Lestat de Lioncourt
—La vida no siempre es como creemos,
Quinn—dijo Nash desde la puerta, para luego caminar despacio, con
un deje bucólico, hasta el sofá de piel marrón. Allí tomó
asiento desabrochado su chaqueta y cruzando las piernas con
elegancia. Era todo un caballero, un hombre maduro y sensible, y yo
codiciaba ser como él. Me imaginaba en un futuro como un hombre
distinguido y amable, con grandes conocimientos y una gran capacidad
de comprensión. Deseaba ser como él, pero al lado de ella. No podía
esperar ni siquiera unas horas para poder volver a ver a Mona
Mayfair—. Imaginamos, codiciamos, pero luego todo tiene un tiempo.
No puedes precipitarte—me explicaba con infinita paciencia, sentado
en aquel viejo sofá.
Parecía un hombre sacado de una de
esas sofisticadas películas inglesas. Era demasiado caballeroso, su
tono era íntimo y me invitaba a consolarme a su lado. No me hice de
rogar. Tomé asiento a su lado, eché la cabeza hacia atrás y
suspiré intentando contener las lágrimas.
—La has conocido hoy—explicó—.
Sois jóvenes y tenéis toda la vida por delante, ¿por qué
precipitar las cosas?—preguntó encogiéndose ligeramente de
hombros.
—La amo. Es ella la mujer que deseo a
mi lado. Es perfecta—dije apoyándome en su hombro amable y
servicial.
No tardó en abrazarme, rodeándome con
cariño y permitiendo que finalmente llorara. Lloré porque jamás
había deseado tanto algo, porque aquel fantasma burlón la detestaba
y temía que la alejara, también lloré porque mi tía parecía
negarse a mi felicidad y me dolía el pecho por tantas emociones. Él
acarició mis cabellos hundiendo sus dedos largos y suaves, para nada
ásperos como habían sido los de mi abuelo Pops, mientras me calmaba
con su respiración pausada y la fragancia fresca de su colonia, la
cual impregnaba su camisa.
—Si la amas tanto como dices sabrás
esperar—fueron sus sabias palabras, las cuales no comprendí en ese
momento.
Ahora, tras tantos años, comprendo
bien aquella frase, así como el resto que me ofreció durante toda
la larga noche en la cual lloré y sufrí. El destino a veces nos
depara grandes sorpresas, pero hay que luchar por mantener aquello
que queremos. Si bien, luchar no significa precipitarse y dejarse
llevar por la inconsciencia.
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