Parte 9 - III
Me moví rápido para agarrar a mi
hermanito y me alcé por los cielos. Él estaba débil y necesitaba
que lo viera Mona, sentía que se enternecería y comprendería. No
era correcto que lo dañara, no a su esposo, no al hombre que lo
amaba, no a su noble Abelardo... no a él.
Puse rumbo hacia mi mansión, pues allí
pensaba que podía hallarse Mona junto a sus fantasmagóricos
parientes, si bien sentía que no era el rumbo correcto. Mi cuerpo se
sentía pesado y mi vuelo descendió en ritmo. Tarquin me miraba con
aquellos ojos opacos, tan azules pero tan negros. Sentía que él se
iba perdiendo en un mar profundo donde no saldría jamás. Temí por
él, por mí, por Louis; en definitiva temía por aquellos que amé y
por los que aún amo.
Cuando descendí lo hice casi cayendo
de rodillas frente a Mona y Rowan, ambas estaban en una arboleda con
la mansión de fondo completamente iluminada. Esperaba encontrarme
con la pelirroja, con mi hija, con mi amante ocasional, la mujer de
mi amigo y una de las peores Mayfair que había dado su larga
historia de descendientes. Si bien, no esperaba ver a una de las
mujeres de mi vida. Rowan tenía la mirada apagada y las manos las
tenía con los dedos entrelazados cerca de su vientre.
Tras ella, como si de un guardián
silencioso se tratase, estaba Michael vestido con elegancia y
sencillez. Vestía unos pantalones de pinza comunes, una camisa
blanca y una chaqueta de cuero que parecía parapetar el frío que
hacía entre tanta nieve y tanto viento que parecía correr como un
lamento desagradable.
Mi buen amigo, mi hermanito, me miró
fijamente intentando llamar mi atención y con el don de la mente me
transmitió un mensaje terrible. Eran imágenes de su pelea con Mona.
Ella se burlaba de su amor, las violetas que le había conseguido
quedaron en el suelo desparramadas, el jarrón explotó cerca de su
costado derecho, las lágrimas de Quinn sólo alimentaron a la
pelirroja a ser más cruel y finalmente el portazo.
-Déjame en Sugar Devil Island... deseo
estar solo- dijo sin mover sus labios, pues fue directo a mi mente
junto a esa maraña de imágenes.
No importaba ya los dramas que tuviesen
preparado, ya bastante tenía con un amigo moribundo y los pies
llenos de heridas. Además, había dejado a Louis solo. Si bien ver a
Rowan llorar como lo hacía me destrozó, pero no iba a dar un paso
atrás. Cuanto más decían que no debía casarme más deseaba
hacerlo. ¿A caso no estaban todos casados? ¿A caso no lo habían
hecho sin que me opusiera o sin siquiera conocerlos? ¡Al diablo!
Haría lo que quisiera y Louis permanecería a mi lado. Aún no había
jugado mi última carta.
-¿Satisfecha? Éste despojo es tu
esposo ¿te vale?-pregunté mirándola airado. Ella parecía serena e
incluso satisfecha-. Me importa un carajo lo que pienses de mí, como
me ataques, lo que quieras... Louis está antes que tú. Por mucho
que te aprecie Mona lo nuestro fue sexo sin más, nada más, y a él
es a quien amas ¿no es así? Mira lo que haces... atente a tus
consecuencias que yo me atendré a las mías.
-¿Deseas algo en este lugar Lestat?
-volteo la rubia secando sus lágrimas observándome con su mirada
grisácea que tenía plasmado dolor y tristeza.
-Deseo la tranquilidad en la cual
vivía-respondí secamente. No era una tranquilidad real, pero sí
una calma aparente. Al menos no tenía el sobresalto de pensar que
Louis podía morir en cualquier momento, que quizás Tarquin
terminaba arrojándose a las llamas o presentándose ante el sol,
también vivía tranquilo creyendo que por mucho que yo dijera todo
iría bien. En esos momentos sabía que nada ni nadie podría
asegurar que todo marcharía correctamente-. No es justo que Louis
sufra por un error mío, además si deseo casarme es mi problema.
¡Por una vez quiero hacer lo correcto! No quiero a Mona, nunca la
voy a querer como ella desea, pero sin embargo este imbécil se está
muriendo ¿a caso no os importa?-mi buen amigo me miró rogando
nuevamente que lo llevase lejos de allí, a su refugio.
Mona miró indiferente a su esposo, el
cual parecía languidecer en cada segundo. Sus ojos no tenían otra
expresión que la venganza y los míos eran la desesperación.
Necesitaba que aceptase que no podría existir nada entre nosotros y
que todo debía volver a como era antes.
-Entiendo tu pesar- susurró con un
hilo de voz. Rowan habló finalmente por Mona, la cual parecía
divertirse con todo aquello-. Enhorabuena por tu compromiso, sin
embargo no es nuestro problema ya- enunció fríamente movida por la
ira-. Retírense si son tan amables... Mona, Michael... -se giró
hacia ambos los cuales se marcharon dando paso a mi amante, mi Rowan,
quien caminó por el sendero de piedra. Podía sentir su dolor
calando su cuerpo hasta su alma, pero su orgullo no sería pisado
porque era una Mayfair. Ella me transmitía ira, poder, desesperación
silenciosa y sobre todo dolor.
Tragué saliva apretando los puños
intentando parecer íntegro, sin embargo el dolor me vencía. Nadie
aún sabía que seríamos padres, salvo Louis y yo mismo. Temíamos
tanto que el bebé terminara perdiéndose, el nacer muerto o
simplemente que la mujer que alquilamos no desease entregarlo.
Además, por una vez me di cuenta quien le amaba realmente y siempre
había buscado el consuelo de ser querido.
-¿Y bien? ¿me dejarán volver a la
mansión o tendremos que irnos? No voy a cambiar de parecer.
-Hagan lo que deseen, mátense si es
necesario -se giró hacia mi con su rostro surcado por lágrimas que
deseé secar-. Sólo retírense...-masculló para seguir hablando con
mayor firmeza-. Vete con todo y tus sentimientos, tú amor...-el tono
quebrado de su voz y sus ojos me torturaban- y todas esas palabras
dulces con las cuales me engañaste y enganchaste. Ahora veo que sólo
fui una más en tú lista Lestat, gracias por demostrarlo...
-Rowan, sabes que eso no es cierto-dije
mirándola conmovido, dejé a Tarquin en el gélido jardín, para ir
hacia ella-. Pero él merece ser feliz y yo necesito a alguien que me
soporte, que me ame, y que esté ahí a pesar de todos mis errores.
Necesito a alguien que realmente me quiera- la tomé del rostro y la
miré con cierta ternura-. Oh, Rowan... yo te amo y te necesito...
pero él lleva siglos esperando algo por mi parte y he decidido
dárselo... nunca cumplo una maldita promesa y éstos días han sido
un suplicio por culpa de Mona- me quedé sin aliento y con unos
terribles deseos de besar sus carnosos labios-. No soy el culpable,
lo es ella.
Estaba a punto de cumplir mi deseo
cuando me apartó furiosa haciéndome daño. Una vena de mi nariz
explotó y comencé a sangrar. Fue una de sus demostraciones de
poder. Rápidamente me llevé la mano a la nariz incrédulo. Rowan
siempre fue dulce, atenta, entregada y llena de cariño hacia mi. Sus
manos acariciaban mis cabellos con una intensidad que me hacía
delirar. Sus besos eran tóxicos y lo sabía, pues cuando me regalaba
su veneno terminaba llorando porque era extremadamente feliz al
tenerla. Siempre quería más, más de su cuerpo cálido junto al
mío.
-Vete o me las pagarás-siseó furiosa.
Aquella mujer no era la que tanto y tan
bien conocía. Mis ojos se llenaron de copiosas lágrimas
sanguinolentas y deseé que Quinn despertara de su estupidez de una
buena vez. Necesitaba que alguien me abrazara ante el terrible dolor
de percatarme que ella no me comprendía como decía, que no me
aceptaba a su lado en el refugio de sus brazos, y sobre todo que
quizás mi hijo estaba allí mismo. Quise pedirle que al menos me
dejara abrazar al pequeño, pues hacía días que no veía a algo que
era parte de mí. Si bien, ella no tardó en romperme las esperanzas.
Ni siquiera él podría estar cerca.
-Vete de una buena vez cásate, ten a
tu amado hijo- ella leyó mi mente, la cual no cerré porque jamás
pensé que usaría mis pensamientos en mi contra-. Por el nuestro ni
te preocupes que yo me haré cargo. Se feliz Lestat...-susurró con
la voz aún más quebrada-. Yo, Rowan Mayfair, no tengo nada más que
tratar contigo -sonrió amargamente ingresando a la casa seguida de
Michael, mientras Mona sonreía fascinada siguiendo sus pasos.
-¡No me puedes quitar ese hijo!-grité
furioso recordando con ansiedad que ni siquiera había podido
cargarlo más allá de unas horas. Era mío, mi sangre, y ella me lo
arrebataba. Sintí el mismo lascerante dolor que cuando Claudia
demostró su odio, el mismo -. ¡Rowan! ¡No me puedes hacer eso!
¡Además esa mansión es mía! ¡Rowan!
Ignoró mis comentarios aferrándose a
Michael, el cual la miraba con ternura y preocupación. Odié no ser
yo, odié no tenerla para mí en ese momento. Aunque estaba herido de
rabia la amaba, a pesar de todo. Su esposo la dirigió hacia dentro
mientras ignoraba parte de mi discurso.
-Ésta es la casa Mayfair de First
Street, Lestat. No es tu casa, no es la tuya- mencionó Mona antes de
cerrar la puerta en sus narices.
Miré confuso la mansión y noté que
no era la misma. Como si un hechizo me hubiese hecho ir hasta allí,
contemplar la mía, y después desvelarse con otro disfraz. Después
de agitar mis cabellos para que mis pensamientos se reordenaran
deslicé mis ojos por el cuerpo inmóvil de Tarquin. No dudé en
tomarlo de nuevo del suelo, sacudir un poco los copos de nieve
acumulados sobre el jardín y alzarme en volandas para dejarlo en mi
mansión.
Cuando llegamos todo estaba destrozado
gracias a los fantasmas. Había algunos cuadros que habían caído,
varios libros destrozados, una televisión que aún soltaba algunas
chispas, varios cristales en el suelo de la entrada y mis huellas
ensangrentadas.
-Te dejaré en la habitación que usas
aquí, no te llevaré al Santuario- dije serio mientras caminaba aún
adolorido para subir por las escaleras-. Petronia podría ir, verte
allí, molestarse contigo, burlarse de ti y dirigirse a la Mansión
Mayfair ¿a qué? No, no quiero problemas Quinn. Es mejor que tu
airada creadora no se aproxime demasiado a las brujas. Puede que no
me creas, pero algo te quiere aunque sea ínfimo, y por orgullo
también se hacen muchas cosas. Claro, que tú no tienes orgullo
¿verdad hermanito?-susurré mirándolo antes de entrar en su
habitación al fondo, cerca de las escaleras a la boardilla.
La cama estaba preparada para que él
tomara hueco en ella, así que simplemente lo recosté sacando sus
zapatos, desabrochando su camisa y acomodando su cabeza sobre la
almohada. Desabroché también el primer botón su pantalón para que
estuviese cómodo y le saqué la chaqueta, la cual parecía algo
polvorienta.
Miró confuso la mansión y notó que
no era la misma, después pasó sus ojos hacia el cuerpo de Quinn
tomándolo en volandas y se alzó para llevarlo a la suya. Allí todo
estaba destrozado gracias a esos estúpidos fantasmas. Tras colocar a
Quinn en su lecho fue a por Louis, pues estaba esperándolo y no lo
dejaría solo. Acaricié su rostro con la punta de mis dedos cuando
noté que nuevas lágrimas brotaban de él, cosa que me enterneció y
me apuñaló. Era el culpable de su sufrimiento, no Mona.
-Te quiero, sabes que te quiero y que
arreglaré ésto. Sabes que lo haré, por favor confía en mí como
si aún fuese tu héroe- besé su frente y salí de la habitación.
Cuando cerraba la puerta la vi
sonriendo cruelmente. Tan hermosa con ese vestido pastel lleno de
lazos rojos, igual que los que jugueteaban con sus rizos dorados, sus
mejillas tenían un tono sonrosado y sus labios diminutos tentaban
para ser besados pese a esa mueca temible.
-Ni se te ocurra, Claudia.
-Tranquilo, padre querido, no es a él
a quien deseo atormentar- dijo con una leve reverencia-. ¿No te
duele? Ver a un amigo así, un hermano para ti, un chico tan
comprometido que te quiso tanto consumido en una momia que no desea
moverse y sólo quiere la muerte. ¿No te duele? ¿Por qué no acabas
con su sufrimiento noble Lestat? Abelardo quiere morir y tú lo
mortificas diciéndole que todo irá bien.
Aquello me hizo sacar unas lágrimas,
pero no estaba para escucharla. No debía escucharla. Sabía que era
capaz de condenarme del mismo modo que intentó condenar a Louis.
Corrí por las escaleras mientras quedó gritando con su voz
infantil, desquebrajándola con matices adultos, mientras juraba que
sería despiadada. Corrí hacia el jardín con los pies
ensangrentados y con nuevos cristales dentro de las plantas de mis
pies. Me alcé por los cielos rezando por la seguridad de Quinn, por
la de Louis y por la mía. Debía buscar el consejo de Marius, la
fuerza de David y quizás llamar a las Gemelas. Todos debían
ayudarme, pero sabía que muchos me darían la espalda.
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