Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 4 de septiembre de 2014

Veneno en la piel

Louis demuestra aquí lo hijo de perra que puede ser, así que aviso. Muchos no saben de éste lado porque no han sido capaces de leer Merrick. Ahora absténganse a las consecuencias... como yo lo he hecho. 

Lestat de Lioncourt


Los libros siempre han sido mi gran pasión y fascinación. Vivir con David Talbot, coleccionista empedernido e incondicional de la buena literatura, significa poseer una biblioteca tan extensa como salas existen en la planta superior de la mansión que decidió adquirir tras la muerte de Merrick. Había decidido quedarse en la ciudad, lejos de sus raíces y de cualquier vínculo con la orden. Aaron Ligthner había muerto, también ella y Yuri Stefano, viejo amigo y ayudante, había regresado a Talamasca con mayor firmeza y votos de silencio renovados. Se encontraba solo. Tan sólo como me podía encontrar yo en otros tiempos. Hallaba fascinante el observarlo durante sus largas jornadas de investigación y documentación, aunque no lo amaba. Estaba vacío. Sin embargo, le muestro aquello que quiere creer y ver. He mejorado notablemente en mis habilidades como actor en éste drama que es la vida. Para soportar el vacío tengo los libros y estar cerca de ellos me calma. Olvido por completo mi pasado, presente y futuro. Juego a imaginar los ricos escenarios, la podredumbre y el sudor de la frente de los protagonistas.

Era una noche tranquila dedicada a la lectura. David me había obligado a permanecer en la vivienda, pues adquirió varios volúmenes de Dickens con una fabulosa encuadernación en cuero, con elegantes letras doradas y tan bien conservados que prácticamente podía verlos en la librería donde fueron vendidos por primera vez. El olor a polvo que perfumaba las páginas amarillas me fascinaba.

—Aún sigues leyendo—su voz cortó el silencio, y mis ojos se apartaron de las líneas que seguía con gran interés. Cerré el pesado, aunque encantador, libro de Oliver Twist de su primera edición. Aquello era una joya que podía lucirse a la luz de las velas—. Parece que mi regalo te ha fascinado.

Tenía la camisa abierta, ya que su corbata gris plomo había desaparecido, y la chaqueta la llevaba colgada del hombro. Posiblemente había caminado durante varias horas, quizás por barrios poco recomendables, donde sació su apetito. Sus ojos oscuros parecían más profundos. Por el contrario, yo me encontraba tan sólo con la bata de seda verde que él me había obsequiado meses atrás.

David era un hombre detallista, pero los libros era un regalo mucho más caro que una prenda o un reloj simple. Eran libros casi incunables debido a la fecha de la publicación. Era un regalo muy caro. Sabía diferenciar un detalle simple de un detalle para liberarse de cierta carga de culpabilidad. Era la conducta típica de un hombre con doble vida, y no era precisamente una vida de aventuras debido a sus ansias de conocimiento. Había notado como cargaba sobre su alma esa carga, arrastrándola desde hacía más de una semana.

—Reconozco que me conoces demasiado bien—respondí. Mis labios se curvaron en una seductora sonrisa—. ¿De qué te sientes culpable? —su expresión relajada cambió.

—¿Culpable?—sonrió con cierto nerviosismo, cosa que no pudo ocultar a mis agudos ojos verdes.

Había vivido una vida miserable junto a un hombre que convirtió mi corazón en hielo. Envenenó mi vida y anuló mi alma. Lestat me seducía con su trato elegante, pero a la vez me torturaba. Sus mentiras cada vez eran más evidentes, sin embargo, no le interesaba ocultarlo. El sentimiento de culpa que mi compañero sentía era el mismo que en ocasiones, mi antiguo amante, llegaba a tener.

—David, conozco estas tretas—dije incorporándome. Dejé libro sobre la mesa adjunta al diván y caminé hacia la puerta, donde aún permanecía.

Rezumaba olor a cementerio. Había estado entre las tumbas, acariciando el musgo y el polvo que cubrían algunas lápidas. Posiblemente caminó hasta allí, como de costumbre, para visitar a su viejo compañero de Talamasca. Jamás hablaba de ello, pero sabía que había estado allí del mismo modo que me engañaba. No estaba celoso, ni dolido, tampoco me sentía humillado. Hacia él tenía un deseo irrefrenable y cierto respeto, pero no le amaba. Hubo un tiempo en el cual sí llegué a sentir cierta pasión, pero se esfumó del mismo modo que él dejó de idolatrarme.

Lentamente bajó la mirada y giró su rostro hacia la izquierda. Sus hombros bajaron en señal de derrota, no obstante no estaba confesando aún nada. Tenía sus labios sellados. Mis elegantes, como silenciosos, pasos hacia él lo ponían visiblemente nervioso. Pensé de inmediato aprovechar las circunstancias, pues sabía que era un hombre de honor. Me había faltado al respeto, cosa que no se permitía a sí mismo, y yo gozaría torturándolo por mera diversión.

—David...—susurré su nombre en un tono suave, casi quebradizo—. Sólo bromeaba, pero te estás delatando—mi labio inferior temblaba y en mis ojos se acumularon las lágrimas.

—Fue un error, un terrible error—dijo acortando la distancia entre ambos—. Louis, darling—murmuró rodeándome con sus firmes brazos, los cuales rápidamente aparté de mi cintura—. Te juro que...

—¿Qué me juras? ¿Qué puedo creer de ti?—pregunté liberando mis lágrimas, igual que una gran dama de la tragedia en una de sus mejores interpretaciones—. ¿Quién es? Dime, ¿es ella?

—No, ella y yo...—frunció el ceño y estiró sus manos hacia mi rostro, abarcándolo con mesura, pero di un tembloroso paso atrás—. Mona Mayfair es parte de mi pasado.

—¿Y entonces qué soy yo? ¿Presente y esa furcia con la que te has revolcado es el futuro?—apreté mis manos mirándolo a los ojos—. Te golpearía, pero no puedo—hice un quiebro dramático y proseguí con la voz tomada. Pensaba en mis viejos sentimientos, en las noches que parecían eternas esperando un milagro. Los viejos recuerdos avivaban en fuego, aunque sólo eran una pequeña chispa. El dolor que aún yacía en el fondo de mi corazón, la rabia acumulada en mi alma, estallaba con facilidad. Era como un tanque de gasolina y él la cerilla que se arrojaba en su interior. Todo iba a quedar consumido por la rabia y la locura—. ¿Por qué te amo? ¿Por qué tuve que enamorarme del perfecto caballero? Sólo eres la imagen perfecta de un caballero, pero sigues siendo un salvaje con un fusil esperando cazar a la mejor presa. ¡Eso eres! New Orleans es tu nueva jungla y ahí fuera está tu pequeño tesoro. ¿Qué soy yo? ¡Qué!—grité dándole un empellón—. No te atrevas a tocarme. Me dan asco tus manos, tus besos ya no los quiero y esos libros puedes quedártelos—me encaminé a la puerta, rebasándolo con facilidad, para caminar con furia por el pasillo hacia la escalera. Iría al dormitorio. Quería quedarme allí arrojándole cuanto pudiera mientras le hacía creer que me marchaba.

Él no me amaba de forma romántica. No era mi Romeo o Heathcliff en medio de una relación carnal e infame. Sólo éramos dos viejos amigos, compañeros de fatiga, que habían terminado juntos. Sabía que Lestat lo usaba como mi carcelero. Agradecía que fuera una cárcel tan fabulosa, pero estaba harto. Quería devolverle a ambos parte de la amargura que sentía. Mi amor por Lestat había muerto a manos del odio, el cual me cegaba cuando lo tenía frente a mí, y el de David simplemente se había reducido a cierta admiración por su tenacidad ante los problemas. Por lo demás, no había nada que me vinculara a ellos o me hiciese desear una vieja junto a ambos. Ya había tenido mi oportunidad de ser feliz y no había funcionado, pues ellos se encargaron de entorpecerlo todo.

—¡Louis!—gritó persiguiéndome.

—Eres igual a Lestat—mascullé con furia cuando me agarró del brazo derecho, justo cuando rebasaba el marco de la puerta del dormitorio—. Dos gentleman cortados por el mismo patrón—dije girándome hacia él.

—No sé que ocurrió—me tomó de ambos brazos, con esas manos grandes que parecían garras, y me miró a los ojos intentando que me doblegara ante sus encantos—. Ni siquiera sé porqué sucedió.

—¿No lo sabes?—pregunté con una sonrisa falsa, en la cual se veía rabia contenida—. ¡Cómo tienes la cara dura de decirme eso!—grité furioso intentando soltarme. Me abrazó entonces, pegándome a él y dejándome oler su colonia. Por unos instantes mis más bajos instintos reaccionaron deseando que me desnudara.

—Él se abalanzó sobre mí y yo te necesitaba—sus manos acariciaron mis cabellos, apartando algunos mechones de mi rostro, y con los pulgares comenzó a secar mis lágrimas. Aunque no lo amaba sentía ciertos deseos hacia David. Era el tipo de hombre que muchos desean tener a su lado, como si fuera un mero objeto decorativo de puro placer. Su piel acaramelada, sus ojos profundos y su labios con una sonrisa erótica, que parecía atraparte cuando aparecía, provocaba que cediera a sus encantos. Pero la siguiente frase hizo que volviera a estallar y recordara porque hacía todo aquello, era mi venganza—. Juro que pensaba en ti mientras nos besábamos.

—No te cruzo la cara porque no quiero tocarte—me aparté entrando en el dormitorio.

—Louis, te amo—dijo allí plantado, bajo el marco de la puerta, con aquella pose de hombre derrotado. Había visto miles de veces esa misma pose. Lestat parecía hundido cuando cometía sus correrías, por eso lo perdonaba. Estaba ciego de amor por él y no veía más allá de sus irresistibles encantos, sus grandilocuentes mentiras y esas caricias que doblegaban mi espíritu. David me recordaba peligrosamente a él en esos momentos, por eso me sentí hundido en medio de un mar de brea. Por unos segundos hubiese deseado que me amara realmente y yo amarlo, del mismo modo que lo amé una vez. Pues, era cierto que hubo un tiempo en el cual me debatía entre seguir amando a Lestat o arrojarme por completo a una nueva aventura con él.

—No te creo—respondí tomando los pomos del vestidor, para tirar de ellos, y al fin abrirlo.

—He sido un estúpido, por favor, perdóname—susurró con un tono de voz tan bajo y entrecortado que casi no podía escucharlo.

Me había seguido hasta el vestidor, donde agarraba con rapidez mis camisas y las tiraba al suelo. Hacía que creyera que me iría, pero eso era imposible. Quizás lo haría unas noches, como castigo, desapareciendo por completo de la faz de la tierra. Al regresar lo tendría bastante preocupado y por ello no me juzgaría en meses, ni siquiera se quejaría de mis fechorías cuando quemase algo que perteneciese a nuestro creador y viejo compañero.

—¿Quién es?—pregunté—. ¡Dímelo!—grité con furia mirándole a los ojos.

—Armand...

Había tenido a Armand en mis brazo en más de una ocasión, compartido vida y penurias a su lado. Él obró mal jugando a ser Dios, pero aún peor jugando a enamorarme. Ambos nos dejamos llevar por la necesidad, pero los secretos y el odio pueden más. Ya no le odiaba, me era indiferente. Aunque era cierto que habíamos compartido cama mucho después, y en sí yo también había caído en sus brazos hacía poco. Pero él nunca confesaría ese crimen, tampoco yo, y por lo tanto David jamás sabría que yo era tan culpable como él.

—Si me lo permites, David, deseo marcharme de ésta casa—respondí tras varios segundos de silencio—. Creo que no debería siquiera permanecer en estos momentos. Es tu hogar, el cual puedes usar para permitir que esa furcia venga y caliente tu bragueta—dejé que cada palabra tuviera su toque de veneno, su rabia.

—¡Cállate!—gritó como si le doliera.

—¡No!—respondí agarrando una maleta que había allí, para abrirla y llenarla de ropa.

—¡Detente, Louis!—dijo abrazándome por detrás, pues quería reducirme para que no me fuera.

—No me toques, no te atrevas a tocarme—mascullé—. ¡David, suéltame!

—¡No! ¡No puedes irte!—decía con la voz quebrada. Había comenzado a llorar.

—Ni siquiera me besas, sólo me mantienes a tu lado como si fuera una mujer florero—confesé aquello como si realmente me doliera, aunque realmente no me importaba. Habíamos detenido el forcejeo mientras sus manos se aferraban con fuerza a mis muñecas.

—Louis, por favor—susurró cerca de mi oído derecho.

—Me tienes para no estar solo. Sé que es estar solo y desear tener compañía, pero si es eso deberías haberme dicho la verdad. Habría aceptado que no me quieres de ese modo—era lo único cierto. Mi venganza no existiría si él no me hubiese mentido. Aunque no se ame uno siempre tiene la esperanza de ser amado.

—Sí que te quiero—sus palabras sonaron tan sinceras que cerré los ojos para disfrutarlas. Me sentía un monstruo porque nadie me amaba. Lestat había sido el único que me amó a pesar de todo, pero su amor se gastó y acabó. Ni él era ya mi Lestat ni yo era su Louis, pero David parecía ser el mismo a pesar de los años.

—David, te has acostado con Armand—musité.

—Pensaba en ti—respondió.

—Pensabas en ella—había dado en la diana porque noté como soltó mis muñecas. No pudo engañarme. Ella aún era importante.

—¿En Mona? ¡No!—intentó negarlo, pero ya era tarde. Yo estaba frente a él, mirándolo a los ojos, sintiendo como se derrumbaba.

—¿Por qué eres tan mentiroso? ¿Qué ganas con ello?—mis preguntas sólo obtuvieron respuesta física. Él me besó tomándome del rostro.

Su lengua se enredó con la mía, sus labios apretaban cubriendo mi boca y mis deseos cambiaron en cuestión de segundos. Pude percibir como sus manos desataban el nudo de la bata y sus dedos, hábiles y algo ásperos, hacían caer la prenda a mis pies. Quedé desnudo frente a él, del mismo modo que mi madre me trajo al mundo. Me aparté cortando el beso y lo miré sintiendo deseos de todo menos de marcharme. Quería golpearlo, pero también quería saborear cada trozo de su cuerpo. Estiré mis manos hacia el cuello de su camisa, tiré de él y rompí la prenda. Rápidamente le quité la americana, la camisa, el cinturón voló y también los pantalones, ropa interior, zapatos y calcetines. No quedó prenda alguna. Mis uñas eran como tijeras diestras que pulverizaban los distintos tipos de tela.

Volví a besarlo. Ésta vez lo dominé mientras lo pegaba a una de las estanterías de aquel vestidor, pero él me rodeó agarrándome por la cadera. Pronto me vi guiado hacia la cama, sin dejar de saborear su boca como si fuera mi único alimento. Y, antes que pudiera rechazar aquel momento, me vi recostado en el mullido colchón mientras su figura, algo más ancha y mejor formada, me cubría. Tenía una cintura algo estrecha, en comparación a la suya, y por lo tanto algo más esbelto y delgado. Mi aspecto era ligeramente más delicado y tenerlo así, sobre mí, me hacía sentirme protegido. Eran sentimientos mezclados con el odio, la rabia y la venganza. Ni siquiera yo puedo explicar como todo puede ocurrir a la vez en mi interior.

Abrí mis piernas moviendo sutilmente mi cadera. Era una invitación. Mis uñas rasguñaban sus hombros y viajaban hacia sus costados, sus brazos se apoyaban en el colchón y esos ojos suyos, tan seductores, me caldeaban. Pensé por un momento en ofrecer un mejor espectáculo que el de esa ramera barata. Sabía que no podía competir con su rostro de ángel, sus cabellos pelirrojos que parecían pura seda y tampoco con esos gemidos, muy similares a los de una mujer, que tanto los excitaba. Sin embargo, tenía mis propios trucos y podía hacer gozar a David de una forma que, posiblemente, no le haría recordar a Mona. Yo no era Armand, pues tenía mi orgullo.

—Si me amas házmelo—jadeé hundiendo mi rostro en el lado derecho de su cuello. Mi lengua jugueteaba con su piel y subía hasta su lóbulo. Dejé que siquiera mi frío aliento y mis dientes rasguñando aquella zona tan sensible. Pude notar como el vello de su nuca se erizaba y él se endurecía. Su miembro rozaba mi vientre y pronto rozaría mi interior, arrancándome gemidos—. Seré tuyo si tú eres mío—susurré tomándolo del rostro.

Mona había matado el amor y el deseo que David sentía por mí. Los Mayfair son así, especialmente sus mujeres. Demasiado hermosas, inteligentes y poderosas. Tenía poco que hacer en contra de esa pelirroja, pero siempre podía recuperar lo que era mío aunque fuera sólo para disfrutar el momento. Momento que se dio, aunque no estaba seguro que pudiese mantenerlo a mi lado por mucho tiempo, cuando me penetró de esa forma tan placentera. Mi cuerpo se arqueó, mi cabeza se hundió en la almohada y mis uñas se clavaron.

Podía notar su lengua paseándose por mi cuello, hasta mis clavículas, así como sus labios rozando mi piel. Me seducía ese toque elegante y salvaje, como si el cazador y el caballero se mezclaran a la perfección. Su pelvis se movía suavemente, mi cadera se elevó y mis muslos apretaron su cuerpo a la altura de sus caderas. Gemía bajo, igual que el ronroneo de un gato, mientras él gruñía y jadeaba permitiendo que lo arañara, mordisqueara y apretara. Las sábanas de la cama se arremolinaban y las almohadas caían del colchón hacia el suelo. Lentamente su ritmo subía elevando mis gemidos y, moviendo la cama, provocando que el cabezal golpeara la pared.

Tenía el pelo suelto, dejando que se derramara como un bote de tinta sobre un papel, sobre aquella almohada forrada con pulcras sábanas de algodón blanco. Las lágrimas, que aún se deslizaban por mis mejillas, salpicaban dejando pequeños puntos rojos en el forro. Pero, también las sábanas se manchaban de nuestro sudor sanguinolento. Sentía oleadas de placer que no podía controlar, por eso cerraba los ojos y abría los labios dejándome hundir en el colchón. Sin embargo, mi instinto, hizo que cambiara las posiciones. En un arrebato de pasión quedé arriba, serpenteando, mientras mis uñas, que son afiladas como navajas, arañaban su torso marcado. Eché hacia atrás la cabeza, dándole una hermosa visión de mi largo cuello, mientras él llevaba sus manos a mis pectorales y acariciaba mis sensibles pezones.

—Louis...—jadeó—. Louis...

Con mi mano derecha tomé su zurda, por la parte de la muñeca, y llevé su dedo índice a mi boca comenzando a lamerlo, succionarlo y mordisquearlo igual que si fuera su miembro. El sonido seco de sus testículos golpeando mis redondas nalgas me aturdía, del mismo modo que lo hacía su glande al rozar el centro de mi placer. Eché una ardiente mirada a su rostro, empapado en sudor y con el flequillo revuelto sobre su frente, que le motivó para agarrarme de la cintura y empezar un ritmo fuerte y rápido. No dudé en gritar su nombre repetidas veces. Todo mi cuerpo vibró. Algo me partió por la mitad, dejando mi mente en blanco, mientras mis manos temblaban agarrándome a sus muñecas. Me llenó mientras yo llegaba, como si fuera uno de esos perfectos relatos eróticos, y cuando acabó caí sobre él deseando amarle.

Aprecié mi diabólico vacío mientras cerraba los ojos y dejaba salir su miembro de mi interior, como si algo en mí se hubiese roto de nuevo. Sus manos se deslizaban por mi espalda y yo contenía mis ganas de llorar. Él no me amaba. Me aprovechaba de su debilidad y soledad. Sin embargo, era agradable pensar que yo era objeto de culto y pasión. Sabía que había gritado mi nombre, pero era igual de mentiroso que nuestro creador.

—Te prometo que ella es mi pasado. Sólo te amo a ti—dijo en un murmullo—. No te marches.

—Te amo, David—solté un par de lágrimas de culpabilidad, pero sabía que él no lo vería así.

Había momentos en los cuales mi máscara, la de un cínico dolido, caía y se rompía. Aquel gran sufrimiento, el de saber que ella me despreciaba, creó un laberinto de altos muros que no permitía que nadie sobrepasase. Impedía que todos llegaran a él, pues no quería más dolor. Pero David a veces, aunque en pocas ocasiones, acariciaba mi corazón. Quizás eran los viejos sentimientos del pasado, pero estaban ahí.

Él se quedó dormido, algo agotado, y yo decidí salir de la cama, colocarme la bata y sentarme en una de las lujosas sillas Luis XV que teníamos. El vestidor estaba abierto, con la ropa caída por el suelo, las lamparas de noche estaban algo movidas, pues las mesas se habían desplazado al hacerlo la cama, la pared tenía marcas del cabezal, aunque había varias que no eran de esa noche, y las almohadas se encontraban desperdigadas como parte de su ropa. Las pinturas que colgaban de las limpias paredes eran encantadoras, y vivas reproducciones, de la vida en New Orleans. Me encontraba apoyado en un pequeño escritorio, sentado en aquella silla y mirando su cuerpo aturdido. El balcón estaba cerrado, pero había ligeras grietas en la hoja de la ventana y permitía que la brisa, cargada de aromas del jardín, penetrara. Ese aroma me recordó a los viejos tiempos y por unos segundos deseé que todo cambiara, pero a su vez sentía que amaba al nuevo hombre que era. Ya no padecía por todo. No me dejaba arrastrar por completo por el dolor. Sabía como lamer mis heridas. Era el gato sobre el tejado de zinc.

Entonces, en ese delicioso instante, el teléfono sonó. Era un pequeño teléfono que teníamos en la habitación, de esos sin cables, y al descolgar escuché su voz. Él ni siquiera sabía que era yo quien estaba al otro lado.

—David, tienes que ayudarme. David... me ha dicho que me vaya. Me ha echado de su vida. No puedo vivir sin ella. Jamás he sentido algo así. Es algo que no me pasaba desde que Louis se fue de mi vida, para crear su propia historia y dejar sus huellas en otros. Me ama, sé que me ama, pero me ha dicho que no podemos estar juntos. ¡No quiero dejarla! No voy a permitir que me roben lo que más amo. Debes comprenderlo, voy a luchar, y te necesito. David, amo a esa mujer más que a mí mismo. Tienes que ayudarme. Me está rompiendo el corazón. No puedo... no... ¿Estás ahí? ¿David?—era Lestat. Lloraba. Lloraba de un modo que podía romper el alma a cualquiera, menos a mí.

—Me alegra mucho que estés así de desesperado—comenté—. A mí me rompiste el corazón muchas veces, así que espero que ella haga lo mismo contigo.

—¿Louis?—preguntó aturdido.

—Oui, bonsoir cher—dije colgando, para luego desconectar el teléfono.

Sabía bien que ella lo amaba y él la necesitaba, queriéndola del mismo modo, pero eso no significaba que algo en mí se moviera. Era odio. Odio porque por mí no luchó del mismo modo. Jamás se desvivió por mi felicidad ni fue fiel. Me rompió el corazón mil veces y eso provocó que el monstruo que soy apareciera, aunque no me importaba e incluso me deleitaba por ello.


Miré a David, sonreí y me tumbé a su lado. Mi plan, aunque había sido trazado rápidamente, había funcionado. Sólo tenía que alejarlo por completo de ella y hundirlo en mis deseos. Lestat se vería solo, luchando como un Quijote embravecido contra molinos gigantescos con nombres de Taltos y poderosos brujos.  

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Lestat de Lioncourt