el chiste.
—¿Y? Yo no tengo que dar explicación
alguna a un Dios por serlo, ¿acaso tú sí?—contestó dejándome
mudo.
Me di cuenta que Gabrielle era aún más
insoportable que Lestat cuando se discutía con ella, pero también
que tenía algo de razón y por eso me sentía tan molesto.
1 comentario:
Touché. Me encanta la forma de ser de Garbrielle <\3
Me gustó mucho la lectura
Gracias por compartirlo ü
Saludos!
Publicar un comentario