Todo esto sucedió y yo no lo sabía...
Lestat de Lioncourt
Me sorprendió que él apareciera en la
isla con aquel rostro de cachorro desvalido. Sus ojos, tan
cautivadores como emocionales, mostraban lágrimas que no se atrevía
a derramar. Caminé los escasos metros hasta él y quedamos ambos
bajo la elegante y gigantesca lámpara de araña que colgaba en el
centro del hall. El hotel estaba prácticamente repleto de humanos y
vampiros, ambas razas convivían sin problemas. Los vampiros no se
delataban en absoluto y, los adinerados humanos sólo tenían
pensamientos de máxima diversión en los casinos y distintos teatros
de la zona.
Santino, a pocos metros de nosotros,
leía un periódico. No obstante aprecié que estaba atento a
cualquier comentario que pudiese salir de los hermosos labios de
Louis, al igual que de los míos. Posiblemente quería saber si su
pellejo, como el de todos nosotros, estaba nuevamente en peligro.
Cualquiera que lo hubiese visto con ese traje Armani clásico, de
color negro, y esa corbata en tono caramelo se habría postrado a sus
pies, besado sus anillos de oro y quedado ensimismado en esos ojos
oscuros cargados de pestañas y de cejas perfectas. Parecía un
distinguido hombre de negocios, un rico deshaciéndose de parte de su
fortuna o un alguien que se estaba dando un lujo innecesario.
—Louis, ¿qué estás haciendo
aquí?—pregunté abordándolo. Mis manos fueron directamente a sus
brazos, por encima del codo, y lo atraje hasta mí. Su mirada seguía
perdida, confusa y dolida. Podía comprobar que estaba a punto de
echarse a llorar aferrado a mí.
—Lestat ha cometido una locura otra
vez—dijo—. Ha cambiado su cuerpo por uno humano y ahora lo ha
perdido—esas palabras hicieron que yo abriese la boca de par en par
y Santino se incorporara arrojando el periódico al suelo. Ambos nos
quedamos impactados por la noticia. Creíamos que era imposible
trasmutar las almas de cuerpo, pero él lo había logrado.
—Armand, ¿haremos algo?—preguntó
acercándose a nosotros—. Lo siento, no he podido evitar escuchar
la conversación—se disculpó de inmediato—. Pero, mi propuesta
es sincera. Peligramos todos, no podemos permitir que alguien tenga
el cuerpo de Lestat.
—Este no es sitio para hablar—comenté
al notar que estábamos llamando la atención, sobre todo porque
Louis estaba empezando a llorar. Nuestras lágrimas son
sanguinolentas y es imposible de ocultar con éxito.
Sin pensarlo con lucidez tomé a ambos
y nos encerramos en una de las habitaciones del hotel, la que solía
ocupar con Daniel. Entrar allí me impactó. Por un instante lo vi de
pie junto a la enorme cristalera, con aquellas camisas sucias
abiertas, esos jeans desgastados y sus deportivas con los cordones
mal atados. Estuve a punto de pronunciar su nombre, pero me contuve.
Allí no había nadie. Había exigido que esa habitación quedase por
siempre libre. No podía evitarlo. Entre esos muros había amontonado
recuerdos y gran parte de mi corazón destruido.
—Armand...—esa voz viril, seductora
y extremadamente hermosa rompió de nuevo el silencio entre los
tres—. ¿Deseas que avise a alguno de los milenarios?—preguntó.
—Sí, avisa por favor a Pandora y que
esta halle la forma de dar con Marius. Dile que tenemos que conversar
sobre un peligro inminente...
—Marius lo sabe—respondió Louis—.
A veces me visita para averiguar cómo se encuentra Lestat. Lo vigila
de cerca, pero también pide mis impresiones—añadió tembloroso
buscando apoyo en algún mueble de la habitación, y lo halló en un
elegante sombrerero que había a la entrada—. Lestat quemó la casa
donde vivía, Marius le advirtió entonces que quedaba expulsado de
entre nosotros. Yo estaba cerca, pues mi corazón siempre ha sido ese
idiota...—dijo con la voz quebrada mientras temblaba profusamente.
Sus lágrimas ya empapaban su rostro, el cuello de su camisa y las
mangas de esta al intentar secarse en vano.
—Santino, por favor, intenta reunir a
Maharet. Pandora sabe cómo dar con ella... —dije.
Él de inmediato se movió saliendo de
la habitación, corriendo por el pasillo y tomando el ascensor. Sabía
dónde vivía Pandora y a las horas que podía hallarla. Ella vivía
en Gran Bretaña, justamente en Londres, y él ocasionalmente la
visitaba para averiguar cómo iba todo por allí. Santino solía
vivir en Italia; a veces espiaba a Landen cuando iba a tomar sus
cafés a las distintas cafeterías de las elegantes, bulliciosas e
históricas plazas. Todos sabíamos donde estaba la mayoría, pero
Maharet se ocultaba en las selvas junto con Khayman y su hermana. En
ocasiones era imposible dar con ella.
Yo me quedé a solas con Louis,
abrazándolo. Él amaba demasiado a ese imbécil, aunque reconozco
que yo también lo quiero. Esa maldita locura, ese deseo insano de
conquistar lo imposible, estaba destruyéndolo al mismo paso que nos
arrastraba a los demás.
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