Bonjour aquí les dejo un hermoso relato, por así decirlo, de una de las memorias más extrañas e intensas que tenemos de Julien.
Lestat de Lioncourt
Nuestra última vez
La cama era el único lugar que podía
jurar que mi cuerpo conocía a la perfección. Desde hacía semanas
me había recluido en mi habitación, olvidándome de intentar salir
debido a los problemas que se habían ido presentando. Mi salud no
era buena, y los escasos días que me quedaban eran para mí
atesorados aunque eran francamente amargos. El amor jamás estuvo de
mi parte, pero para un hombre como yo era algo secundario. Había
encontrado la felicidad, aunque sólo en algunos momentos brillantes
de mi vida, con engrandecer aún más el apellido que yo mismo había
salvado en más de una ocasión. Mis descendientes llorarían mi
pérdida, pero yo había hecho mis trucos para regresar tras ser
enterrado. Esperaba haberlo hecho bien, pues no deseaba haber perdido
mi tiempo en trucos de feriante.
—Lasher—lo llamé al verlo entre
las sombras.
Todos envejecíamos y moríamos,
nuestro poder quedaba consumido y nos perdíamos en la memoria
familiar. Los hombres de la familia no eran más que monigotes mal
pintados, muñecos en las manos de las brujas, pero yo era distinto.
Podía ver a Lasher y Lasher me obedecía, aunque a veces dudaba si
no era yo quien hacía todo lo que él quería. Controlarlo era una
tarea dura y difícil.
—Lasher, deja que te vea bien—dije
incorporándome en la cama.
Los almohadones quedaron pegados a mi
espalda, me encontraba sudoroso y aquejado de algunos dolores. Sin
duda no descansaba por mucho que lo deseara. Había tenido visitas
durante todo el día, mi hermosa Evelyn había recitado para mí una
y otra vez aquel poema, y también decidí leer. No podía creer que
hubiesen quemado mis memorias, esa maldita había cometido un
terrible error. Eran mis memorias, mis documentos importantes, algo
que Stella y el resto de brujas debía saber. No sólo eran mis
recuerdos, sino el recuerdo de toda la familia. Aquello me enfermó,
creo que por la preocupación y tristeza.
—Julien—su voz sonó tan joven,
fresca y masculina como siempre. Era siniestro pensar que aquel ser
había estado apegado a cada bruja y yo era su gran trofeo. Sí, era
un trofeo que estaba quedándose en el olvido.
No puedo negar que he amado a Lasher
tanto como lo he detestado. Siempre estaba ahí para bien o para mal,
pero sobre todo estaba para servir a la familia en todos sus
intereses. Las finanzas habían mejorado, él traía secretos y
tesoros para acumularlos como hacen las urracas en sus nidos. Mayfair
and Mayfair, la esmeralda y la casa donde nos encontrábamos era sin
duda alguna obra y milagro de ese maldito ser que se aproximaba.
Parecía compungido, aterrorizado y algo molesto.
—Te mueres—me dijo como lo haría
un niño—. Te mueres.
—Todos morimos—respondí—. Mi
muerte será una tragedia para la familia, pero se repondrá—comenté
dejando mis manos cruzadas sobre mis piernas.
—No, no quiero que te mueras. Julien
eres hermoso. No quiero que te mueras—aquello no sabía si creerlo
o no, pero decidí aceptar el hecho que a él le entristecía
perderme del mismo modo que a mí me torturaba ser viejo.
Siempre había amado tomar mi aspecto,
como si fuera un juego, y mi propio cuerpo. Lasher amaba ver el mundo
desde mi privilegiada posición, seducir a mujeres y hombres por
igual, saborear el alcohol más caro al más barato, acercarse al
barrio Francés y bailar con las putas o simplemente montar en mi
caballo. Él era la seducción de la maldad, una criatura que aún
desconocía a ciencia cierta de dónde provenía. Sí, venía de
aquel valle y había visto su imagen en la vidriera de aquellas
ruinas. Sin embargo, ¿cuál era su historia? Eso lo desconocía.
—Lasher, siéntate aquí
conmigo—dije, sonriendo al fin.
El momento era el idóneo y debía
aceptar que él me necesitaba tanto como yo necesitaba distraerlo.
Evelyn iba a concebir un hijo mío, lo había notado nada más
marcharse en la tarde. La noche parecía cubrirse de malos augurios,
pero aún me quedaban algunos días. Aprendí que cuando uno está a
punto de morir sabe cuánto tiempo le queda, si puede esperar o no.
Lasher se aproximó tomando asiento a
mi lado, sus largos dedos acariciaron mis mejillas y las escasas
arrugas que tenía. Jamás envejecí demasiado físicamente, aunque
alcanzaba casi los noventa años. Mi cuerpo, mucho más pobre en
belleza que a mis veinte e incluso cincuenta años, se estremeció
por el extraño contacto. Era un ente, pero se sentía tan real como
cualquier otro amante. Richard me compartía con él, aunque mi
elegante anticuario era mi último gran amor. Evelyn, la amaba era
cierto pero no era igual que Richard, y mi mujer eran otros milagros
que me había dado la vida junto a mis hijos. Sabía que sin mí los
Mayfair quedarían desatendidos en muchos aspectos y eso me
torturaba. Quería olvidar y Lasher era la única opción. Sus largos
dedos sabían donde tocar y sus labios pronto rozaron los míos.
Las mantas bajaron, mi pijama quedó
desabrochado y mis cabellos notaron sus dedos jugueteando por cada
mechón de mi pelo blanco. Mis ojos azules buscaron los suyos, eran
tan pardos como profundos y en aquella oscuridad se hacían más
intensos. Rápidamente noté el peso de su cuerpo translúcido sobre
el mío y sus dientes rozar mis pezones. Los almohadones cayeron a
ambos lados de la cama, como si fueran pesos muertos, y mi cuerpo
quedó recostado retorciéndose con sus caricias.
Mi cuerpo quedó desnudo, pero estaba
bajo las mantas. Podía ver como estas se movían y abultaban como si
hubiese una segunda persona. El rostro de Lasher surgió buscando mis
labios y yo lo besé rodeándolo. Podía sentirlo en todos los
sentidos de la palabra y cuando me abrió las piernas,
flexionándolas, supe que él deseaba hacerme vibrar nuevamente.
Nuestra relación empezó cuando tan sólo tenía tres años y en
esos momentos, en mis últimos días, seguíamos concediéndonos
placer mutuo.
—Así, Lasher, así. Hazme sentir
vivo, hazme el amor—dije notando el delicioso placer que me
turbaba.
Mis gemidos no tardaron en suceder uno
tras otro, mi cabello se pegaba a mi frente pues me empapaba en sudor
y fuera los árboles se agitaban. Notaba mis piernas temblorosas y
frágiles, pero él las rodeaba con sus fuertes brazos. Podía ver su
cuerpo desnudo oscilando sobre mí, clamando mi nombre una y otra
vez. Era hermoso sentir el deseo consumiéndome como si fuese el
infierno, una gran pira funeraria o simplemente un día terrible de
verano. Dentro de mí, aprisionado por mis glúteos, entraba y salía
aquel miembro invisible para otros pero tan real, y placentero, como
cualquier otro. Ni siquiera Richard sabía tocarme así, de ese modo
tan indecente e íntimo, para hacerme gemir sin importar ser
escuchado.
—Lasher...—jadeé antes de eyacular
notando como él no paraba, sus labios se pegaban a mis caderas y
subían por mis costados, dejaban sutiles roces en mis pezones y
permanecían largo rato en mi cuello—. ¿Qué va a ser de ti?—dije
a sabiendas que sería de él. Stella sería su nueva meta, aunque mi
hija estuviese primero en sus planes. Stella era una niña
privilegiada en todo el amplio sentido de la palabra, por sus dones y
por el legado que caía en sus manos.
—Te amo Julien. Eres hermoso
Julien—escuché decirme antes de evaporarse.
Quedé en la cama agitado, sudoroso y
solo mirando por la ventana. Mis días en el mundo, tal y como los
conocía, estaban llegando a su fin y pronto, en tan sólo unos días,
se desataría una terrible tormenta porque Lasher lloraría por mí.
Él lloraría por un hombre que fue egoísta a la hora de amar, sin
comprender claramente que era el amor, y con una ambición terrible.
Tal vez, él sería quien derramara las lágrimas más sinceras en
First Street.
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