Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 31 de marzo de 2015

El bien y el mal

La oscuridad nos rodeaba, como si quisiera estrangularnos, mientras las estrellas palpitaban en el firmamento. Lejos, aunque no demasiado, sólo se veían un par de luces de parte de la taberna. Allí muchos estaban bebiendo hasta perder la conciencia, para ahogar así sus penas, y olvidar, aunque fuese unos instantes, que eran tan mediocres como los campos que labraban.

—Mi madre pronto morirá y caerá en un vacío terrible—murmuré mirando a la nada. Las lágrimas aún salían sin remedio. La tristeza atrapaba entre sus dedos mi corazón.

Aún la música del violín, tan excitante como magnífica, seguía danzando en mis oídos. Nicolas ya había parado. Decidió sentarse a mi lado rodeándome, pegando mi cabeza a su pecho. Pude notar su ondas castañas sobre mi frente. Había soltado su cabello, permitiendo que el aire le peinase desastradamente, dándole una imagen enigmática y salvaje. Sus ojos castaños me miraban con desasosiego. Mi confesión de hacía algunos minutos temblaba en su garganta y golpeaba su corazón. Sabía que él sufría conmigo, pues me amaba y su amor provocaba que percibiera mi desgracia de forma distinta a la de cualquier otro.

—Yo sigo creyendo en Dios—susurró—. Pues creo en el mal y el mal tiene su opuesto que...

—El bien y el mal sólo son palabras, creencias, y no seres—dije tomándolo de una de sus manos, pues con la otra sujetaba el violín.

No muy lejos, a pocos metros, los árboles retorcidos y negros yacían sobre un terreno destrozado. Allí solían quemar a las brujas. Las gentes del pueblo señalaba a pobres infelices, las llevaban a juicio y disfrutaban prendiéndoles fuego. Un fuego que consumía sus largos camisones, sus piernas largas y carnosas, sus cabellos sueltos al viento y sus rostro, feos o hermosos, mientras gritaban que eran inocentes. Los restos se consumían hasta no quedar casi nada, después los echaban en una fosa y se olvidaban del excitante sacrificio a sus mentiras y miedos.

Nosotros éramos los monstruos. No creía en nada más. Dios y el Diablo no tenían poder sobre mí, mi camino y mis sentidos. Había aprendido que todo lo que éramos se concedía por las experiencias y sentimientos. Éramos libres. Debíamos decidir. Mi madre moriría y la oscuridad la absorbería, salvo por los recuerdos que taladrarían por siempre mi corazón. Eso me enloquecía. Quería morir en ese mismo instante. La angustia se clavaba en mi garganta.


—Yo estaré aquí, a tu lado, y mi violín tocará siempre para ti—dijo como un ángel bondadoso. Besó mis labios y se posicionó para tocar el violín. Lo hizo frente a mí permitiendo que lo contemplara bailando, retorciéndose como los árboles, mientras emitía esas notas tan apreciadas por mi alma.

Lestat de Lioncourt   

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Lestat de Lioncourt