Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 12 de febrero de 2017

En la lluvia

En fin, que se aclaren estos dos...

Lestat de Lioncourt 


—Todo ha ocurrido de nuevo.

Escuché sus palabras sorprendiéndome de su presencia. Había escuchado sus pasos, así como el latido de su corazón, por toda la avenida. Estaba desierta. La lluvia y el frío nocturno, de este otoño pluvioso y cruel, estaba logrando encerrar en sus jaulas de hormigón y cemento a todos los humanos. Se ocultaban en los nichos modernos que eran los altos y grises apartamentos, los cuales cada vez se asemejaban más unos a otros.

—Pero no del mismo modo—respondí.

Mis enormes ojos castaños se perdieron en los suyos. Me había girado hacia él para verlo bien. Tenía un aspecto juvenil, algo desaliñado, en comparación conmigo. Él seguía usando los pantalones algo amplios, casi caídos, y desgastados por los bajos. Tenía una sudadera cualquiera, algo gruesa, de color gris plomizo y una chaqueta tejana de solapas forradas en lana. Faltaban sus enormes gafas de pasta para volver a ser mi Daniel, pero eso no importaba. Estaban esos impresionantes ojos violáceos recorriendo mi rostro.

—Aún así, volvemos a tener la culpa por desinteresarnos por el pasado, el cual tiene proyección en este presente y en cualquier futuro—dijo metiendo sus grandes manos en los bolsillos de los pantalones.

—Sí, tienes razón—susurré.

—Debí investigar—me sorprendió esa afirmación. Parecía seguro de sí mismo. Quizá creía que él podía haber dado con la clave del problema, pero ni siquiera Talamasca logró hacerlo. ¿Cómo lo iba a hacer él?—. Siempre he amado saber qué hay más allá de la punta de mi nariz.

—Has estado ocupado—dije—. No te fustigues más.

—¿Ocupado?—murmuró antes de echarse a reír a carcajadas.

—Perdiste algo más que el tiempo, Daniel—coloqué mis manos enguatadas en cuero negro sobre las solapas de su chaqueta. Yo vestía un traje formal de Armani con un elegante chaquetón de paño negro. Era como ver a un joven empresario con insuflas de dios sabe qué—. Dejaste de ser tú—mi voz se quebró unos segundos y carraspeé—. Te convertiste en un ser decrépito lleno de miedos.

—Precisamente, esos miedos debieron impulsarme a encontrar la verdad, a investigar—frunció el ceño y me tomó de las caderas. Amaba que lo hiciera, pero no iba a ser estúpido y decírselo a viva voz.

—El miedo coacciona siempre—aseguré.

—A Lestat no—dijo.

—Lestat es distinto—dije riendo disimuladamente—. Se vuelve valiente cuanto más miedo tiene pues busca la forma de escapar del aplastante problema, saliendo airoso y logrando a su vez, aunque parezca imposible, salvar a los que ama.

Lo había visto actuar decenas de veces. Podía palpar su miedo, pero era un miedo distinto al de los demás. Un miedo que le llevaba a enfrentarse a todos porque su mayor miedo era el fracaso y el desconocimiento.

—Supongo que tienes razón—susurró dando un paso hacia mí, pegándose más a mi figura.

Llovía. No llevábamos paraguas. Estábamos empapándonos. ¿Importaba? No. En ese momento no importaba nada excepto su fragancia. Olía a bar, a sudor de discoteca, pero no me interesaba saber dónde había estado. Tenía las mejillas sonrosadas, así que se había alimentado. Era mi Daniel. Volvía a ser parte de mi historia, ¿pero hasta cuándo?

—Daniel, ¿por qué has venido a pasear conmigo?—pregunté asombrándome por decir algo como aquello.

—No lo sé—dijo encogiéndose de hombros—. Tal vez no hay motivo.

—Siempre hay un motivo—sentencié.

—¿Eso crees?

Una risa nerviosa se escapó de sus labios y me dio la impresión de estar frente a un adolescente. Daniel era muy joven, aunque no tanto como yo, cuando le di mi sangre tras empeñarse en que debía ser inmortal. Estaba obsesionado. Sin embargo, una vez se la ofrecí todo desencadenó en una tragedia tras otra.

—Por supuesto—murmuré.


Me había quedado perdido en sus ojos, pero cuando aprecié que se inclinaba a besarme bajé los párpados. Acabé aferrándome a las solapas de su chaqueta, asiéndolo hacia mí, entretanto abría la boca para recibir un beso cálido de su parte. Un beso que acabó con su lengua palpando la mía, mezclando su sabor con el de mi saliva, provocando que un calor sofocante recorriera todo mi cuerpo. Se cortó la lengua, pude apreciarlo, y me ofreció su sangre. La lluvia seguía cayendo, el murmullo de las gotas salpicando era la mejor canción romántica de todos los tiempos, y por un instante me olvidé de todo lo que habíamos vivido. Volvíamos a ser Armand el vampiro que perseguía por distintas ciudades, de distintos países, al periodista que tuvo la oportunidad de entrevistar a un viejo amigo, compañero y amante.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt