Quinn, la cagaste. Te quiero mucho hermanito, estés donde estés, pero la cagaste. Admitamos que Petronia era una criatura marcada y tú un niño bien.
Lestat de Lioncourt
—¿Por qué eres así?
Esa pregunta hizo que me girara. Había
dado un fuerte golpe a su rostro con la mano abierta y lo había
arrojado al suelo una vez más. No podía evitarlo. Sentía una rabia
inmensa y una impotencia tan enorme que era incapaz de controlarme.
Era mi culpa, pero sobre todo era la suya. Él debió seguir mis
instrucciones.
—¿Así cómo?— Miraba su rostro
lleno de lágrimas sanguinolentas, inútiles lágrimas por cierto,
con el ceño fruncido y un deseo atroz de cruzarle de nuevo el
rostro. Incluso quería patearlo.
—¡Sólo sabes imponerme tu
violencia!— Pude ver que se incorporaba mientras vociferaba. Era un
idiota como cualquier otro, pero ese idiota lo había creado yo.
Había dado la vida eterna a Quinn porque creí que se la merecía,
pero me equivoqué.
—¡Cuál violencia, imbécil! ¡Has
destrozado a una mujer! ¡Te dije que no la mataras! ¡Si te he
golpeado el rostro es por impotencia! ¡Recuérdala! ¡Muerta con su
traje de novia! ¡El traje de novia empapado en sangre y dolor!
¡Maldita sea, Quinn!
Mi voz sonaba desgarrada por la pena,
por lo patética que era la situación, por la violencia extrema que
sentía en cada segundo que se asesinaba con la aguja del reloj y mis
ojos, mis ojos castaños, eran puras llamas. Estaba desatada y nada
ni nadie podía controlarme. Arion me miraba y negaba suavemente.
Sabía que no debía acercarse a mí, pues ni él podía contener
tanto dolor y miseria. Manfred lloraba en un rincón por ella, por el
muchacho y por mí. Lloraba por toda la situación que había
ocurrido y la que estaba por ocurrir.
—¡Soy demasiado joven e inexperto!
—¡Todos lo hemos sido y no por ello
hemos desperdiciado la sangre o la vida de nuestras víctimas!
—Quiero llorar...—dijo tras un
quejido.
—¡Todo lo arreglas llorando!—grité.
—Eres una criatura demasiado
cruel—balbuceó llevándose las manos al rostro. Sus manos son
hermosas, su rostro es hermoso, pero odio esos gestos de fracasado
que muestra tan seguido.
—Crueldad es que te desprecie tu
propia madre y te venda al circo romano con tan sólo unos años de
vida, que te eduquen para comprender que cada vez que sales a la
arena puedes terminar sin vida y luego, cuando eres una bestia
sangrienta y nadie te puede destruir, te vendan a un prostíbulo y te
aten como a un perro para que te violen bravucones sin escrúpulos.
¡Eso es violencia!
Mi vida no había sido un camino de
rosas, sino de zarzas. Él había vivido entre algodones debido a que
sus abuelos, su tía y todos los de esa casa lo adoraban. La única
que lo odiaba era su madre, la cual había hecho que sufriese cierto
abandono. No obstante, tenía las atenciones de los demás los cuales
lo trataban como un tesoro. Incluso ese fantasma, esa criatura
idéntica a él, lo rondaba como si fuese un príncipe y lo protegía
con fiereza. No lo había visto jamás, pero sí sentido. Sólo lo
pude contemplar en los recuerdos de Quinn al beber de él.
—Petronia...—susurró compungido
intentando echar sus brazos hacia mí.
—Violencia es que te señalen por
tener ambos sexos y te escupan en los puestos de abastos cuando pides
un poco de fruta al tendero. ¡Aún llevando dinero!—exclamé lo
último. Él no entendía la violencia patriarcal de una sociedad
machista, la cual era mucho peor que la actual. Aún así había un
dios grecorromano que poseía ambos sexos, pero a pesar de ello era
una criatura horrenda a la cual maltratar o seducir por curiosidad.
—Petronia...
—Olvídame. Vete con Arion. Él te
sabrá comprender mejor que este monstruo—dije marchándome.
Arion decidió hablar con él largo y
tendido. No sé bien qué le dijo, aunque algo vislumbré en sus
memorias dadas a conocer como “El Santuario”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario