Desde el Jardín Salvaje les deseamos una Feliz Navidad junto a los suyos llena de recuerdos maravillosos.
A continuación un fic compuesto de varias historias, para ustedes, lleno de momentos que no olvidaremos.
Lestat de Lioncourt.
La nieve
Avicus y Mael
Me hallaba sentado junto al fuego,
meditando sobre los siglos que habían pasado desde la última vez
que había llegado a mi alma el frío del invierno. Los pastos verdes
de la primavera habían dejado huella en el verano y finalmente
quedaron arrasados por el otoño y la nieve que hacía varios días
que había caído. No era típico del sur cálido, de ésta ciudad de
cucarachas donde los pantanos están llenos de caimanes, que nevara
de esa forma. Sin embargo, la nieve había aguantado escasamente unos
días y había dejado todo enfangado. El jardín tenía un aspecto
siniestro con los árboles desnudos apuntando al cielo como tridentes
de algún demonio, los que mantenía sus ramas cargadas de cierto
verdor, como los abetos, estaban decorados con luces navideñas y la
fachada de la mansión había sido decorada con cientos de
guirnaldas. Sin duda se amaba la fiesta que a todos llenaban de
bondad, inclusive a Mael que parecía contagiarse pese a lo reacio
que a veces era.
-¿Por qué esa sonrisa?-pregunté.
-Hace años que vi algo que trajo
Lestat y supe que era real. Sin embargo, me niego a dejar mis viejas
costumbres. La navidad no es para mí tiempo de Jesús, sino es otra
festividad que tú bien conoces-dijo mirando las llamas-Pero no voy a
discutir por algunas cosas.
-¿Qué cosas?-verlo de ese modo me
resultaba sumamente extraño.
-Ah, bueno...-susurró para luego negar
meneando suavemente la cabeza- No lo comprenderías.
-Prueba-apostillé esperando que
aceptara confesarme que sucedía.
-Ha nevado.
Jamás supuse que algo tan simple para
cualquiera fuese tan importante para él. Sin embargo, del lugar que
él procedía aquello era habitual y posiblemente le había hecho
recordar los tiempos en los cuales la nieve helaba sus manos mortales
y provocaba que algunos enfermaran. Sus ojos claros buscaron los míos
y yo simplemente sonreí golpeando suavemente su espalda con mi ancha
mano, la cual se deslizó hasta su cintura. Abrazados mirando el
fuego recordé porque su compañía a veces era tan agradable, pues
él veía milagros en cada gesto de la naturaleza.
El espíritu de un regalo.
Arion y Petronia
De un lado a otro caminaba por las
habitaciones encendiendo las luces, dejando que todo tuviera un nuevo
resplandor. Manfred me seguía con las manos atadas en la espalda
mientras me miraba con aquellos ojos pequeños, vivos y llenos de
arrugas. Su escaso pelo alborotado le daba un aspecto de duende
ufano. Decidí parar mis pasos frente a las enormes puertas que daban
a la habitación de Petronia y suspiré pesadamente.
Ningún inmortal de nuestra talla
celebraba algo como aquello con regalos, canciones y diversos himnos
cuasi religiosos. Sin embargo, desde hacía algunos años había
investigado sobre la figura de Jesús debido a la insistencia de
Manfred, el cual insistía en homenajear en estas fechas su
nacimiento. Había algo que me parecía curioso y eran los regalos
que se hacían de corazón, por simples que fuesen, y las tarjetas
hechas con afecto que en ocasiones ni siquiera se paraban a mirar más
de una vez los mortales, los cuales ya estaban empachados por el
consumismo y algo hecho a mano les parecía nimio así como los
pequeños obsequios. Si bien, ahí estaba yo mirando las puertas y
sus gruesos pomos.
-¿Entrarás?-preguntó obligándome a
girar para mirarlo fijamente- No creo que esté de humor después de
ver tanto adorno.
-Cállate y vete-dije sacando algunos
billetes del bolsillo-Ve y compra lo que quieras, lo que creas
necesario, cualquier cosa. Déjame a solas con ella.
-Haré lo que quieras pero no tienes
que darme dinero. Si quiero comprar algo ya echaré mano al mío-miró
los escasos billetes y sonrió-Pero te compraré algo que te hará
bien, maestro amigo mío.
Se fue hacia el pasillo caminando
torpemente aunque rápido, tan rápido que en menos de unos segundos
ya se había perdido su figura y escuchaba sus pasos por el piso
inferior. Tras las gruesas maderas estaba ella, la mujer que amaba, y
en mi bolsillo estaba mi obsequio.
-Petronia, ¿puedo pasar?-pregunté
tras golpear suavemente la puerta.
-¡No!-gritó desde el interior.
-Te traje un regalo-dije intentando
convencerla.
-¡No lo quiero!-expresó de viva voz.
-Por favor, sólo serán unos
segundos-murmuré apoyando la frente en la puerta mientras dibujaba
con mis dedos las muecas de la madera.
Ella se movió rápida en el interior
de su habitación y abrió las puertas de par en par. La miré
sorprendido y estiró sus manos buscando que dejara en ella su
regalo. Metí rápidamente mi mano derecha en el bolsillo y saqué
una pequeña caja de terciopelo roja en tono guinda, con una pequeña
moña de color verde esmeralda, y de un tamaño diminuto comparado
con lo que podía ella esperar.
Rápidamente lo abrió y su expresión
furiosa pasó a una seria y finalmente, por unos breves instantes,
sonrió. Sin embargo, esa sonrisa se borró y rápidamente tuve las
puertas cerradas frente a mi cara. Sabía que le había gustado,
provocando quizás en ella algún recuerdo.
-¡Lo he arreglado con mis propias
manos!-grité esperando que viese en ese gesto un poco de amor.
Era el primer camafeo de broche que
había hecho, el cual posiblemente creía perdido. No era una joya
maestra como las que ahora tenía en su colección personal y que aún
vendía. Sin embargo, era algo especial porque representaba al
Vesubio expulsando su lava. El broche cayó al suelo hacía unas
semanas y quedó destrozado, le aseguré que lo había tirado y ella
se resignó a crear otro semejante para su colección. No obstante,
la verdad era distinta. Yo mismo quise arreglarlo, aunque hacía
mucho que no creaba algo con mis propias manos. Valió la pena mi
esfuerzo por aquella sonrisa, la cual a veces podía ser dulce.
Navidades en familia.
Lestat y Rowan
Hubiese dado cualquier cosa porque mi
madre viese a Hazel intentar tomar una de las bolas del árbol. Eran
brillantes, coloridas y de un tamaño asequible a sus pequeñas
manos. Rowan estaba radiante con aquel traje de noche. La fiesta que
celebrábamos era sin duda impactante, pues muchos habían dejado
regalos para algunos de los nuestros e incluso para nuestra pequeña.
Sus dorados rizos rozaban el escote sugerente que poseía mi esposa,
la cual acomodaba como podía su nuevo collar de perlas.
-Desearía que mi madre viniera algún
día-dije con el móvil en la mano dispuesto a filmar cualquier
reacción de la pequeña.
-Lestat, deja ya ese maldito
chisme-comentó seria mientras me miraba a los ojos-Disfruta mejor de
la pequeña. No será una niña por siempre.
-No, no lo será. Por eso mismo deseo
tomar fotografías suyas.
-Has hecho como cien-respondió
acercándose a mí para acariciar mi rostro con su mano derecha
mientras sostenía a nuestra inquieta criatura- Mírala, es tan
inquieta como tú-susurró pasándome a la niña a mis brazos.
Era increíble que su pequeño cuerpo
estuviera tan lleno de energía, como si deseara captar la atención
de la vida misma y retenerla por siempre en sus diminutos dedos. Sus
ojos eran enormes, gris con destellos grisáceos y algunos azulados
que le daban un aspecto increíblemente hermoso. Sus labios eran
diminutos y estaban húmedos.
Inesperadamente ella tomó el móvil y
sacó una fotografía de ambos. Mis largos cabellos dorados se
confundían con los del bebé, sus pequeñas manos se habían
aferrado a mi corbata turquesa. Ambos llevábamos ropa blanca, ella
un delicado vestido con un pequeño lazo que rodeaba su cintura en el
mismo color que el vestido azul pavo real de su madre y yo un traje
elegante de sastre.
-Y ya se acabaron-susurró besando
suavemente mis labios y la cabeza de Hazel.
El árbol repleto de regalos, el calor
de la chimenea y el hermoso decorado navideño me provocaba que mi
corazón se enterneciera. Sentía que jamás había vivido una época
como aquella, salvo los breves recuerdos que se agolpaban entorno a
la figura de Claudia y Louis. Pensé en él por un instante y terminé
negando suavemente. Invitarlo a la fiesta hubiese sido un error, pues
sabía que no aceptaría estar en la misma habitación que Rowan. Aún
lo apreciaba, a mi modo, y me había preocupado por los pequeños que
tenía a su cargo, los cuales habían venido al mundo en similares
circunstancias a las de Hazel. Envié regalos, tarjetas navideñas y
un pequeño cd de música para que ellos lo escucharan. Sin embargo
sabía que quizás nada llegaría y si llegaba Louis lo despreciaría
tal vez.
Rowan se percató de mi halo de
tristeza y la alivió con el roce de sus labios contra mi cuello,
manchando mínimamente mi camisa de su carmín, para luego
estrecharme dejando a la pequeña entre ambos.
-El pasado puede ser doloroso, pero
mira el futuro lleno de felicidad. Eres Lestat y tú me enseñaste
eso-me hizo reír esa frase.
-Vayamos fuera Rowan. Disfrutemos de
nuestra primera navidad en familia.
Había conocido el amor, eso era
cierto, pero no un amor tan puro como el que ella me ofrecía y la
pequeña era una muestra. El amor que llevaba colgado de mi brazo,
con ella aferrada a éste, mientras que la niña seguía disfrutando
de arrugar mi corbata, me hacía sentir bendecido de una forma
distinta a la habitual. Me había convertido en santo, pero de una
religión distinta. Santo patrón de familia que deseaba gozar,
gritar e incluso llorar ante la belleza de la navidad.
Viajes.
Arjun y Pandora
-¿Lo tienes todo?-preguntó mirándola
fijamente mientras tomaba los bártulos que estaban posicionados en
la puerta.
-Sí-respondió ella con sus labios
pintados de carmín.
-Volveremos a sentir ese maravilloso
frío invernal-dijo con cierta elegancia en sus palabras, con un tono
quedo, mientras ella le contemplaba.
-Rusia otra vez- murmuró más para sí
que para él.
Era un destino que a veces estaba en su
ruta, pero siempre regresaban a ciertos apartamentos, como el que se
hallaba en New York y que en esos momentos aún ocupaban. La nieve
caía precipitadamente sobre la ciudad, el taxi les esperaba abajo
para tomar ese vuelo privado nocturno, y el avión despegaría pese
al clima porque no era tan rematadamente malo pues sólo eran unos
copos. Arjun se sentía ligeramente emocionado, pero ella parecía
nostálgica aunque también deseaba pisar otro suelo. Viajar se había
convertido en algo común.
Los viajes eran comunes entre los
mortales, pero más entre inmortales. Caminar por el mundo, buscar
nuevas emociones y contrastes, era algo delicioso para cualquier ser
y sobre todo unos que no querían caer en la rutina. Arjun observaba
a Pandora con aquellos enormes ojos oscuros mientras acomodaba sus
cabellos, bufanda color café y gabán gris que se acomodaba a su
cuerpo como un guante. Ella se colocaba su abrigo sintiendo la
envolvía el confort y suavidad del interior de éste.
Arjun sentía que estar con ella era
sin duda su destino. Una mujer con fuerte carácter que sin duda
podía ser tachada de dama. Se sentía profundamente enamorado y
también en deuda con ella por todo lo que le había dado, pues una
vida como aquella era sin duda de agradecer aunque muchos lo vieran
como una condena o un maleficio. La eternidad siempre era agradable y
más cuando atendías los deseos de Pandora, eso creía y sentía,
por lo tanto se sentía afortunado y para nada se decepcionaba de los
momentos que vivía con ella.
En tu nombre
David y Louis
Ambos se hallaban de pie frente a la
tumba ennegrecida aún, pese a los más de diez años que habían
pasado, contemplando en la oscuridad aquella huella. Los ondulados y
oscuros cabellos de Louis caían peinados perfectamente, sus labios
se mostraban impertérritos y sus ojos verdes parecían profundos
abismos. Una rosa blanca se hallaba entre sus manos, las cuales
estaban enguatadas. Estar en aquella propiedad le cargaba de rabia,
pero no haría nada en contra de los habitantes ni de las personas
que pudieran encontrarse cerca.
A su lado se encontraba David, con un
sobre todo negro que caía hasta el borde de sus zapatos, llevaba un
jersey de cuello tortuga del mismo color y una chaqueta gris oscura,
igual que los pantalones. Louis vestía con un traje negro, camisa
verde, y bufanda del mismo tono. Ambos parecían sumidos en sus
pensamientos, sobre todo David que apuntaba con sus ojos dorados
hacia el suelo mientras aguantaba las lágrimas.
Merrick había muerto hacía tanto,
pero tanto, que parecía un sueño. Toda su vida parecía haber sido
borrada de un plumazo. Ya no se encontraba la cálida y reconfortante
voz de Aaron, ni la mirada furiosa de una mujer apasionada como era
Merrick y tampoco caían sobre sus hombros el pesado cargo en la
orden. No, David Talbot había dejado de existir cuando enterraron su
cuerpo mortal y él se sintió seducido finalmente por el placer de
matar, beber sangre y huir de la luz. El amor de su vida, uno de los
más importantes, ni siquiera tenía una tumba real que visitar sino
una mancha sobre una lápida cuyo nombre se había borrado hacía
mucho.
-Deja la rosa y marchémonos-dijo
acomodando su ropa de abrigo.
-David...-murmuró.
-Déjala, ya quiero irme de
aquí-comentó dando media vuelta para poder marcharse de allí.
Había sido una estupidez llevarle un
tributo a alguien que ni siquiera tenía allí sus huesos. Merrick se
transformó en humo y cenizas, un recuerdo, un profundo dolor y una
carga por siempre en su alma. Él debió saber que el destino que
tendría sería cruel para una mujer cuya vida siempre estuvo cargada
de sombras.
Louis dejó la rosa y le siguió con
las manos metida en los bolsillos mientras admiraba la noche
despejada. La luna estaba inmensa, como si hubiese deseado verse así
de maravillosa en aquel momento. David no dijo nada más hasta que
sintió que el respaldo del vehículo en el cual habían llegado.
Louis lo miró como mira un ángel de mármol de un cementerio, con
una fría piedad que traspasó su alma como si fuera una daga de
hielo, y suspiró. Las luces de los faros iluminaron parcialmente la
fachada de Blackwood Farm, lugar donde ocurrieron tantas desgracias y
milagros, mientras el motor rugía suavemente.
Sabía que debía dejar a Louis en su
hogar, con sus sirvientes y los pequeños a su cargo, pero sentía
enormes deseos de correr con aquel coche como si fuera un deportivo,
provocar a los radares de las autopistas y finalmente huir de la
ciudad en busca de la paz que allí no encontraba. Aún amaba a
Merrick y el fatal desenlace con Mona le había acribillado, mientras
que Louis se mostraba sereno y alejado de la realidad aunque con el
ceño fruncido mirando las luces parpadeantes de la carretera.
La estrella
Armand y Santino
Benji se encontraba correteando por la
casa mientras perseguía a una de las enormes y negras ratas que
poseía Santino. Una de esas ratas cuya cola es tan grande como su
cuerpo. Sybelle tocaba y entonaba alegres villancicos. Santino se
hallaba frente al fuego de la chimenea tirando de vez en cuando un
nuevo trozo de madera y preguntándose dónde podía encontrarse
Armand. Hacía días que no aparecía por la cabaña que había
adquirido, un lugar amplio de dos plantas y con unas vistas
increíbles a los pantanos. Aquel lugar era recóndito, pero estaba
bien comunicado. Sin embargo, parecía que Armand no había
encontrado el camino de regreso.
En cierto arrebato decidió que debía
ir a buscarlo, pero en ese momento sintió su presencia aproximándose
a la casa. Miró hacia la ventana y vio como regresaba andando, con
una caja marrón entre sus brazos y manchas de sangre en sus ropas y
rostro. Era como un ángel vengador que había llegado al mundo para
destruirlo mientras su belleza los embaucaba a todos. Las ratas que
estaban alrededor suya corrieron hacia la puerta esperando que
trajeran algo para roer y guardar en sus numerosas madrigueras que
habían conseguido crear a lo largo y ancho de la casa.
Sin decir mucho, o más bien nada,
entró Armand hacia la sala despojándose de una bufanda que aún
rezumaba olor a sangre. Benji se sintió tentado y se aproximó a él
agarrando la prenda para olfatearla mientras miraba de reojo la caja,
la cual aún estaba cerrada. Si bien Sybelle seguía tocando y
entonando mientras meneaba alegremente su cabeza. Santino simplemente
miró los ojos café con brillos dorados del pelirrojo y sopesó que
podía haber provocado que estuviese lejos de ellos durante tres
largas noches.
-He visitado a Daniel y Marius-confesó-
Dejé un tren de juguete para mi creado y una postal navideña para
quien pese a todo es mi padre-susurró sin vergüenza alguna, aunque
sabía bien cuales eran los sentimientos de Santino hacia el
milenario romano- Y he estado creando algo-dejó la caja en el suelo
y la abrió como un niño que quiere ver el contenido de un regalo.
Dentro se hallaba un artilugio en forma
de estrella, el cual comenzó a brillar dejando que la habitación se
iluminara con pequeños juegos de luces. Se aproximó al árbol, se
subió en la escalera que aún se hallaba muy cerca de éste y la
colocó con una magnífica sonrisa.
-¡Mi nuevo invento! ¡Una estrella a
pilas! La cual puede cambiar sus colores gracias a una aplicación
móvil. Creo que sin duda podré conseguir que se extienda su venta a
cada árbol de navidad que se ponga éste año y los próximos.
-Un invento-susurró riendo bajo
mientras se aproximaba a Armand y lo tomaba del rostro estirando sus
brazos hacia él. El pelirrojo aún se hallaba subido en la escalera,
mirando el mundo desde aquellos centímetros de más, con unos ojos
llenos de ilusión- Pero no olvides que nació Dios para morir entre
los hombres.
-No lo olvido-susurró estirando sus
brazos hacia el cuello de Santino y quedando colgado de éste como si
fuera uno de los dichosos adornos del árbol.
La chispa del deseo.
Nash y Tommy
Los gemidos se alzaban hacia el techo
rebotando por cada trozo del papel pintado de los muros de la
habitación. La cama chirriaba y el colchón parecía querer
deshacerse por los fuertes impulsos que ambos le ofrecían. Sus
piernas se sentían cansadas, pero sus manos acariciaban el cuerpo
del que fue siempre su mentor. Gemía con los ojos entrecerrados, con
la frente perlada por el sudor y el cabello revuelto. Tommy permitía
una vez más que el fuerte y delicioso sexo de Nash le aliviara.
Había visitado a sus hermanos y se
había sentido deprimido porque pronto tendría que olvidar, dejarlos
atrás como muchos inmortales hacían, porque era imposible ocultar
la verdad durante más de unas décadas. Y no sólo a sus hermanos,
también debería dejar a Jerome, la Gran Ramona y Jasmine además de
sus amigos mortales.
Sin embargo, ese maravilloso sexo lo
tenía hundido en gemidos que parecían más bien alaridos. Allí, en
aquella habitación de hotel, muchos podrían hacer conjeturas de
como un hombre joven estaba con otro que era prácticamente un
anciano. No obstante el porte que poseía Nash no era el de un hombre
acabado, sino sensualmente atractivo.
La boca de su amante succionaba sus
pezones mientras sus caderas se movían sin cesar. Sus manos habían
buscado las nalgas de aquel hombre que en más de una ocasión le
había consolado, aconsejado y castigado por sus travesuras.
Rápidamente sintió un agradable escalofrío que recorrió toda su
columna vertebral. Estaba llegando una vez más al orgasmo mientras
su amante aún bombeaba fuerte y decidido a provocar que llegar al
orgasmo. El miembro de Nash se había convertido en una escapatoria
gloriosa a todos su problemas mientras su cuerpo serpenteaba
incitando a su viejo tutor.
Se vino manchando el vientre de su
compañero y éste le echó una mirada seductora que le caldeó aún
más. Era algo tan fascinante y delicioso que podía hacerlo toda la
noche. Nash se apartó dejando las piernas abiertas de Tommy y
acarició su interior manchado por su esperma, éste sólo jadeó y
mordió su labio inferior.
Aquella noche de Navidad era sin duda
simbólica. Jesús había nacido para traer la buenaventura al mundo,
un rayo de luz, y Nash había llegado a su vida del mismo modo junto
a su sobrino Tarquin, el cual era mayor que él pero no dejaba de ser
su sobrino. Aquel momento era liberador para ambos y un nuevo inicio
fuese cual fuese.
-Feliz Navidad, Tommy.
-Feliz Navidad, Nash.
El beso del demonio
Nicolas y Memnoch
No existía emoción alguna en mi pecho
sobre la festividad que todos parecían aplaudir como si fueran
estúpidos dementes. Mi violín sonaba enérgicamente mientras mis
pies se movían por la habitación meciéndome de un lado a otro. Las
velas se habían apagado desde hacía horas, pues ya no existía cera
alguna que pudiera alimentarlas. Mis ojos de oscuros posos de café
estaban cerrados y mis mejillas se hallaban enrojecidas y manchadas
por las lágrimas.
Él se hallaba frente a mí, recostado
en un diván, mientras me contemplaba marcado por heridas que era
incapaz de sanar. Recordaba aquellos días con Lestat, la nieve en
París y mucho antes en Avuernia, rodeándonos con el frío y la
pasión que únicamente dos jovenzuelos podían tener. El mundo sin
duda se había vuelto apasionado en aquellos días, pero lentamente
se transformó en cenizas igual que el teatro que nos trajo tan malos
augurios a ambos.
Mi alma la poseía el demonio mucho
antes que Lestat me diese el aliento de la vida eterna en aquella
sangre contaminada. Yo mismo había pedido que la misma noche viniese
a mí con su condena y que mi alma quedase enjaulada entre las fieras
garras de un ser tan temible como era y es Memnoch. Sin embargo, lo
contemplaba y sentía escalofríos por el deseo de sus manos contra
mi cuerpo, o más bien sus garras ásperas y crueles.
-Ven aquí-ordenó provocando que
cesara la música histriónica que provenían de las cuerdas que
daban voz a mi violín.
Me arrodillé frente a su figura oscura
y penetrante, la cual me dominaba con una sola mirada. Su aspecto era
el de un ángel cincelado con el mármol más perfecto. Sus labios
estaban sonrosados y llenos de una masculinidad que deseaba agotar en
cada beso. Si bien hacía más de tres semanas que no era capaz de
ofrecerme un beso, por falso que fuese, y lo único que me ofrecía
eran golpes y un sexo tan rudo que destrozaba mi cuerpo dejándome
maltrecho como una marioneta sin cuerdas.
Acabé llorando con los brazos tensos y
el violín en el suelo, frente a mis rodillas, mientras suavemente me
inclinaba hacia delante. Había cometido el mayor pecado para la
condena de un alma y no era venderla al diablo, sino amarlo de forma
tan pura y afectuosa. Supuse que todo villano le toca el pago de sus
actos. No supe corresponder el amor de Lestat y en esos momentos me
encontraba frente a alguien que despreciaba el mío. Sin embargo, se
inclinó hacia mí tomándome de la nuca y besándome al fin
provocando que mi alma suspirara aliviada e incluso sintiera que el
paraíso estaba cerca.
Amantes inmortales
Tarquin y Mona
Se encontraba sentado en el porche de
aquella gran mansión. Había decidido visitarla con sus mejores
galas. Ella estaba allí, dándole otra oportunidad al amor que aún
germinaba entre ellos. Él podía sentir que la sensación de amor no
se había evaporado y embriagaba a ambos hasta emborracharlos en el
desenfreno de la oscuridad, muy similar a la sangre que brotaba de
sus víctimas. Tenía un hermoso traje negro hecho a medida por el
sastre, una camisa blanca de algodón y una corbata de seda también
oscura. Sus cabellos rizados caían sobre su frente y acariciaba el
cuello de su camisa. Su aspecto era pulcro y aseado con una belleza
propia de un demonio seductor con unos ojos intensos como un océano
profundo aunque de aguas tranquilas. Tarquin seguía siendo el
caballerito de agradables modales y sobre todo el noble Abelardo de
una Ophelia que en esos momentos era inmortal.
En los largos y firmes brazos de
Tarquin se hallaba un ramo de flores de diversos colores y aromas.
Había rosas, petunias, hermosos tulipanes, flores del paraíso y
margaritas en diferentes tonalidades e incluso pequeñas flores
silvestres de las cuales desconocía el nombre. Estaba envuelto en un
papel de color rojo con un hermoso y pomposo lazo que él mismo había
elegido. Sus finos dedos acariciaban cada pétalo mientras esperaba
que ella saliera, tal vez acompañada de Michael que se encontraba en
la casa, sin embargo lo hizo sola y con un escotado vestido con falda
corta que dejaba ver sus hermosas y torneadas piernas.
Mona era una criatura de escasa
estatura aunque voluptuosa, tenía unas curvas deliciosas que
cualquier hombre contemplaría con apetito y unos labios seductores
que pronto esbozaron su más peligrosa sonrisa. Sus enormes ojos
verdes se fijaron en las flores que recibía de Tarquin, el cual
rápidamente se incorporó para ofrecerle el ramo esperando que fuera
de su agrado.
-Mi noble Abelardo-susurró tomando las
flores para pegarlas contra ella y al fin apreciar su aroma- Gracias
por tu hermoso regalo y por acordarte de mí ¿te hice esperar mucho?
-No, no sentí que fueran demasiados
minutos-hacía más de una hora que se hallaba apostado en la casa,
sentado en el porche con el frío que hacía ya que no aceptó la
hospitalidad de Michael debido al nerviosismo que poseía- Te ves tan
hermosa que sería capaz de inclinarme frente a ti, desnudar tus
delicados pies y besar tus tobillos. Eres como un ángel bajado de
los cielos para tentar a los hombres con tu belleza. Mona, estás
maravillosamente encantadora esta noche. El recogido que llevas es
sencillamente encantador y provoca que tu cuello se vea largo y
sugerente.
-Eres encantador-murmuró aproximándose
más a él mientras hundía sus ojos verdes en los suyos, tan azules
y llenos del brillo de la esperanza, felicidad y deseo que ella le
provocaba- Te ves elegante con esa corbata, Quinn-dijo tocándola con
la punta de sus dedos mientras dejaba la palma de su mano izquierda
sobre su pecho, para luego estirarla hacia su rostro y acariciar su
mentón- Tengo frío-susurró provocando la rápida reacción de su
apuesto acompañante, el cual se sacó la chaqueta para colocarla
sobre sus estrechos hombros-¿Nos marchamos?-preguntó quedando a
pocos milímetros de él para echar su brazo izquierdo hacia el
hombro derecho del joven vampiro, el cual se inclinó y al fin pudo
besar sus labios saboreando el carmín que los hacía destacar de
forma tan sugerente.
-Feliz Navidad, Mona-murmuró
embriagado y casi sin aliento.
-Feliz Navidad.
Ambos irían a la fiesta Mayfair de
Navidad, a la cual Michael decidió no asistir para quedarse sumido
en los recuerdos de aquella tragedia que fue el nacimiento de Lasher,
que se daría en el restaurante del hospital Mayfair y posteriormente
en uno de los salones de fiestas que poseía la familia.
2 comentarios:
Oh, Monsieur Lestat!
La fic es muy buena! Aun no lei toda Las Cronicas, entonce tiene personagens que no conosco, pero aún si! Tan... pretty and cute! *-*
Porfa, no dejes de escribir jamás!
y de ser este demonio salvaje y sensual ;) (que no me mate Rowan D: )
Besos!
Bueno... acá estoy. Aunque igual no importaba mucho, pero quiero hacerme presente xD
Falté a mi curso de teoría del delito para compensar mi garrafal ausencia de comentar. No he leído en mucho tiempo y no hay excusa, lo que sí es que lo que escriben me motiva a ir a la universidad (por contradictorio que suenexD)
¡Todos me gustaron! Tiene un poder más atrayente Petronia/Arion, ni qué decir sobre Tommy y Nash (quelosextrañabamuchísimocomonotienenunaideaotalvezsí). Nicolas... ya, lo he dicho varias veces. Me encanta.
... Sé que es MUY tarde, pero espero la hayan pasado maravilloso. Han comenzado el año trabajando y eso me hace feliz.
¡Saludos!
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