Maldito Armand... aunque tiene razón en mantener cierta ¿esperanza? ¿Fe? Quizás es necesario mantenerla.
Lestat de Lioncourt
Quedé atónito cuando Lestat llegó
hasta nosotros con ese aspecto tan poco favorecedor. Había perdido
un zapato, sus prendas estaban sucias, le faltaba un ojo y se veía
visiblemente alterado. David Talbot de inmediato se comunicó con
Maharet, la cual no dudó en trasladarse hasta donde nos
encontrábamos. Aunque no fue la única. Muchos milenarios
aparecieron asombrados por la narración de Lestat y el velo de la
Verónica que había traído consigo.
Al principio balbuceaba, pero luego
empezó a contar una historia impresionante sobre una criatura que ya
creía mitológica. No era una fábula para que los niños se
portaran bien y se marcharan temprano a la cama, sino algo real. Al
menos, él lo había visto y no se contradecía ni una vez en su
relato. No obstante, no somos crédulos. David intentó hacerle
llegar su oposición a creer que existía de verdad dicho ser, el tan
temido demonio o enemigo de Dios.
Allí, entre ambos, recordé a Santino
frente al fuego contándome la historia de la fundación de la secta
a la cual pertenecimos. Las llamas se alzaban hasta el cielo nocturno
cargado de estrellas. Las ascuas tenían un aroma que no puedo
olvidar. Soy incapaz de borrar situaciones así de mi mente, pues se
quedan tatuadas y es imposible que las deje a un lado. En ese
momento, recordar aquello, me dio fe.
Santino solía decir que un vampiro es
un ser oscuro, criado y alimentado para obedecer a sus instintos
asesinos. Somos la muerte misma, pero también seguidores de las
sombras. Vagamos por estas, nos involucramos terriblemente con el
mundo y arrebatamos la cordura. Hacemos el mal en la tierra para
enderezar algunas almas, las mismas que luego juzga Lucifer y son
enviadas a Dios o dejadas en el infierno.
Supongo que es una teoría demasiado
idílica. No obstante, Lestat contaba algo similar sobre Memnoch. Sí,
así se presentaba. Decía que creó el infierno por amor. Aunque él
no lo llamaba infierno, sino que le daba la denominación clásica:
Sheol. Sus argumentos me convencieron, pero aún más cuando habló
sobre la discusión con Jesús y cómo limpió su rostro aquella
mujer llamada Verónica. Fue extraño y terrible, pero también
maravilloso. De nuevo la fe se instaló en mi corazón.
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