Avicus quiere volver, Mael. Te ha buscado varias veces en los últimos meses. Se bueno y acepta.
Lestat de Lioncourt
Aquel último portazo sonó a despedida
final. Fue como un rayo partiendo por la mitad el árbol que me había
mantenido en cautiverio. Por momentos creí que iba a perder el
control, pero luego me sumergí en la lectura para soportar su
decisión. Él había decidido. No podía cambiar las últimas
discusiones. Dije cosas que no sentía y él respondió con dolor,
amargura y decepción. Ambos nos miramos a los ojos por última vez,
escrutando una respuesta que no llegaba, y él tomó la valentía de
desaparecer.
Supe que seguía vivo y a salvo, en
cierto modo, gracias a un libro que llegó a mis manos. Él solía
quejarse sobre mi nueva afición. Marius me mostró lo hermoso que es
leer y comunicarse a través de las letras. Él, por supuesto, decía
que las más hermosas experiencias no estaban escritas. Pero yo sabía
que él escribía poemas, dejando parte de su alma en cada trozo de
papel, porque una vez observé como guardaba con cuidado, y cierto
cariño, un trozo de pergamino que previamente había doblado. Días
más tarde pude leer las frases que contenían aquel minúsculo
trozo. Era un poema. Por eso no comprendía su rabia. Quizás era
porque Marius me había aconsejado. No lo sé. Mi única certeza es
que él seguía vivo y acudía a una llamada que yo había rechazado.
Akasha, la madre de todos, había
despertado con rabia de entre las ruinas de su silencio. Equivocada,
aturdida, dolida al sentirse despreciada y poderosa arrasó con gran
parte de los jóvenes vampiros de todo el mundo. Hizo un periplo por
cada nación y pueblo. Destrozó ilusiones, vidas y edificios. Ella,
la madre de todos, había roto su silencio. Y él, druida y seguidor
de una religión que ella había iniciado, se reveló.
Juro que me emocioné al leer sus
diálogos. Lloré cuando supe que había abrazado a Marius. Entendí
que debí haber asistido. Sin embargo, Constantinopla seguía siendo
mi refugio. Mi compañera, Zenobia, pasaba las noches acariciando mis
cabellos y siguiendo, con la punta de los dedos, las escasas arrugas
de mi rostro.
Pero entonces otras noticias fueron
llegando. Él había muerto, supuestamente, y yo no lo había
sentido. No podía creer que él, Mael, muriera como si fuera un
mártir. ¡No! Me negué. Lloré durante noches aferrado a mi amada.
Aún seguía amándolo. Nunca pude perdonarme no haber ido en su
búsqueda. Jamás pude aceptar que él muriera.
Ahora, en estos precisos instantes,
observo como imita a los humanos en una taberna de un pueblo
montañoso. Parece un hombre más, con el cabello largo algo enredado
y ropa de cuero. Podrías decir cualquier cosa sobre él, pero no que
es un vampiro. Su piel está tostada le da un aspecto humano. Me he
acercado, sentado a su lado y él sólo me ha mirado en silencio. Sé
que es tarde, pero he ido a verlo.
«Así comenzamos de nuevo, caminamos
de nuevo, vivimos de nuevo... daremos nuevos pasos. Acéptame.»
Octubre del 2014
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