Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 22 de diciembre de 2013

In love

Desde el Jardín Salvaje les deseamos una Feliz Navidad junto a los suyos llena de recuerdos maravillosos. 

A continuación un fic compuesto de varias historias, para ustedes, lleno de momentos que no olvidaremos. 

Lestat de Lioncourt. 


La nieve

Avicus y Mael

Me hallaba sentado junto al fuego, meditando sobre los siglos que habían pasado desde la última vez que había llegado a mi alma el frío del invierno. Los pastos verdes de la primavera habían dejado huella en el verano y finalmente quedaron arrasados por el otoño y la nieve que hacía varios días que había caído. No era típico del sur cálido, de ésta ciudad de cucarachas donde los pantanos están llenos de caimanes, que nevara de esa forma. Sin embargo, la nieve había aguantado escasamente unos días y había dejado todo enfangado. El jardín tenía un aspecto siniestro con los árboles desnudos apuntando al cielo como tridentes de algún demonio, los que mantenía sus ramas cargadas de cierto verdor, como los abetos, estaban decorados con luces navideñas y la fachada de la mansión había sido decorada con cientos de guirnaldas. Sin duda se amaba la fiesta que a todos llenaban de bondad, inclusive a Mael que parecía contagiarse pese a lo reacio que a veces era.

-¿Por qué esa sonrisa?-pregunté.

-Hace años que vi algo que trajo Lestat y supe que era real. Sin embargo, me niego a dejar mis viejas costumbres. La navidad no es para mí tiempo de Jesús, sino es otra festividad que tú bien conoces-dijo mirando las llamas-Pero no voy a discutir por algunas cosas.

-¿Qué cosas?-verlo de ese modo me resultaba sumamente extraño.

-Ah, bueno...-susurró para luego negar meneando suavemente la cabeza- No lo comprenderías.

-Prueba-apostillé esperando que aceptara confesarme que sucedía.

-Ha nevado.

Jamás supuse que algo tan simple para cualquiera fuese tan importante para él. Sin embargo, del lugar que él procedía aquello era habitual y posiblemente le había hecho recordar los tiempos en los cuales la nieve helaba sus manos mortales y provocaba que algunos enfermaran. Sus ojos claros buscaron los míos y yo simplemente sonreí golpeando suavemente su espalda con mi ancha mano, la cual se deslizó hasta su cintura. Abrazados mirando el fuego recordé porque su compañía a veces era tan agradable, pues él veía milagros en cada gesto de la naturaleza.

El espíritu de un regalo.

Arion y Petronia

De un lado a otro caminaba por las habitaciones encendiendo las luces, dejando que todo tuviera un nuevo resplandor. Manfred me seguía con las manos atadas en la espalda mientras me miraba con aquellos ojos pequeños, vivos y llenos de arrugas. Su escaso pelo alborotado le daba un aspecto de duende ufano. Decidí parar mis pasos frente a las enormes puertas que daban a la habitación de Petronia y suspiré pesadamente.

Ningún inmortal de nuestra talla celebraba algo como aquello con regalos, canciones y diversos himnos cuasi religiosos. Sin embargo, desde hacía algunos años había investigado sobre la figura de Jesús debido a la insistencia de Manfred, el cual insistía en homenajear en estas fechas su nacimiento. Había algo que me parecía curioso y eran los regalos que se hacían de corazón, por simples que fuesen, y las tarjetas hechas con afecto que en ocasiones ni siquiera se paraban a mirar más de una vez los mortales, los cuales ya estaban empachados por el consumismo y algo hecho a mano les parecía nimio así como los pequeños obsequios. Si bien, ahí estaba yo mirando las puertas y sus gruesos pomos.

-¿Entrarás?-preguntó obligándome a girar para mirarlo fijamente- No creo que esté de humor después de ver tanto adorno.

-Cállate y vete-dije sacando algunos billetes del bolsillo-Ve y compra lo que quieras, lo que creas necesario, cualquier cosa. Déjame a solas con ella.

-Haré lo que quieras pero no tienes que darme dinero. Si quiero comprar algo ya echaré mano al mío-miró los escasos billetes y sonrió-Pero te compraré algo que te hará bien, maestro amigo mío.

Se fue hacia el pasillo caminando torpemente aunque rápido, tan rápido que en menos de unos segundos ya se había perdido su figura y escuchaba sus pasos por el piso inferior. Tras las gruesas maderas estaba ella, la mujer que amaba, y en mi bolsillo estaba mi obsequio.

-Petronia, ¿puedo pasar?-pregunté tras golpear suavemente la puerta.

-¡No!-gritó desde el interior.

-Te traje un regalo-dije intentando convencerla.

-¡No lo quiero!-expresó de viva voz.

-Por favor, sólo serán unos segundos-murmuré apoyando la frente en la puerta mientras dibujaba con mis dedos las muecas de la madera.

Ella se movió rápida en el interior de su habitación y abrió las puertas de par en par. La miré sorprendido y estiró sus manos buscando que dejara en ella su regalo. Metí rápidamente mi mano derecha en el bolsillo y saqué una pequeña caja de terciopelo roja en tono guinda, con una pequeña moña de color verde esmeralda, y de un tamaño diminuto comparado con lo que podía ella esperar.

Rápidamente lo abrió y su expresión furiosa pasó a una seria y finalmente, por unos breves instantes, sonrió. Sin embargo, esa sonrisa se borró y rápidamente tuve las puertas cerradas frente a mi cara. Sabía que le había gustado, provocando quizás en ella algún recuerdo.

-¡Lo he arreglado con mis propias manos!-grité esperando que viese en ese gesto un poco de amor.

Era el primer camafeo de broche que había hecho, el cual posiblemente creía perdido. No era una joya maestra como las que ahora tenía en su colección personal y que aún vendía. Sin embargo, era algo especial porque representaba al Vesubio expulsando su lava. El broche cayó al suelo hacía unas semanas y quedó destrozado, le aseguré que lo había tirado y ella se resignó a crear otro semejante para su colección. No obstante, la verdad era distinta. Yo mismo quise arreglarlo, aunque hacía mucho que no creaba algo con mis propias manos. Valió la pena mi esfuerzo por aquella sonrisa, la cual a veces podía ser dulce.


Navidades en familia.

Lestat y Rowan

Hubiese dado cualquier cosa porque mi madre viese a Hazel intentar tomar una de las bolas del árbol. Eran brillantes, coloridas y de un tamaño asequible a sus pequeñas manos. Rowan estaba radiante con aquel traje de noche. La fiesta que celebrábamos era sin duda impactante, pues muchos habían dejado regalos para algunos de los nuestros e incluso para nuestra pequeña. Sus dorados rizos rozaban el escote sugerente que poseía mi esposa, la cual acomodaba como podía su nuevo collar de perlas.

-Desearía que mi madre viniera algún día-dije con el móvil en la mano dispuesto a filmar cualquier reacción de la pequeña.

-Lestat, deja ya ese maldito chisme-comentó seria mientras me miraba a los ojos-Disfruta mejor de la pequeña. No será una niña por siempre.

-No, no lo será. Por eso mismo deseo tomar fotografías suyas.

-Has hecho como cien-respondió acercándose a mí para acariciar mi rostro con su mano derecha mientras sostenía a nuestra inquieta criatura- Mírala, es tan inquieta como tú-susurró pasándome a la niña a mis brazos.

Era increíble que su pequeño cuerpo estuviera tan lleno de energía, como si deseara captar la atención de la vida misma y retenerla por siempre en sus diminutos dedos. Sus ojos eran enormes, gris con destellos grisáceos y algunos azulados que le daban un aspecto increíblemente hermoso. Sus labios eran diminutos y estaban húmedos.

Inesperadamente ella tomó el móvil y sacó una fotografía de ambos. Mis largos cabellos dorados se confundían con los del bebé, sus pequeñas manos se habían aferrado a mi corbata turquesa. Ambos llevábamos ropa blanca, ella un delicado vestido con un pequeño lazo que rodeaba su cintura en el mismo color que el vestido azul pavo real de su madre y yo un traje elegante de sastre.

-Y ya se acabaron-susurró besando suavemente mis labios y la cabeza de Hazel.

El árbol repleto de regalos, el calor de la chimenea y el hermoso decorado navideño me provocaba que mi corazón se enterneciera. Sentía que jamás había vivido una época como aquella, salvo los breves recuerdos que se agolpaban entorno a la figura de Claudia y Louis. Pensé en él por un instante y terminé negando suavemente. Invitarlo a la fiesta hubiese sido un error, pues sabía que no aceptaría estar en la misma habitación que Rowan. Aún lo apreciaba, a mi modo, y me había preocupado por los pequeños que tenía a su cargo, los cuales habían venido al mundo en similares circunstancias a las de Hazel. Envié regalos, tarjetas navideñas y un pequeño cd de música para que ellos lo escucharan. Sin embargo sabía que quizás nada llegaría y si llegaba Louis lo despreciaría tal vez.

Rowan se percató de mi halo de tristeza y la alivió con el roce de sus labios contra mi cuello, manchando mínimamente mi camisa de su carmín, para luego estrecharme dejando a la pequeña entre ambos.

-El pasado puede ser doloroso, pero mira el futuro lleno de felicidad. Eres Lestat y tú me enseñaste eso-me hizo reír esa frase.

-Vayamos fuera Rowan. Disfrutemos de nuestra primera navidad en familia.

Había conocido el amor, eso era cierto, pero no un amor tan puro como el que ella me ofrecía y la pequeña era una muestra. El amor que llevaba colgado de mi brazo, con ella aferrada a éste, mientras que la niña seguía disfrutando de arrugar mi corbata, me hacía sentir bendecido de una forma distinta a la habitual. Me había convertido en santo, pero de una religión distinta. Santo patrón de familia que deseaba gozar, gritar e incluso llorar ante la belleza de la navidad.

Viajes.

Arjun y Pandora

-¿Lo tienes todo?-preguntó mirándola fijamente mientras tomaba los bártulos que estaban posicionados en la puerta.

-Sí-respondió ella con sus labios pintados de carmín.

-Volveremos a sentir ese maravilloso frío invernal-dijo con cierta elegancia en sus palabras, con un tono quedo, mientras ella le contemplaba.

-Rusia otra vez- murmuró más para sí que para él.

Era un destino que a veces estaba en su ruta, pero siempre regresaban a ciertos apartamentos, como el que se hallaba en New York y que en esos momentos aún ocupaban. La nieve caía precipitadamente sobre la ciudad, el taxi les esperaba abajo para tomar ese vuelo privado nocturno, y el avión despegaría pese al clima porque no era tan rematadamente malo pues sólo eran unos copos. Arjun se sentía ligeramente emocionado, pero ella parecía nostálgica aunque también deseaba pisar otro suelo. Viajar se había convertido en algo común.

Los viajes eran comunes entre los mortales, pero más entre inmortales. Caminar por el mundo, buscar nuevas emociones y contrastes, era algo delicioso para cualquier ser y sobre todo unos que no querían caer en la rutina. Arjun observaba a Pandora con aquellos enormes ojos oscuros mientras acomodaba sus cabellos, bufanda color café y gabán gris que se acomodaba a su cuerpo como un guante. Ella se colocaba su abrigo sintiendo la envolvía el confort y suavidad del interior de éste.

Arjun sentía que estar con ella era sin duda su destino. Una mujer con fuerte carácter que sin duda podía ser tachada de dama. Se sentía profundamente enamorado y también en deuda con ella por todo lo que le había dado, pues una vida como aquella era sin duda de agradecer aunque muchos lo vieran como una condena o un maleficio. La eternidad siempre era agradable y más cuando atendías los deseos de Pandora, eso creía y sentía, por lo tanto se sentía afortunado y para nada se decepcionaba de los momentos que vivía con ella.

En tu nombre

David y Louis

Ambos se hallaban de pie frente a la tumba ennegrecida aún, pese a los más de diez años que habían pasado, contemplando en la oscuridad aquella huella. Los ondulados y oscuros cabellos de Louis caían peinados perfectamente, sus labios se mostraban impertérritos y sus ojos verdes parecían profundos abismos. Una rosa blanca se hallaba entre sus manos, las cuales estaban enguatadas. Estar en aquella propiedad le cargaba de rabia, pero no haría nada en contra de los habitantes ni de las personas que pudieran encontrarse cerca.

A su lado se encontraba David, con un sobre todo negro que caía hasta el borde de sus zapatos, llevaba un jersey de cuello tortuga del mismo color y una chaqueta gris oscura, igual que los pantalones. Louis vestía con un traje negro, camisa verde, y bufanda del mismo tono. Ambos parecían sumidos en sus pensamientos, sobre todo David que apuntaba con sus ojos dorados hacia el suelo mientras aguantaba las lágrimas.

Merrick había muerto hacía tanto, pero tanto, que parecía un sueño. Toda su vida parecía haber sido borrada de un plumazo. Ya no se encontraba la cálida y reconfortante voz de Aaron, ni la mirada furiosa de una mujer apasionada como era Merrick y tampoco caían sobre sus hombros el pesado cargo en la orden. No, David Talbot había dejado de existir cuando enterraron su cuerpo mortal y él se sintió seducido finalmente por el placer de matar, beber sangre y huir de la luz. El amor de su vida, uno de los más importantes, ni siquiera tenía una tumba real que visitar sino una mancha sobre una lápida cuyo nombre se había borrado hacía mucho.

-Deja la rosa y marchémonos-dijo acomodando su ropa de abrigo.

-David...-murmuró.

-Déjala, ya quiero irme de aquí-comentó dando media vuelta para poder marcharse de allí.

Había sido una estupidez llevarle un tributo a alguien que ni siquiera tenía allí sus huesos. Merrick se transformó en humo y cenizas, un recuerdo, un profundo dolor y una carga por siempre en su alma. Él debió saber que el destino que tendría sería cruel para una mujer cuya vida siempre estuvo cargada de sombras.

Louis dejó la rosa y le siguió con las manos metida en los bolsillos mientras admiraba la noche despejada. La luna estaba inmensa, como si hubiese deseado verse así de maravillosa en aquel momento. David no dijo nada más hasta que sintió que el respaldo del vehículo en el cual habían llegado. Louis lo miró como mira un ángel de mármol de un cementerio, con una fría piedad que traspasó su alma como si fuera una daga de hielo, y suspiró. Las luces de los faros iluminaron parcialmente la fachada de Blackwood Farm, lugar donde ocurrieron tantas desgracias y milagros, mientras el motor rugía suavemente.

Sabía que debía dejar a Louis en su hogar, con sus sirvientes y los pequeños a su cargo, pero sentía enormes deseos de correr con aquel coche como si fuera un deportivo, provocar a los radares de las autopistas y finalmente huir de la ciudad en busca de la paz que allí no encontraba. Aún amaba a Merrick y el fatal desenlace con Mona le había acribillado, mientras que Louis se mostraba sereno y alejado de la realidad aunque con el ceño fruncido mirando las luces parpadeantes de la carretera.

La estrella

Armand y Santino

Benji se encontraba correteando por la casa mientras perseguía a una de las enormes y negras ratas que poseía Santino. Una de esas ratas cuya cola es tan grande como su cuerpo. Sybelle tocaba y entonaba alegres villancicos. Santino se hallaba frente al fuego de la chimenea tirando de vez en cuando un nuevo trozo de madera y preguntándose dónde podía encontrarse Armand. Hacía días que no aparecía por la cabaña que había adquirido, un lugar amplio de dos plantas y con unas vistas increíbles a los pantanos. Aquel lugar era recóndito, pero estaba bien comunicado. Sin embargo, parecía que Armand no había encontrado el camino de regreso.

En cierto arrebato decidió que debía ir a buscarlo, pero en ese momento sintió su presencia aproximándose a la casa. Miró hacia la ventana y vio como regresaba andando, con una caja marrón entre sus brazos y manchas de sangre en sus ropas y rostro. Era como un ángel vengador que había llegado al mundo para destruirlo mientras su belleza los embaucaba a todos. Las ratas que estaban alrededor suya corrieron hacia la puerta esperando que trajeran algo para roer y guardar en sus numerosas madrigueras que habían conseguido crear a lo largo y ancho de la casa.

Sin decir mucho, o más bien nada, entró Armand hacia la sala despojándose de una bufanda que aún rezumaba olor a sangre. Benji se sintió tentado y se aproximó a él agarrando la prenda para olfatearla mientras miraba de reojo la caja, la cual aún estaba cerrada. Si bien Sybelle seguía tocando y entonando mientras meneaba alegremente su cabeza. Santino simplemente miró los ojos café con brillos dorados del pelirrojo y sopesó que podía haber provocado que estuviese lejos de ellos durante tres largas noches.

-He visitado a Daniel y Marius-confesó- Dejé un tren de juguete para mi creado y una postal navideña para quien pese a todo es mi padre-susurró sin vergüenza alguna, aunque sabía bien cuales eran los sentimientos de Santino hacia el milenario romano- Y he estado creando algo-dejó la caja en el suelo y la abrió como un niño que quiere ver el contenido de un regalo.

Dentro se hallaba un artilugio en forma de estrella, el cual comenzó a brillar dejando que la habitación se iluminara con pequeños juegos de luces. Se aproximó al árbol, se subió en la escalera que aún se hallaba muy cerca de éste y la colocó con una magnífica sonrisa.

-¡Mi nuevo invento! ¡Una estrella a pilas! La cual puede cambiar sus colores gracias a una aplicación móvil. Creo que sin duda podré conseguir que se extienda su venta a cada árbol de navidad que se ponga éste año y los próximos.

-Un invento-susurró riendo bajo mientras se aproximaba a Armand y lo tomaba del rostro estirando sus brazos hacia él. El pelirrojo aún se hallaba subido en la escalera, mirando el mundo desde aquellos centímetros de más, con unos ojos llenos de ilusión- Pero no olvides que nació Dios para morir entre los hombres.

-No lo olvido-susurró estirando sus brazos hacia el cuello de Santino y quedando colgado de éste como si fuera uno de los dichosos adornos del árbol.

La chispa del deseo.

Nash y Tommy

Los gemidos se alzaban hacia el techo rebotando por cada trozo del papel pintado de los muros de la habitación. La cama chirriaba y el colchón parecía querer deshacerse por los fuertes impulsos que ambos le ofrecían. Sus piernas se sentían cansadas, pero sus manos acariciaban el cuerpo del que fue siempre su mentor. Gemía con los ojos entrecerrados, con la frente perlada por el sudor y el cabello revuelto. Tommy permitía una vez más que el fuerte y delicioso sexo de Nash le aliviara.

Había visitado a sus hermanos y se había sentido deprimido porque pronto tendría que olvidar, dejarlos atrás como muchos inmortales hacían, porque era imposible ocultar la verdad durante más de unas décadas. Y no sólo a sus hermanos, también debería dejar a Jerome, la Gran Ramona y Jasmine además de sus amigos mortales.

Sin embargo, ese maravilloso sexo lo tenía hundido en gemidos que parecían más bien alaridos. Allí, en aquella habitación de hotel, muchos podrían hacer conjeturas de como un hombre joven estaba con otro que era prácticamente un anciano. No obstante el porte que poseía Nash no era el de un hombre acabado, sino sensualmente atractivo.

La boca de su amante succionaba sus pezones mientras sus caderas se movían sin cesar. Sus manos habían buscado las nalgas de aquel hombre que en más de una ocasión le había consolado, aconsejado y castigado por sus travesuras. Rápidamente sintió un agradable escalofrío que recorrió toda su columna vertebral. Estaba llegando una vez más al orgasmo mientras su amante aún bombeaba fuerte y decidido a provocar que llegar al orgasmo. El miembro de Nash se había convertido en una escapatoria gloriosa a todos su problemas mientras su cuerpo serpenteaba incitando a su viejo tutor.

Se vino manchando el vientre de su compañero y éste le echó una mirada seductora que le caldeó aún más. Era algo tan fascinante y delicioso que podía hacerlo toda la noche. Nash se apartó dejando las piernas abiertas de Tommy y acarició su interior manchado por su esperma, éste sólo jadeó y mordió su labio inferior.

Aquella noche de Navidad era sin duda simbólica. Jesús había nacido para traer la buenaventura al mundo, un rayo de luz, y Nash había llegado a su vida del mismo modo junto a su sobrino Tarquin, el cual era mayor que él pero no dejaba de ser su sobrino. Aquel momento era liberador para ambos y un nuevo inicio fuese cual fuese.

-Feliz Navidad, Tommy.

-Feliz Navidad, Nash.

El beso del demonio

Nicolas y Memnoch

No existía emoción alguna en mi pecho sobre la festividad que todos parecían aplaudir como si fueran estúpidos dementes. Mi violín sonaba enérgicamente mientras mis pies se movían por la habitación meciéndome de un lado a otro. Las velas se habían apagado desde hacía horas, pues ya no existía cera alguna que pudiera alimentarlas. Mis ojos de oscuros posos de café estaban cerrados y mis mejillas se hallaban enrojecidas y manchadas por las lágrimas.

Él se hallaba frente a mí, recostado en un diván, mientras me contemplaba marcado por heridas que era incapaz de sanar. Recordaba aquellos días con Lestat, la nieve en París y mucho antes en Avuernia, rodeándonos con el frío y la pasión que únicamente dos jovenzuelos podían tener. El mundo sin duda se había vuelto apasionado en aquellos días, pero lentamente se transformó en cenizas igual que el teatro que nos trajo tan malos augurios a ambos.

Mi alma la poseía el demonio mucho antes que Lestat me diese el aliento de la vida eterna en aquella sangre contaminada. Yo mismo había pedido que la misma noche viniese a mí con su condena y que mi alma quedase enjaulada entre las fieras garras de un ser tan temible como era y es Memnoch. Sin embargo, lo contemplaba y sentía escalofríos por el deseo de sus manos contra mi cuerpo, o más bien sus garras ásperas y crueles.

-Ven aquí-ordenó provocando que cesara la música histriónica que provenían de las cuerdas que daban voz a mi violín.

Me arrodillé frente a su figura oscura y penetrante, la cual me dominaba con una sola mirada. Su aspecto era el de un ángel cincelado con el mármol más perfecto. Sus labios estaban sonrosados y llenos de una masculinidad que deseaba agotar en cada beso. Si bien hacía más de tres semanas que no era capaz de ofrecerme un beso, por falso que fuese, y lo único que me ofrecía eran golpes y un sexo tan rudo que destrozaba mi cuerpo dejándome maltrecho como una marioneta sin cuerdas.

Acabé llorando con los brazos tensos y el violín en el suelo, frente a mis rodillas, mientras suavemente me inclinaba hacia delante. Había cometido el mayor pecado para la condena de un alma y no era venderla al diablo, sino amarlo de forma tan pura y afectuosa. Supuse que todo villano le toca el pago de sus actos. No supe corresponder el amor de Lestat y en esos momentos me encontraba frente a alguien que despreciaba el mío. Sin embargo, se inclinó hacia mí tomándome de la nuca y besándome al fin provocando que mi alma suspirara aliviada e incluso sintiera que el paraíso estaba cerca.

Amantes inmortales

Tarquin y Mona

Se encontraba sentado en el porche de aquella gran mansión. Había decidido visitarla con sus mejores galas. Ella estaba allí, dándole otra oportunidad al amor que aún germinaba entre ellos. Él podía sentir que la sensación de amor no se había evaporado y embriagaba a ambos hasta emborracharlos en el desenfreno de la oscuridad, muy similar a la sangre que brotaba de sus víctimas. Tenía un hermoso traje negro hecho a medida por el sastre, una camisa blanca de algodón y una corbata de seda también oscura. Sus cabellos rizados caían sobre su frente y acariciaba el cuello de su camisa. Su aspecto era pulcro y aseado con una belleza propia de un demonio seductor con unos ojos intensos como un océano profundo aunque de aguas tranquilas. Tarquin seguía siendo el caballerito de agradables modales y sobre todo el noble Abelardo de una Ophelia que en esos momentos era inmortal.

En los largos y firmes brazos de Tarquin se hallaba un ramo de flores de diversos colores y aromas. Había rosas, petunias, hermosos tulipanes, flores del paraíso y margaritas en diferentes tonalidades e incluso pequeñas flores silvestres de las cuales desconocía el nombre. Estaba envuelto en un papel de color rojo con un hermoso y pomposo lazo que él mismo había elegido. Sus finos dedos acariciaban cada pétalo mientras esperaba que ella saliera, tal vez acompañada de Michael que se encontraba en la casa, sin embargo lo hizo sola y con un escotado vestido con falda corta que dejaba ver sus hermosas y torneadas piernas.

Mona era una criatura de escasa estatura aunque voluptuosa, tenía unas curvas deliciosas que cualquier hombre contemplaría con apetito y unos labios seductores que pronto esbozaron su más peligrosa sonrisa. Sus enormes ojos verdes se fijaron en las flores que recibía de Tarquin, el cual rápidamente se incorporó para ofrecerle el ramo esperando que fuera de su agrado.

-Mi noble Abelardo-susurró tomando las flores para pegarlas contra ella y al fin apreciar su aroma- Gracias por tu hermoso regalo y por acordarte de mí ¿te hice esperar mucho?

-No, no sentí que fueran demasiados minutos-hacía más de una hora que se hallaba apostado en la casa, sentado en el porche con el frío que hacía ya que no aceptó la hospitalidad de Michael debido al nerviosismo que poseía- Te ves tan hermosa que sería capaz de inclinarme frente a ti, desnudar tus delicados pies y besar tus tobillos. Eres como un ángel bajado de los cielos para tentar a los hombres con tu belleza. Mona, estás maravillosamente encantadora esta noche. El recogido que llevas es sencillamente encantador y provoca que tu cuello se vea largo y sugerente.

-Eres encantador-murmuró aproximándose más a él mientras hundía sus ojos verdes en los suyos, tan azules y llenos del brillo de la esperanza, felicidad y deseo que ella le provocaba- Te ves elegante con esa corbata, Quinn-dijo tocándola con la punta de sus dedos mientras dejaba la palma de su mano izquierda sobre su pecho, para luego estirarla hacia su rostro y acariciar su mentón- Tengo frío-susurró provocando la rápida reacción de su apuesto acompañante, el cual se sacó la chaqueta para colocarla sobre sus estrechos hombros-¿Nos marchamos?-preguntó quedando a pocos milímetros de él para echar su brazo izquierdo hacia el hombro derecho del joven vampiro, el cual se inclinó y al fin pudo besar sus labios saboreando el carmín que los hacía destacar de forma tan sugerente.

-Feliz Navidad, Mona-murmuró embriagado y casi sin aliento.

-Feliz Navidad.


Ambos irían a la fiesta Mayfair de Navidad, a la cual Michael decidió no asistir para quedarse sumido en los recuerdos de aquella tragedia que fue el nacimiento de Lasher, que se daría en el restaurante del hospital Mayfair y posteriormente en uno de los salones de fiestas que poseía la familia.  

2 comentarios:

B.B dijo...

Oh, Monsieur Lestat!

La fic es muy buena! Aun no lei toda Las Cronicas, entonce tiene personagens que no conosco, pero aún si! Tan... pretty and cute! *-*
Porfa, no dejes de escribir jamás!
y de ser este demonio salvaje y sensual ;) (que no me mate Rowan D: )

Besos!

Ga dijo...

Bueno... acá estoy. Aunque igual no importaba mucho, pero quiero hacerme presente xD
Falté a mi curso de teoría del delito para compensar mi garrafal ausencia de comentar. No he leído en mucho tiempo y no hay excusa, lo que sí es que lo que escriben me motiva a ir a la universidad (por contradictorio que suenexD)

¡Todos me gustaron! Tiene un poder más atrayente Petronia/Arion, ni qué decir sobre Tommy y Nash (quelosextrañabamuchísimocomonotienenunaideaotalvezsí). Nicolas... ya, lo he dicho varias veces. Me encanta.

... Sé que es MUY tarde, pero espero la hayan pasado maravilloso. Han comenzado el año trabajando y eso me hace feliz.

¡Saludos!

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt