Este archivo es distinto. Aquí se puede ver algo del proceder que tienen los "Ancianos" de la Orden de la Talamasca. Es simple y a la vez misterioso.
Lestat de Lioncourt
—¿Qué se supone que estamos
haciendo aquí?—preguntó en un murmullo tan bajo que un mortal no
podría escucharlo.
—¿Qué te parece que estamos
haciendo?—respondió acomodando su corbata de seda negra.
Talbot siempre vestía impecable, como
si fuese un hombre de negocios de altos vuelos. Su cabello, algo
rebelde, terminaba acomodándose a una imagen impoluta. Sus
desafiantes ojos oscuros y dorados eran los de un depredador buscando
en mitad de la selva. Se había convertido en el animal de sus
pesadillas. Era adicto a los misterios, las historias y secretos que
todos ocultaban tras una imagen cuasi irreal de sí mismos. El traje
azul marino, casi negro, de Armani se adaptaba perfectamente a su
cuerpo y la camisa blanca, de algodón, resaltaba su piel ligeramente
bronceada. No era el hombre de más de setenta años que se paseaba
por esos mismos pasillos, pero sí tenía la elegancia de una
esmerada educación inglesa.
—¿Robar?—dijo Molloy quedando a su
altura.
—No, no vamos a robar nada—explicó.
—¿Y a qué hemos venido?—murmuró
inquieto.
Era un dueto extraño. La ropa de
Daniel Molloy, aquel periodista joven y delgado, era muy distante a
la que tenía el viejo director de la orden. Llevaba un peto algo
amplio, una camiseta sin mangas gris con un letrero publicitario de
una de las discotecas de moda de Brasil. Sus cabellos rubios estaban
revueltos y sus ojos grises, ligeramente violáceos, brillaban
inquietos llenos de incertidumbre.
—Jesse nos está esperando—respondió.
—¿Qué? ¿Ella también está
aquí?—dijo inquieto.
—Se está muriendo un viejo amigo y
quiero decirle la verdad. Él te investigó a ti, posee parte de la
documentación que necesitamos y deseo que comprenda que es lo que no
logró tener durante estos años. Necesito que vea que es cierto lo
que ha leído de mí, de Jesse e incluso de ti—giró suavemente su
cabeza hacia su compañero y le sonrió—. Tómalo como tu buena
obra del mes.
—No es buena idea—una tercera voz
se unió a las suyas sorprendiéndoles—. Si vais a hacer algo en
Talamasca, ¿por qué no nos avisáis?
Conocía a ese ser. No era un vampiro.
No era humano. Era el espíritu que siguió a Amel hasta el plano en
el cual se hallaban todos en ese mismo instante. Vestía un elegante
traje negro, una camisa gris plateada y una corbata del mismo color
que su camisa. Los cabellos los llevaba bien cortados, acomodados en
un elegante peinado, aunque rozaban ligeramente sus perfectas cejas
negras.
—Porque quizás no queréis
ayudarnos—respondió David.
—Gregor ha muerto hace más de media
hora—aquellas palabras detuvieron los pasos de David, así como los
de Daniel.
Jesse Reeves apareció entonces
secándose las lágrimas sanguinolentas y caminando decaída. Se
aproximó hasta ellos confirmando la noticia de Gremt, el espíritu
que fundó Talamasca junto al creador de Marius y su compañera. Los
cuatro quedaron así juntos, en mitad del pasillo, aunque no
revueltos. David sintió que su corazón latía acelerado, aunque
intentaba calmarse con el perfume suave y refrescante que llevaba
Jesse impregnado en su camisa.
—Si te sirve de consuelo le informé
de todo lo que habéis encontrado. No olvides que yo también lo
sabía—respondió con una ligera y encantadora sonrisa—. Aunque
me alegro ver que sigues siendo el mismo, David.
—¿Y qué sucederá con él?—preguntó
apartándose de su compañera mientras Daniel observaba todo como si
fuese un cuadro, o una de esas películas que tanto le agradaban.
—Digamos que seguirá en Talamasca,
pero en un grupo distinto—la sonrisa se ensanchó hasta convertirse
en una pequeña carcajada—. Los buenos amigos no se van, David.
—¿Cuidaréis de él?—dijo tomando
al espíritu del brazo, lo cual le parecía aún hoy irreal. Era
imposible que pudiese ser tan fácil agarrarlo, sentir el latido de
aquel corazón virtual y aceptar que sentía al igual que él.
—Siempre lo hemos hecho, pero ahora
lo haremos con mayor cuidado—susurró inclinándose hacia Jesse,
para depositar un tierno beso en su mejilla, después con un gesto
simple se deshizo del agarre de David y se despidió con un ademán
de Daniel—. Podéis quedaros a leer archivos si queréis—murmuró
caminando por el largo pasillo hasta girar a la derecha, perdiéndose
así de la vista de aquel particular trío.
Ninguno de los tres deseó quedarse,
aunque sí acudieron a la habitación del anciano. Se despidieron de
su cuerpo, pero no así de su alma. El fantasma de aquel hombre bueno
y sabio, de un hombre lleno de virtudes, se convertiría en un gran
arma para el conocimiento. Acudiría junto a otros hombres de
Talamasca que decidieron quedarse en éste plano, acompañando a los
vivos y a las diversas criaturas, para seguir informando y llevando
la vida que una vez decidieron tener para siempre.
El misterio de Talamasca tan sólo era
tal para los miembros de la orden, aunque cuando saliese a la luz el
libro todo se descubriría. Muchos no lo creerían, pero la mayoría
se sentiría asombrado y perdido. Era extraño para David Talbot,
hombre de creencias firmes y de trato cordial, estar nuevamente en
aquel lugar sintiéndose un ladrón, inmiscuyéndose en las
habitaciones e intentando comprender lo que allí pasaba. Solía
pasar desapercibido. Nadie reparaba en él. Sus antiguos conocidos
apenas recordaban al hombre que tanto admiraron, salvo por viejas
fotografías y escasos recuerdos que todavía conservaban con gran
interés. Jesse Reeves había vivido menos entre aquellas salas, pero
aún así sentía que su corazón latía como el de una chiquilla
cuando recordaba su habitación y los numerosos informes regados
sobre su escritorio. Para Molloy aquello era como una excursión
escolar, algo para el recuerdo y para mostrar atención por si en
algún momento podía usarlo. Él no había vivido allí, pero había
conocido a personas de Talamasca durante su existencia vampírica,
además tenía una curiosidad despierta sobre los asuntos que solía
investigar la orden. Los tres vivieron distintas emociones que
conservaron hasta llegar al vehículo que Jesse había usado para
aproximarse a la sede. El resto es historia.
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