Nicolas me ha pedido que suba este texto en su nombre. La verdad es que no me apetece hablar más sobre el tema. Él se ha enamorado de Memnoch y Memnoch me sigue acosando. Es una relación extraña y no hay mucho que decir sobre ello. Allá él y su alma.
Lestat de Lioncourt
La mañana había llegado a pesar que
rogué durante horas que el sol no apareciera. Si por mí hubiese
sido habría matado las horas diurnas por una noche más a su lado,
en silencio, sin mover siquiera un músculo temeroso porque
despertase y se sintiese incómodo al encontrarme acariciando sus
pómulos.
He recorrido cada trozo de su rostro
delineando con la punta de mis dedos. Creo que ya puedo dibujarlo en
el aire con la maestría de un ciego. Pero ¿no soy ya un ciego de
tantos? Me ha cegado el amor y he caído en el torbellino desesperado
de saber que él no me amará jamás. No tengo esperanza alguna y no
le guardo rencor. ¿Quién soy yo para imponer mis sentimientos?
Ambos somos libres para buscar otras camas y sin embargo caigo en
redondo frente a él. Siento asco y vergüenza de mí, pues he
olvidado quien soy realmente y quién domina en los infiernos.
Las hermosas cortinas color púrpura de
mi habitación se agitan suavemente. La cama está revuelta y él aún
permanece en ella. Sus cabellos rubios, casi cafés, están revueltos
y caen sobre la almohada. Sólo el edredón tapa sus partes nobles,
pues no hay muro de tela alguno. Quiero buscar sus brazos para que me
rodeen de forma sincera, como si fuese la solución a cualquier
enigma que aún él se plantee, y llorar en su pecho las lágrimas
que no muestro por miedo a sus burlas. La luz incide sobre su rostro
y la mañana de invierno, la cual fue precedida por horribles
lluvias, es ahora tan primaveral que siento pánico. Veo el mundo con
los colores que había olvidado y sin duda es una fantasía demasiado
atractiva para un ser acostumbrado a la oscuridad.
Necesito tocar para él, pero no me
atrevo. Temo que se despierte y se vaya. Mi cama no volverá a ser la
misma, pues jamás se había quedado conmigo más de unas horas. El
tormento de sus caricias crueles, sus golpes certeros y sus palabras
lascivas dieron paso a unos besos inquietantes mientras reía por mis
reacciones. Sé que juega conmigo. Soy su juguete favorito hasta que
termine roto, en el piso y sin ánimos de seguir jugando aunque me
patee exclamando que no sirvo para nada.
Estoy frente a él rodeando mi violín
y llorando. Cada una de mis lágrimas es un beso frío que me ha
ofrecido, un golpe en mi rostro o en mi alma... cada suspiro que
ofrezco es un año más condenado al infierno. Acepté regresar y he
terminado siendo humillado por un amor imposible que quema mis
esperanzas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario