Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 8 de marzo de 2013

Lo imposible - Parte 9 - II


Lo imposible
Parte 9 II


Los tejados de las restantes mansiones se veían bajo sus pies, así como los bosques desnudos cubiertos de nieve. El invierno había llegado con su dureza golpeando la tierra, humedeciéndola, y provocando que la vida mermara. Si bien, no muy lejos la ciudad se veía despampanante. Las luces brillaban mientras algunas chimeneas parecían pequeños cigarrillos. El mundo seguía su curso mientras nosotros volábamos lejos.

Me sentía a punto de explotar. Todo lo que ocurría era una auténtica locura. Sin embargo, me apresuré a volar lo más rápido y lo más lejos posible. Buscaba un viejo claro que conocía bien, cerca de una arboleda que ocultaba una vieja casa de madera con un banco de hierro de madera podrida, un embarcadero y una barca hundida en la orilla. Era una de mis nuevas propiedades, había pensado reformarla para nosotros.

Cuando aterricé agarré su rostro suplicando que me creyera. Era doloroso saber que el mundo ya no sería como yo deseaba, que todo lo que yo buscaba o imaginaba no volvería a ser igual por mis caprichos. Había destrozado lo que poco a poco había logrado recomponer piedra a piedra.

-Louis, tú eres el único al que amo de ésta forma... todo lo están haciendo para que te deje o me dejes...-mis pies dolían por los cristales que aún seguían atravesándolos mientras que la nieve ocultaba suavemente mi dolor provocando otro peor-. Louis, estoy arrepentido.

Por primera vez a lo largo de mi larga vida, llena de aventuras y peripecias, me arrepentía terriblemente de haber dañado nuestra felicidad. Mi madre deseaba que fuese feliz, lo fui a su lado durante ochenta largos años, y ahora que íbamos a ser padres deseaba saborear de nuevo el llegar a casa y tener una familia.

-Todo esto es un maldito infierno- respondió encajándome un golpe directo con su felina mirada -. Déjame solo unos minutos, necesito pensar antes de decir o hacer cualquier tontería...-caí de rodillas porque no soportaba sentir la nieve cubriendo las plantas destrozadas de mis pies. Los cristales estaban hecho trizas clavados en la carne que los recubría como si nada sucediese-. No tienes que irte. Sólo dame mi espacio -me tomó del rostro con una mano y acarició mi mejilla derecha.

-Louis, voy a llevarte a una cabaña que hay por aquí cerca. Hace unos meses pensé que podría reconstruirla para ti y para Marius, él podría tener su taller y tú un lugar para leer sosegado. Si bien, nunca terminé el proyecto -comenté tomándolo de las manos mientras fruncía el ceño y me incorporaba-. Louis, te juro que yo te amo... y te dejaré solo porque allí no hay ni siquiera luz. No podrán hacerte nada, no podrán molestarte-susurré antes de tomar cierto valor-. Iré a ver a Quinn, sólo él puede detener ésto.

-D'accord, llévame -se cubrió bien con la sábana pues hacía frío y esperó a que lo guiara. Si bien, en ese momento agregó algo más-. Creeré en tu palabra -al fin suavizó sus palabras-. Te esperaré en la cabaña, esto tiene que acabar.

-Allí hay algunas mantas y muebles, pues me quedé allí algunas noches hará como dos semanas. Sólo quería ver si era factible... incluso pensé en un cuarto para el niño si alguna vez lo llevabas- intentaba no pensar que todo se podía acabar entre nosotros. Siempre se me había dado bien negar la verdad, pues cuando la aceptaba bajaba los brazos y dejaba que me derrotara. De momento se había dado cuenta nuevamente que Louis era mi único y verdadero amor.

Sonrió ante mi comentario y juraría que pude ver en el brillo de sus ojos lo que había imaginado. Él, el bebé, una hoguera pequeña y una canción de cuna. Sabía que llevaba practicando canciones con el piano desde hacía semanas, a veces las escuchaba mientras él creía estar solo. Sus dedos se movían suavemente sobre las teclas y se sonrojaba murmurando nombres de chico y de chica. Deseaba realmente tener una familia conmigo, una que nos merecíamos pues éramos dos huérfanos en mitad de la noche buscando un poco de felicidad que a veces se hacía de rogar.

-Lo llevaré- murmuró pensando en voz alta.

-Podríamos poner columpios y no sé... un cajón de arena-intentaba no pensar más en todo lo que había pasado. Esos dos fantasmas me las pagarían todas juntas.

Caminaba por la nieve sintiendo como los cristales llegaban a mis huesos y también la presencia familiar. Unas notas de violín provocó que girara mi rostro hasta un árbol que había caído al ser partido por un rayo. Sobre él estaba la figura de Nicolas. Sus cabellos oscuros, ondulados y algo largos jugueteaban con la suave brisa que únicamente él parecía notar. Sus pies estaban cubiertos por unas botas que yo mismo le había obsequiado, sus pantalones eran oscuros como la propia noche y en sus manos estaba el violín.

Bajó suavemente como lo haría un gato, caminó con elegancia hasta quedar frente a nosotros y empezó a danzar a nuestro alrededor. En su rostro había una sonrisa cruel, pues parecía disfrutar del dolor de Louis.


-No, tú no...-susurré entre bufidos.

Nicolas había surgido de los infiernos, o eso aseguraba, para buscarme a mí y hacerme sentir el fuego abrasador en mi piel. Louis en ocasiones era incapaz de verlo, aunque sí de escuchar sus palabras. A veces se mostraba gentil y a la vista de todos, sonreía como el joven que una vez fue pero en cuestión de minutos la perversión lo cubría y corría por sus venas la crueldad.

-Louis, si escuchas música de violines hazme caso e intenta pasar por alto todo. Por insufrible que sea sabes que pronto se cansa y se va... Nicolas está cerca- mientras decía aquello la imagen se disipó mientras sentía que cada vez me costaba más caminar. Me molestaba tener esos cristales, pues parecían fragmentarse cada vez en trozos más pequeños. Tras unos minutos llegamos cerca, la cabaña se veía oscura, y algo tétrica, pero allí debía dejarlo-. Je t'aime- dije besando suave sus labios para ahora sí volar por los aires buscando a Quinn, donde quisiera que se encontrase.


-Oui, haré lo que has dicho- correspondió el leve beso y me vio partir.

Corrió rápido para refugiarse a la cabaña, pues era mejor que estar tan sólo cubierto por una sábana en medio de la nieve. Cuando vi que entraba haciendo crujir la puerta de madera podrida suspiré, me giré hacia el camino que habíamos seguido y vi mis huellas. Aquello era terrorífico, y doloroso, pero no podía pararme a curarme sabiendo que mi buen amigo seguramente se pudría sobre el suelo de mármol de Sugar Devil Island.

Allí fue donde miré primero. El lugar donde “El Loco” había pedido construir un mausoleo y una vivienda extraña, exuberante, y resistente para Petronia. La vampiresa era un ser extraño con dos sexos bajo sus faldas, unas facciones duras, una boca hermosa, un cabello oscuro y suave como el de Louis y un genio terrible. Ella fue su creadora y ella le cedió su patrimonio. Un patrimonio que Tarquin siempre vio como suyo, incluso la intentó echar cuando pensaba que era un simple humano tozudo acusándolo de ladrón.

Al abrir la puerta me hallé a mi querido hermanito tirado en el suelo con claras señas de no haberse arreglado en los últimos cuatro días. Sus cabellos ondulados caían sobre su frente blanquecina, sus labios delicados tenían delineados una mueca de sufrimiento y sus mejillas tenían lágrimas sanguinolentas resecas. Sus pestañas negras estaban teñidas de un rojo intenso, como el propio fuego.

Para Quinn había sido un héroe y ahora estaba deslucido por todo lo que había hecho. Si bien, me armé de valor y entré en la vivienda con gesto decidido. El cual se había quedado en nada convirtiéndose en el de un hombre lleno de dolor y rabia. Se había rendido, así de sencillo. Había bajado los brazos, dejado que su cuerpo se tirara sobre el mármol y rodeado de un mundo de riquezas, y belleza, rogó que su tiempo llegase. Tomé aire y fui hacia él arrastrándolo por el suelo hasta golpearlo contra uno de los muros más resistentes de la vivienda, muy cerca de la escalera que daba acceso al segundo piso. Oh, el segundo piso donde murió Rebeca clavada en un gancho mientras suplicaba.

-¡Dile a Mona que me deje en paz!-espeté mostrando mis dientes de forma temible mientras lo agitaba-. ¡Quiero que deje en paz a Louis! ¡Necesito que deje en paz ella y todos sus jodidos fantasmas!-lo tiré hacia el suelo convertido en un pelele y rompí a llorar-. Quinn... lo lamento muchísimo, pero ya sabes como es ella y aunque lo he entendido tarde... como he podido la he apartado de mi lado. Pero ella insiste Quinn, ella insiste.

Tenía el rostro girado y cuando lo volteó su mirada era vidriosa, casi sin vida, y dejó simplemente que ésta cayese hacia atrás golpeando la pared.

-Que haga lo que desee...-murmuró moviendo a duras penas sus labios y dejando que las lágrimas se escaparan de nuevo copiosamente. Aquel guerrero había caído al ser devorado por el monstruo de la incertidumbre y desconfianza sembrado por las semillas de la pelirroja que tanto amaba.

Él también era un Mayfair, con otro apellido pero lo era. Ambos eran fuertes, pero sin duda ella le ganaba en todo. Un maldito muchacho que quería ser feliz con una mujer vengativa, libidinosa y de temibles ojos esmeraldas con un prominente escote. Dudé entonces de haber ido al sitio adecuado, sin duda él no era más que un tonto buscando ser amado y ese amor le había sacado el dedo, reído de él y huido a trote de un mejor semental.

-Hermanito, necesitas recapacitar-susurré agarrándolo entre mis brazos. Eran fuertes, decididos, los de un héroe que volvería a alzarlo como si se tratase de una película de superman con los colores demasiado intensos, una capa que ondeaba sobre el mar azul que era el firmamento y una sonrisa dura. Volvería a ser su héroe, o eso esperaba. Pues por ello, y sólo por ello, acabé cortándome la lengua para ofrecerle un trago en un beso brusco.

Su boca se abrió, pero su cuerpo no reaccionó y no terminó tragando. Era algo más alto que yo, lo que provocaba que alzara mi cabeza para ver sus ojos de un azul intenso similar a los de un gato. Por ello lo besé, porque su tamaño era inmenso y porque mi brazo lo apartaría con sus enormes, finas, suaves y frías manos.

Cuando aparté mis labios, rogando que no la escupiera del todo aunque lo hizo, lo senté en una de las sillas estilo imperio romano, la cual era de oro puro, y que había sido pedida por Petronia hacía décadas. Acabé mordiéndome la muñeca derecha y se la ofrecí, un buen chorro de mi negra, espesa y suculenta sangre llena de poder. Pero no funcionó y entonces se me pasó por la cabeza tirarlo a los caimanes, igual que él hizo con su madre sidosa y loca, porque quizás ellos lo espabilarían mucho mejor que yo.

-Déjenla... si me acerco matará a Jerome... -pronunció sumiéndose en aquel estado de mutismo.

Jerome era su hijo. Un niño de piel algo oscura, cabellos tan hermosos como los suyos y unos ojos increíbles. Ese niñito que conoció con tres años ya era casi un adolescente. Tenía unas facciones similares a las suyas, igual que las de Tommy que era su tío hijo de su abuelo Pops con una muchacha que había vivido sin futuro en una caravana sucia y llena de críos. Jerome era su único hijo, su orgullo, el descendiente... el hermoso Jerome que aprendía bajo la tutela de Nash que le hizo amar la literatura, la música, la naturaleza mientras que Tommy le llenaba la cabeza de pájaros sobre viajes intensos que harían cuando él cumpliese en un par de veranos.

-¡Y matará a Louis si no me quedo con ella!-grité tras un inciso. Me importaba Jerome, claro que me importaba porque yo mismo lo había cargado como su tío favorito. Era un amor de crío, pero mi Louis también estaba en peligro. En realidad, todos estábamos en peligro así que no dudé en agarrarlo de las solapas y tirar de él para intentar ponerlo en pie-. ¡Tú puedes enternecer el corazón de esa maldita loca!

Se levantó pero no aguantó, pues cayó como pelele sin vida. Era un trapo que no tenía huesos, ni fe, ni futuro, ni nada. Aquello era peor que ver a Louis en sus peores días como vampiro. No dudé en patearlo completamente molesto.

-Está bien, no tienes cojones de enfrentarte a ello... -medité entonces como ponerlo furioso y sonreí de forma cínica-. ¿Sabes? A tu mujer también le gusta que la penetren por su redondo y blanco trasero...

Esperaba furia, un golpe duro en mi mentón, ojos llenos de rabia y lo único que tuve fue el miserable pasotismo de un hombre que ha aceptado la muerte.

-Al demonio- dije entre dientes tomando a mi buen amigo como si fuera un saco de patatas, lo cargué hasta las oscuras orillas infectadas de caimanes y lo levanté para arrojarlo. Si bien, lo pensé. Aquello no lo despertaría y sólo provocaría que se hundiera como una piedra hasta el fondo donde seguramente descansaba algún hueso de Patsy.

Entonces acabé tomándolo en brazos, igual que si fuese una damisela en peligro, y miré su rostro bajo los rayos de la luna. Sus labios estaban algo agrietados por la sed que ni siquiera sentía, pues su corazón estaba fragmentado, y me alcé por los aires rumbo a la cabaña donde estaba Louis.

Llegué de nuevo a la cabaña tras casi una hora esperando que Louis hubiese encontrado por instinto las mantas. Si bien, tenía la corazonada que estaría en un rincón llorando como un niño perdido. Y cuando llegué, con Quinn entre mis brazos, descubrí que no estaba equivocado.

-No está bien, pero tengo que llevarlo con Mona y que recapacite... sólo he venido para ver si estabas en condiciones.

-Si, si por mi no te preocupes -respondió de mala gana, seguramente irritado por su torpeza que por mis palabras-. Haz lo que tengas que hacer, ya me las apañaré como pueda -sabía que no quería ser arisco, pero la mención de Mona últimamente provocaba que hablara con los dientes apretados.

Coloqué al muchacho en el suelo con cuidado y fui hasta él. Fue fácil hallarlo pues sus ojos casi resplandecían como los de una pantera. Me maldije por ver lo torpe que era, aunque ya no tenía nada de humano en él y aún así lo asemejaban muy bien. Quería ser atendido, por ello jamás usaba bien sus cualidades. Verse destrozado, casi sumiso ante mí, era lo que me tenía a sus pies por completo. Estiré mi brazo para buscar la mesa y una vez la hallé recordé que muy cerca estaba un sillón.

-Ven, ven aquí- lo tomé entre mis brazos y lo llevé hasta el sillón encendiendo con mi mente el fuego de la chimenea. Cubrí su cuerpo con unas mantas polvorientas y acaricié su rostro esperando que me perdonara-. Entrarás en calor y por dios Louis ni te muevas.

-Merci -dijo en cuanto sintió la cálida prenda-. Ve con cuidado, mon cher -me despidió depositando un beso en mi mejilla.

Me moví rápido para agarrar a mi hermanito y me alcé por los cielos. Él estaba débil y necesitaba que lo viera Mona, sentía que se enternecería y comprendería. No era correcto que lo dañara, no a su esposo, no al hombre que lo amaba, no a su noble Abelardo... no a él.  

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Lestat de Lioncourt