Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 23 de junio de 2014

Entrevista al patriarca

David nos ha dejado esta inquietante entrevista, espero que la disfruten. ¡Directamente para ustedes! 

Lestat de Lioncourt 


La limusina, de cristales ahumados, paró frente al ceniciento edificio Mayfair and Mayfair, el cual se alzaba en Garden District, como un gigantesco coloso que guardaba en su interior grandes misterios. La documentación de la familia se hallaba en numerosas cajas fuertes, algunas aún en documentos realizados del puño y letra de Julien Mayfair en los inicios del 1900. Allí había estado Cortland Mayfair con su padre, trabajando codo con codo, hasta la misma mañana de su muerte, las cuales abandonó para ver a Deirdre. En aquel lugar debía encontrarse en esos instantes varias de las más distinguidas, firmes y desafiantes mujeres Mayfair junto a Ryan Mayfair y su hijo Pierce Mayfair, antiguo prometido de Mona Mayfair. Todos los Mayfair, aquellos que realmente mereciesen llamarse descendientes de Julien y el legado, habían estado en las oficinas indagando sobre sus ancestros, realizando acuerdos o aceptando cheques al portador.

David bajó del vehículo y miró la soberbia entrada. Los escalones parecían gigantesco desde el asiento, pero cuando se fue acercando los vio pequeños, insignificantes y débiles. Tras la puerta de cristal se hallaba unas oficinas de aspecto moderno, aunque no lo era así en su fachada, con numerosos despachos repletos de documentación, lámparas que iluminaban perfectamente cada punto de oscuridad y ordenadores. Había decenas de ordenadores. Allá donde dirigía su mirada veía uno. La mayoría de los despachos estaban vacíos, salvo los más importantes donde se escuchaba el incesante movimiento de dedos sobre las teclas del ordenador y diversas llamadas provenientes de todo el país.

—Bienvenido—aquella voz le provocó escalofríos, sobre todo al ver la presencia material, de carne y hueso, de Julien Mayfair.

Julien, que había sido un fantasma poco usual, había regresado a la vida después de un fuerte pacto con el diablo. Su aspecto era el de un hombre de mediana edad, de espeso y ondulado cabello blanco, ojos azules muy vivos y una cálida, aunque maliciosa, sonrisa. Llevaba un traje de sastre impoluto de color humo, con una corbata azul zafiro que hacía juego con sus pupilas. David sintió que su traje era barato, de mala calidad, comparado con aquella visión tan magnífica de hombre de negocios de altos vuelos.

—Mon fils, es un honor tenerlo aquí con nosotros—sus palabras eran agradables, pero bien sabía que estaba metiéndose en la boca del lobo.

David había hecho un pacto con Lestat, su viejo y buen amigo Lestat, para convertir a Rowan Mayfair, la brillante neurocirujana y bruja, en un vampiro hembra. Su creador le había rogado días, por no decir semanas, que lo hiciera. Aceptó porque comprendía la necesidad de tener un compañero, alguien que estuviese a su lado, a pesar que los vampiros terminan alejándose para luego encontrarse de nuevo, entregarse a la pasión y nuevamente huir intentando calmar los ánimos.

—¿Monsieur?—preguntó.

—Lo siento—respondió—. Me temo que no ha sido buena idea—comentó con un suave ademán de su cabeza, para girarse e intentar salir de aquel bufete de abogados.

—Oh, si se marcha... si cruza esa puerta... —dijo con un tono suave, muy sosegado—se arrepentirá toda su vida inmortal. Y bueno, la eternidad es demasiado tiempo—soltó una ligera risa—. Monsieur, no ocurrirá nada por una entrevista. Además, ya hemos hablado ¿no es así? Que yo recuerde fue una charla muy agradable.

Él se había parado mirando la puerta, tras ella se veía la limusina esperándole y un parque cercano con sus frondosos árboles meciéndose en la brisa nocturna. Había luces diáfanas de negocios locales, un bar parecía tener su mayor momento de auge y podía escuchar claramente alguna de las alegres conversaciones. El tráfico era intenso a pesar de todo. Era un punto caliente de la ciudad.

—David, por favor—dijo.

—Sí, tiene razón—comentó girándose hacia él para clavar sus ojos negros en aquellos profundos océanos—. Me arrepentiré.

—No olvide David que somos familia—se encogió de hombros antes de dar unos pasos hacia el vampiro, tomarlo de los brazos y apretar sus dedos contra él—. No dude que lo somos desde hace cientos de años.

—Ya no pertenezco a Talamasca—respondió.

Julien hacía referencia sin duda alguna a Petyr, el amante de Deborah Mayfair, con la cual tuvo una hija y a su vez él tuvo una bruja con ella. Sí, era el buen Petyr. El mismo Petyr que parecía haber cobrado vida en las manos de Rowan.

—Un Mayfair es Mayfair desde que nace hasta que fenece, un hombre de Talamasca es un hombre de Talamasca desde que es un novicio hasta que muere. Acepte eso David, acepte eso—sonrió abiertamente.

Se apartó y echó a caminar con una elegancia y sofisticada precisión. Los lustrosos mocasines sonaban enérgicos sobre el suelo de mármol recién pulido. La espalda de Julien se veía perfectamente lineal, sus hombros no eran demasiado anchos y su cabello brillaba bajo las luces fluorescentes del pasillo central. David abrió y cerró el botón central de su americana negra, intentando calmar su nerviosismo, y le siguió pasando su mano derecha por sus cabellos negros algo ondulados.

—¿Qué temas desea tratar?—interrogó el patriarca de los Mayfair—. Muero por saberlo—sonrió volteando su rostro hacia él—. Aunque espero que ésta vez no sea literal—dijo llevando la mano diestra al pomo para hacerlo girar, abriendo la puerta de su despacho y permitiendo que el agradable aroma a chocolate golpeara la nariz del vampiro.

—Tantas cosas...—susurró—. Hay miles de preguntas que no hice.

—Que modesto—dijo con sorna.

El despacho tenía cientos de armarios de estanterías gruesas, firmes y elegantes. La madera de los muebles era noble, estaba barnizada en color chocolate, y las cortinas parecían ser gruesas, pero no caían rígidas. La mesa era amplia, no había ordenador pero sí una máquina de escribir y numerosos libros, carpetas y papeles que parecían ser informes muy antiguos. Junto a la lamparilla, de elegante de pie dorado, había una taza blanca con chocolate caliente y un pequeño patillo con galletas.

—Pase, pase—comentó tomando asiento tras la mesa del despacho—. Tome asiento, por favor.

Las sillas eran muy elegantes, parecían cómodas, y estaban forradas en cuero de buena calidad. Aquel lugar desprendía un toque distinto. Sin duda, Julien había regresado con su peculiar gusto. David tomó asiento, tal y como le había indicado, admirando todo aquello.

—¿Le gusta mi despacho?—preguntó con una enorme sonrisa—. Los hombres como nosotros amamos este tipo de lugares, somos hombres de documentación y trabajo duro.

—Sí—respondió sacando del bolsillo derecho de su chaqueta una grabadora—. Podemos comenzar.

—Ah, los aparatos modernos. ¡Yo me tenía que conformar con mi victrola! Pero era hermoso, lo sigue siendo, y me deleita. Sí, me deleita. Es un pequeño placer que aún conservo. El poner mis viejos discos, servirme una taza de chocolate y escribir mientras fumo en pipa—dijo clavando sus ojos en él—. ¿Y usted?—sonrió con cierta malicia, aunque parecía relajado—. Lo lamento, estoy haciendo su trabajo.

—Así es—dijo dejando la grabadora en funcionamiento, justo en el centro de la mesa, mientras intentaba relajarse—. ¿Podemos empezar por sus pequeños placeres?

El brujo soltó una sonora y profunda carcajada mientras extendía su brazo derecho hacia la taza humeante, la cual daba cierta calidez y aroma a la sala. Con elegancia se llevó la bebida a la boca, dio un pequeño sorbo y pasó su lengua por el labio superior.

—¿Cuál de ellos?—preguntó.

—Todos—respondió—. Quiero saber si después de volver sigue siendo el mismo.

—Oh, sí. Me sigue gustando el chocolate, escuchar música y bailarla, me agrada trabajar duro hasta altas horas de la noche y escribir. Sí, estoy escribiendo nuevamente mis memorias. Mary Beth no podrá quemarlas ésta vez, ¿verdad?—sonrió elegantemente y miró el aparato de refilón—. También sigo con mis trucos.

—¿Sin Lasher?—dijo sin siquiera medir sus palabras, pues aquello le sorprendió.

—Oh, no. Lasher ha vuelto. Lasher está conmigo, aunque no aquí. Si lo deseo puedo hacer que venga, como hacía antes, y le sorprendería lo poco que le agrada usted y todos los hombres de Talamasca. Sí, todos los hombres de Talamasca—miró a David a los ojos con una calma frívola y medida—. Como es habitual en él.

El vampiro apretó la mandíbula y se agarró a los brazos de la silla. Sintió un pánico atroz al saber que aquel monstruo, porque no podía ponerle otro calificativo, había realmente regresado de entre los muertos. Por las palabras de Julien hablaba de un fantasma. Volvía a ser el ente que dominaba con cierta hegemonía en la familia. Aquel brujo lo dominaba, o más bien doblegaba, con sus trucos.

—¿Le dará cuerpo?—su voz sonó entrecortada por las diversas emociones.

—No, de momento no—contestó antes de dar otro sorbo a su chocolate—. No me interesa.

—¿Y los rumores de los nuevos Taltos?—quería indagar sobre ello. Se dijo a sí mismo que si surgía el tema, aunque fuese de pasada, preguntaría sin miedo alguno. Quería ir al fondo del asunto y sumergirse de lleno. Aaron, su buen y noble amigo Aaron, había muerto por culpa de aquel terrible misterio.

—Ciertos—los ojos de Julien parecieron brillar como piedras preciosas, pero aquel brillo se disipó rápidamente. Fue como un fogonazo. Parecía haber provocado cierto interés en el brujo, aunque no estaba seguro.

—¿Por qué?—controlaba su ira, pero se notó que estaba visiblemente irascible y preocupado—. ¿Por qué de nuevo quiere tener Taltos? ¿Por qué?

—Son serviles, agradables, únicos y me aprecian—dijo de inmediato—. La familia es lo primero y mis negocios mejoran con ellos. Pronto volverá a la vida el rey de todos ellos junto a su reina, lo haré posible. Sí, reproduciré sus genes gracias a los laboratorios de nuestro Hospital Mayfair.

Nada más terminar su argumentación tomó una de las galletas y la mordisqueó. Parecía un niño entreteniéndose con las reacciones que provocaba en David. Una tras otra era una muestra clara de como le dañaba todo aquello. Julien se regodeaba.

—¿Por qué?—alzó la voz completamente conmocionado.

—Morrigan era descendiente mía—susurró inclinándose hacia el aparato—. Evy y yo tuvimos una hija, esa hija tuvo dos encantadoras mujercitas y una de ellas Alicia, una alcohólica sin remedio, dio a luz a Mona—tomó el aparato jugueteando con él, aunque sin parar la grabación—. Y Mona tuvo a Morrigan con uno de mis descendientes fuera de la familia, de lo que podemos llamar el círculo oficial. Siempre pensé que haber tenido relaciones íntimas con esa monja era sin duda alguna, pero sin duda alguna, algo que me recompensaría. Aunque no fui yo, fue Lasher—dejó nuevamente la grabadora en su lugar, se acomodó en el siento y clavó sus codos sobre la mesa mirándole distraidamente sus facciones anglohindues—. Era la hija de mi bisnieta.

—Dudo que lo haga por eso—reprochó.

—No, también lo hago por el bien familiar—indicó meciéndose suavemente en el asiento.

—Es una locura—balbuceó.

—Por favor, no se detenga. ¿Qué más me quiere preguntar?—una afilada sonrisa se dibujó en su boca, dándole un aspecto algo malicioso, mientras su flequillo rozaba su frente y su cuerpo parecía relajarse aún más.

—¿Por qué persigue a Lestat?—preguntó deseando una respuesta sincera.

—Mona debió morir—sentenció—. Ella debía estar con los suyos, cumplir como todos hemos cumplido.

—Eso es egoísta—le dijo incorporándose del asiento. Era incapaz de estar allí, sin moverse por la habitación igual que un animal enjaulado. Julien le sacaba de sus casillas. Sin embargo, no podía perder los papales. No podía echar todo a perder. Debía hacerlo por Aaron, por Lestat y por él mismo.

—Sus actos y los tuyos también lo son—respondió alzando sus finas cejas blanquecinas.

—Ellas querían vivir—respondió.

—Sí, ¿pero sabían que es vivir para siempre?—sin duda lo desarmó y él lo sabía.

Aquella pregunta le dejó sin aliento por unos segundos. Julien había hecho la pregunta idónea. ¿Sabía Mona qué era vivir para siempre? ¿Lo sabía él? ¿Sabía alguno de los inmortales qué era vivir para siempre? Ni siquiera estaba seguro que Maharet, en toda su sabiduría, pudiese calcular cómo era vivir por siempre. Pues, habían vivido décadas, cientos de años e incluso milenios... pero ¿vivir por siempre?

—Usted ha regresado—dijo como única escapatoria.

—Cierto, cierto. Pero no estoy hablando de mí, sino de ellas—el tono de voz de Julien era sosegado y el de David ya se había desquebrajado.

Aquel hombre, elegante y distinguido, no sólo era un gran negociador, una mente brillante, sino una de las criaturas que más le había torturado en sus entrevistas. David tomó la grabadora, paró la cinta y echó a correr por el pasillo hasta la puerta. Al llegar a la limusina tomó aire, miró hacia el edificio y pidió al chófer que lo llevara lo más lejos posible de aquel lugar.



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Lestat de Lioncourt