Más de los escritos de Lasher. Podemos comprender mejor a este ser, ¿no? Al menos yo estoy estudiando sus palabras.
Lestat de Lioncourt
A veces ni siquiera se maquillaba como
las desvergonzadas muchachas de su época. Tenía la cara lavada. Su
mejor joya eran sus enormes ojos azules, llenos de luz de vida. Iba
siempre vestida a la moda más actual, con un corte de pelo llamativo
y una sonrisa encantadora. Pocos sabían el tormento que vivía su
alma. Creo que sólo yo era capaz de leerla sin necesidad de
palabras. Sus gestos, su forma de caminar, y sus palabras la
delataban ante mis ojos expertos. La conocía desde la cuna, cuando
fue mecida por primera vez por mis propias manos.
Stella era fuerte, decidida, y en sus
eventos sociales vestía con glamour de Hollywood. Jamás he visto a
una mujer mejor maquillada, con una forma tan elegante y desenfrenada
de caminar, así como unas ganas inmensas de cubrir sus heridas con
un par de canciones y unas copas. Odiaba a su hermana, pero a la vez
surgía en ella la necesidad de acercarse por pena, por necesidad y
por mil motivos que ni ella comprendía.
Las fiestas Mayfair cobraron un nuevo
sentido tras su aparición. Eran mucho más alegres, se despilfarraba
comida y bebida, no siempre estaban invitados todos los familiares y
gente ajena al círculo, nuestro pequeño árbol familiar de raíces
algo podridas, estaban fuera atónitos ante la desvergüenza de
muchos en la piscina, el jardín e incluso el tejado.
La música me hacía bailar como un
imbécil. Iba de un lado a otro dando palmas, saltando sobre los
sillones y gritando que la vida era maravillosa. Reía, o al menos lo
intentaba, mientras ella alzaba su copa y brindaba por su hija, sus
amantes, Evy e incluso por los pomos de las puertas. Una noche todo
se silenció tras un disparo. No pude detener la bala, ni contener a
su hermano Lionel. Ella cayó a plomo mientras el revólver aún
humeaba. Se quedó allí paralizado esperando que lo detuvieran, con
los ojos llenos de lágrimas y el dolor destruyendo su corazón. Él
era el autor material del crimen, pero la cooperadora necesaria e
inductora era Carl.
De inmediato empezó a llover. Primero
fue una lluvia fina, pero luego se convirtió en una tormenta que
pilló sorpresivamente a viandantes y fiesteros en el jardín. Llovía
con tanta fuerza que parecía un huracán con epicentro en la propia
casa. Eran mis lágrimas. Había muerto mi bruja, mi adorada Stella,
dejando atrás a una niña indefensa en manos de una auténtica
criminal.
¿Y quién era yo en todo esto? “El
Hombre”. Un ser que había amado a Stella Mayfair desde su
concepción. Ella, tan hermosa, tan parecida a Julien y tan diferente
a la amargada de su madre. Mi loca aventurera, mi niña adorada. Las
fiestas se terminaron, el mobiliario que tanto amaba se ocultó en el
desván y poco a poco se olvidó su nombre.
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