Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 22 de mayo de 2014

Nuestra última vez

Bonjour aquí les dejo un hermoso relato, por así decirlo, de una de las memorias más extrañas e intensas que tenemos de Julien.


Lestat de Lioncourt 

Nuestra última vez

La cama era el único lugar que podía jurar que mi cuerpo conocía a la perfección. Desde hacía semanas me había recluido en mi habitación, olvidándome de intentar salir debido a los problemas que se habían ido presentando. Mi salud no era buena, y los escasos días que me quedaban eran para mí atesorados aunque eran francamente amargos. El amor jamás estuvo de mi parte, pero para un hombre como yo era algo secundario. Había encontrado la felicidad, aunque sólo en algunos momentos brillantes de mi vida, con engrandecer aún más el apellido que yo mismo había salvado en más de una ocasión. Mis descendientes llorarían mi pérdida, pero yo había hecho mis trucos para regresar tras ser enterrado. Esperaba haberlo hecho bien, pues no deseaba haber perdido mi tiempo en trucos de feriante.

—Lasher—lo llamé al verlo entre las sombras.

Todos envejecíamos y moríamos, nuestro poder quedaba consumido y nos perdíamos en la memoria familiar. Los hombres de la familia no eran más que monigotes mal pintados, muñecos en las manos de las brujas, pero yo era distinto. Podía ver a Lasher y Lasher me obedecía, aunque a veces dudaba si no era yo quien hacía todo lo que él quería. Controlarlo era una tarea dura y difícil.

—Lasher, deja que te vea bien—dije incorporándome en la cama.

Los almohadones quedaron pegados a mi espalda, me encontraba sudoroso y aquejado de algunos dolores. Sin duda no descansaba por mucho que lo deseara. Había tenido visitas durante todo el día, mi hermosa Evelyn había recitado para mí una y otra vez aquel poema, y también decidí leer. No podía creer que hubiesen quemado mis memorias, esa maldita había cometido un terrible error. Eran mis memorias, mis documentos importantes, algo que Stella y el resto de brujas debía saber. No sólo eran mis recuerdos, sino el recuerdo de toda la familia. Aquello me enfermó, creo que por la preocupación y tristeza.

—Julien—su voz sonó tan joven, fresca y masculina como siempre. Era siniestro pensar que aquel ser había estado apegado a cada bruja y yo era su gran trofeo. Sí, era un trofeo que estaba quedándose en el olvido.

No puedo negar que he amado a Lasher tanto como lo he detestado. Siempre estaba ahí para bien o para mal, pero sobre todo estaba para servir a la familia en todos sus intereses. Las finanzas habían mejorado, él traía secretos y tesoros para acumularlos como hacen las urracas en sus nidos. Mayfair and Mayfair, la esmeralda y la casa donde nos encontrábamos era sin duda alguna obra y milagro de ese maldito ser que se aproximaba. Parecía compungido, aterrorizado y algo molesto.

—Te mueres—me dijo como lo haría un niño—. Te mueres.

—Todos morimos—respondí—. Mi muerte será una tragedia para la familia, pero se repondrá—comenté dejando mis manos cruzadas sobre mis piernas.

—No, no quiero que te mueras. Julien eres hermoso. No quiero que te mueras—aquello no sabía si creerlo o no, pero decidí aceptar el hecho que a él le entristecía perderme del mismo modo que a mí me torturaba ser viejo.

Siempre había amado tomar mi aspecto, como si fuera un juego, y mi propio cuerpo. Lasher amaba ver el mundo desde mi privilegiada posición, seducir a mujeres y hombres por igual, saborear el alcohol más caro al más barato, acercarse al barrio Francés y bailar con las putas o simplemente montar en mi caballo. Él era la seducción de la maldad, una criatura que aún desconocía a ciencia cierta de dónde provenía. Sí, venía de aquel valle y había visto su imagen en la vidriera de aquellas ruinas. Sin embargo, ¿cuál era su historia? Eso lo desconocía.

—Lasher, siéntate aquí conmigo—dije, sonriendo al fin.

El momento era el idóneo y debía aceptar que él me necesitaba tanto como yo necesitaba distraerlo. Evelyn iba a concebir un hijo mío, lo había notado nada más marcharse en la tarde. La noche parecía cubrirse de malos augurios, pero aún me quedaban algunos días. Aprendí que cuando uno está a punto de morir sabe cuánto tiempo le queda, si puede esperar o no.

Lasher se aproximó tomando asiento a mi lado, sus largos dedos acariciaron mis mejillas y las escasas arrugas que tenía. Jamás envejecí demasiado físicamente, aunque alcanzaba casi los noventa años. Mi cuerpo, mucho más pobre en belleza que a mis veinte e incluso cincuenta años, se estremeció por el extraño contacto. Era un ente, pero se sentía tan real como cualquier otro amante. Richard me compartía con él, aunque mi elegante anticuario era mi último gran amor. Evelyn, la amaba era cierto pero no era igual que Richard, y mi mujer eran otros milagros que me había dado la vida junto a mis hijos. Sabía que sin mí los Mayfair quedarían desatendidos en muchos aspectos y eso me torturaba. Quería olvidar y Lasher era la única opción. Sus largos dedos sabían donde tocar y sus labios pronto rozaron los míos.

Las mantas bajaron, mi pijama quedó desabrochado y mis cabellos notaron sus dedos jugueteando por cada mechón de mi pelo blanco. Mis ojos azules buscaron los suyos, eran tan pardos como profundos y en aquella oscuridad se hacían más intensos. Rápidamente noté el peso de su cuerpo translúcido sobre el mío y sus dientes rozar mis pezones. Los almohadones cayeron a ambos lados de la cama, como si fueran pesos muertos, y mi cuerpo quedó recostado retorciéndose con sus caricias.

Mi cuerpo quedó desnudo, pero estaba bajo las mantas. Podía ver como estas se movían y abultaban como si hubiese una segunda persona. El rostro de Lasher surgió buscando mis labios y yo lo besé rodeándolo. Podía sentirlo en todos los sentidos de la palabra y cuando me abrió las piernas, flexionándolas, supe que él deseaba hacerme vibrar nuevamente. Nuestra relación empezó cuando tan sólo tenía tres años y en esos momentos, en mis últimos días, seguíamos concediéndonos placer mutuo.

—Así, Lasher, así. Hazme sentir vivo, hazme el amor—dije notando el delicioso placer que me turbaba.

Mis gemidos no tardaron en suceder uno tras otro, mi cabello se pegaba a mi frente pues me empapaba en sudor y fuera los árboles se agitaban. Notaba mis piernas temblorosas y frágiles, pero él las rodeaba con sus fuertes brazos. Podía ver su cuerpo desnudo oscilando sobre mí, clamando mi nombre una y otra vez. Era hermoso sentir el deseo consumiéndome como si fuese el infierno, una gran pira funeraria o simplemente un día terrible de verano. Dentro de mí, aprisionado por mis glúteos, entraba y salía aquel miembro invisible para otros pero tan real, y placentero, como cualquier otro. Ni siquiera Richard sabía tocarme así, de ese modo tan indecente e íntimo, para hacerme gemir sin importar ser escuchado.

—Lasher...—jadeé antes de eyacular notando como él no paraba, sus labios se pegaban a mis caderas y subían por mis costados, dejaban sutiles roces en mis pezones y permanecían largo rato en mi cuello—. ¿Qué va a ser de ti?—dije a sabiendas que sería de él. Stella sería su nueva meta, aunque mi hija estuviese primero en sus planes. Stella era una niña privilegiada en todo el amplio sentido de la palabra, por sus dones y por el legado que caía en sus manos.

—Te amo Julien. Eres hermoso Julien—escuché decirme antes de evaporarse.


Quedé en la cama agitado, sudoroso y solo mirando por la ventana. Mis días en el mundo, tal y como los conocía, estaban llegando a su fin y pronto, en tan sólo unos días, se desataría una terrible tormenta porque Lasher lloraría por mí. Él lloraría por un hombre que fue egoísta a la hora de amar, sin comprender claramente que era el amor, y con una ambición terrible. Tal vez, él sería quien derramara las lágrimas más sinceras en First Street.  

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Lestat de Lioncourt