Avicus fue un idiota y ahora lo reconoce, ¿aparecerá Mael? Lo dudo.
Lestat de Lioncourt
—¿Por qué te vas?—pregunté como
un estúpido.
Parecía un niño estirando mis brazos
hacia una estrella lejana. Él ya no me pertenecía. Realmente no me
perteneció por completo porque los seres salvajes no tienen dueño,
ni tierra donde echar raíces y tampoco sentimientos que los aten.
—¿Por qué debo quedarme? ¿Acaso no
lo ves? Aquí sobro—respondió encogiéndose de hombros mientras
envainaba su espada y terminaba de empaquetar algunas de sus
pertenencias. Sólo eran unos pocos libros, unas dagas, algo de ropa
y unos animales de madera que él mismo había tallado.
—Mael...—dije su nombre con
preocupación mientras lo asechaba desde el marco de la puerta.
—Ah... aún recuerdas mi nombre—dijo
girándose un momento para luego regresar a su labor—. Pensé que
ya habías olvidado como me llamo, e incluso creo que he llegado a
pensar que se te ha olvidado tu propio nombre y tu honor, porque sólo
sabes pensar en ella y llamarla entre delirios de amor.
Entré en la habitación, caminé hacia
él y le tomé de los hombros perdiéndome un segundo en sus ojos
mientras temblaba. Agaché la cabeza comprendiendo lo que me había
dicho. Acepté yo era quien estaba equivocado pero no podía
pronunciarlo. Me sentía agotado y hundido.
—Eso no es cierto...
—Ni siquiera te atreves a decirme eso
mirándome a la cara—respondió apartándome—. No puedes negarlo.
—Mael...—sentí que sería la
última vez que pronunciaría su nombre con él frente a mí. Su
mirada estaba llena de ira.
—Avicus, todo ha terminado—aseguró.
—Me niego, ¿entiendes?—murmuré
casi sin voz. Estaba a punto de desmoronarme y él no lo veía.
—Oh, sí—dijo tras una risotada—.
Intentas retenerme quizá porque tu conciencia no estará tranquila
jamás ya que sabes que yo valgo mucho más que ella.
—¿Por ser hombre?—interrumpí
ligeramente molesto.
—No, no tiene nada que ver que sea un
hombre—respondió tomando sus bártulos para echárselos al hombro
y salir de la habitación.
Decidí seguirlo por toda la estancia,
hasta el salón y del salón al pasillo de la entrada. Allí lo tomé
del brazo derecho para detenerlo, pero él se sacudió como si fuese
un gato acorralado. Tuve que apartarme un par de pasos cuando me
enfrentó con una mayor rabia y algo de rencor.
—¿Y por qué eres mejor?—pregunté.
Deseaba saberlo, pero algo en el fondo de mi alma me decía que ya lo
sabía. Él era mejor porque me amaba por encima de si mismo. Yo era
más importante que su propia vida.
—¡Demonios!—gritó mirando al
techo de la habitación como si clamara a los dioses que una vez
veneró. Los mismos dioses que yo representaba— ¿No lo
ves?—preguntó antes de tomar el pomo de la puerta entre los dedos
de su mano derecha.
—No, explícate—dije para ganar
tiempo.
—Me voy—contestó—. Supongo que
algún día, sea el que sea, te darás cuenta porque te decía que yo
era mejor. Cuídate e intenta ser feliz—esa frase la llevo conmigo
como si fuese una maldición. No he sido del todo feliz porque su
recuerdo me ha impedido serlo—. Yo intentaré mantenerme ahí fuera
rodeado de miseria y soledad. Tranquilo, soy un guerrero. Los
guerreros no caemos con tanta facilidad.
1 comentario:
Que tal?
Valla, esto es un afortunado encuentro tomando en cuenta que recién he empezado a leer "Sangre y Oro" y precisamente acabo de leer un par de capítulos dedicados a esta pareja, debo decir que me enternecieron, en especial la devoción que se sienten mutuamente.
Tu viñeta me ha encantado, hacía rato que no me pasaba por aquí, gracias por tan maravillosa historia y espero que sigas escribiendo tan bien como hasta ahora.
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