Comprendo su dolor, lo comparto. Perder a un hijo o alguien querido es horrible.
Lestat de Lioncourt
Un disparo directo. Sin titubeos. Un
disparo que destruyó a ese ángel puro y bondadoso del poema que la
anciana Evy recitó una y otra vez cuando era una niña, recostada en
la cama de Julien y esperando que el gramófono siguiera funcionando
para que Lasher, ni ningún otro espíritu, pudiese escuchar tal
información. El edén se salvó, ¿pero a qué precio? Lloré
amargamente abrazada al cuerpo sin vida de mi hija, la rodeé como
quien rodea una tabla en medio del océano helado con el fin de
salvarse, y rogué porque me mirase de nuevo, con aquellos profundos
ojos de cielo, y me hablase dulcemente como lo había hecho durante
todo nuestro cautiverio.
Parecía una muchacha más, pero con
unos rasgos tan similares a mí que me dolía. No obstante, esos ojos
eran los de Michael, los mismos que heredó ese maldito desgraciado,
y que permanecieron abiertos como si aún pudiese verme. Era una
muñeca rota, un ángel caído, yo era la asesina que había
disparado destruyendo el único brote tierno y bondadoso que pude dar
a este mundo.
Me había salvado la vida dos veces, en
aquel bosque y en esa cama con su leche de mujer Taltos, y yo se la
había arrebatado. Yo, su madre. Era un monstruo y debí haberme
pegado un tiro de inmediato, pero Michael me rodeó con sus brazos
gentiles y sus manos curativas. Decidió alejarme del cuero con
cuidado y después, con solemnidad y algo de ternura, la tomó a ella
evitando llorar. Algo le decía a él que debía hacerlo porque se
merecía amor y virtudes provenientes de esta miserable vida.
Su historia terminó con capas de
tierra y abono, en nuestro jardín, y junto a su padre, hermano y
verdugo. Me arrodillé frente a la tierra removida y tarareé una
canción infantil. Sentí que podían escucharme y deseé que ambos
estuviesen en paz, tal y como decía el poema, mientras todo mi
cuerpo temblaba por un frío extraño.
Al girarme, hacia el porche, vi a
Julien de pie observando todo. Tenía su característico mil rayas
azul, el cabello rizado canoso bien despejado de su frente, esos
poderosos ojos azules similares a los de mi marido, los míos y los
de tantos Mayfair, y con una sonrisa de alivio. Parecía aliviado,
pero sinceramente sabía que parte de él seguía preguntándose qué
eran realmente esas criaturas. Lasher sólo había contado su
historia, pero no la clase de criatura que era. No sabía lo que era.
Entramos dentro, nos sentamos en la
mesa de la cocina y él me hizo té. Hablamos. Él sonreía igual de
aliviado que el fantasma que nos rondaba, el cual incluso se sentó
en la mesa sin decir palabra, y después quedamos a solas. Durante
horas, hasta el amanecer, permanecimos conversando y luego me apagué.
¿Por cuánto tiempo me apagué? ¿Por cuántos días? Sólo sé que
vi el espíritu de Aaron aferrado a las verjas, despidiéndose y
sonriendo amablemente como siempre, como si aún siguiese vivo. Nunca
lo he confesado, ¿cómo podría? Ahora me atrevo tras décadas de
aquello. Soy una mujer que camina hacia la senectud, pero aparento
aún cierta juventud debido a tejidos obtenidos de los Taltos... ¡Ah!
¡Pero esa es otra historia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario