David nos ha dejado esta inquietante entrevista, espero que la disfruten. ¡Directamente para ustedes!
Lestat de Lioncourt
La limusina, de cristales ahumados,
paró frente al ceniciento edificio Mayfair and Mayfair, el cual se
alzaba en Garden District, como un gigantesco coloso que guardaba en
su interior grandes misterios. La documentación de la familia se
hallaba en numerosas cajas fuertes, algunas aún en documentos
realizados del puño y letra de Julien Mayfair en los inicios del
1900. Allí había estado Cortland Mayfair con su padre, trabajando
codo con codo, hasta la misma mañana de su muerte, las cuales
abandonó para ver a Deirdre. En aquel lugar debía encontrarse en
esos instantes varias de las más distinguidas, firmes y desafiantes
mujeres Mayfair junto a Ryan Mayfair y su hijo Pierce Mayfair,
antiguo prometido de Mona Mayfair. Todos los Mayfair, aquellos que
realmente mereciesen llamarse descendientes de Julien y el legado,
habían estado en las oficinas indagando sobre sus ancestros,
realizando acuerdos o aceptando cheques al portador.
David bajó del vehículo y miró la
soberbia entrada. Los escalones parecían gigantesco desde el
asiento, pero cuando se fue acercando los vio pequeños,
insignificantes y débiles. Tras la puerta de cristal se hallaba unas
oficinas de aspecto moderno, aunque no lo era así en su fachada, con
numerosos despachos repletos de documentación, lámparas que
iluminaban perfectamente cada punto de oscuridad y ordenadores. Había
decenas de ordenadores. Allá donde dirigía su mirada veía uno. La
mayoría de los despachos estaban vacíos, salvo los más importantes
donde se escuchaba el incesante movimiento de dedos sobre las teclas
del ordenador y diversas llamadas provenientes de todo el país.
—Bienvenido—aquella voz le provocó
escalofríos, sobre todo al ver la presencia material, de carne y
hueso, de Julien Mayfair.
Julien, que había sido un fantasma
poco usual, había regresado a la vida después de un fuerte pacto
con el diablo. Su aspecto era el de un hombre de mediana edad, de
espeso y ondulado cabello blanco, ojos azules muy vivos y una cálida,
aunque maliciosa, sonrisa. Llevaba un traje de sastre impoluto de
color humo, con una corbata azul zafiro que hacía juego con sus
pupilas. David sintió que su traje era barato, de mala calidad,
comparado con aquella visión tan magnífica de hombre de negocios de
altos vuelos.
—Mon fils, es un honor tenerlo aquí
con nosotros—sus palabras eran agradables, pero bien sabía que
estaba metiéndose en la boca del lobo.
David había hecho un pacto con Lestat,
su viejo y buen amigo Lestat, para convertir a Rowan Mayfair, la
brillante neurocirujana y bruja, en un vampiro hembra. Su creador le
había rogado días, por no decir semanas, que lo hiciera. Aceptó
porque comprendía la necesidad de tener un compañero, alguien que
estuviese a su lado, a pesar que los vampiros terminan alejándose
para luego encontrarse de nuevo, entregarse a la pasión y nuevamente
huir intentando calmar los ánimos.
—¿Monsieur?—preguntó.
—Lo siento—respondió—. Me temo
que no ha sido buena idea—comentó con un suave ademán de su
cabeza, para girarse e intentar salir de aquel bufete de abogados.
—Oh, si se marcha... si cruza esa
puerta... —dijo con un tono suave, muy sosegado—se arrepentirá
toda su vida inmortal. Y bueno, la eternidad es demasiado
tiempo—soltó una ligera risa—. Monsieur, no ocurrirá nada por
una entrevista. Además, ya hemos hablado ¿no es así? Que yo
recuerde fue una charla muy agradable.
Él se había parado mirando la puerta,
tras ella se veía la limusina esperándole y un parque cercano con
sus frondosos árboles meciéndose en la brisa nocturna. Había luces
diáfanas de negocios locales, un bar parecía tener su mayor momento
de auge y podía escuchar claramente alguna de las alegres
conversaciones. El tráfico era intenso a pesar de todo. Era un punto
caliente de la ciudad.
—David, por favor—dijo.
—Sí, tiene razón—comentó
girándose hacia él para clavar sus ojos negros en aquellos
profundos océanos—. Me arrepentiré.
—No olvide David que somos familia—se
encogió de hombros antes de dar unos pasos hacia el vampiro, tomarlo
de los brazos y apretar sus dedos contra él—. No dude que lo somos
desde hace cientos de años.
—Ya no pertenezco a
Talamasca—respondió.
Julien hacía referencia sin duda
alguna a Petyr, el amante de Deborah Mayfair, con la cual tuvo una
hija y a su vez él tuvo una bruja con ella. Sí, era el buen Petyr.
El mismo Petyr que parecía haber cobrado vida en las manos de Rowan.
—Un Mayfair es Mayfair desde que nace
hasta que fenece, un hombre de Talamasca es un hombre de Talamasca
desde que es un novicio hasta que muere. Acepte eso David, acepte
eso—sonrió abiertamente.
Se apartó y echó a caminar con una
elegancia y sofisticada precisión. Los lustrosos mocasines sonaban
enérgicos sobre el suelo de mármol recién pulido. La espalda de
Julien se veía perfectamente lineal, sus hombros no eran demasiado
anchos y su cabello brillaba bajo las luces fluorescentes del pasillo
central. David abrió y cerró el botón central de su americana
negra, intentando calmar su nerviosismo, y le siguió pasando su mano
derecha por sus cabellos negros algo ondulados.
—¿Qué temas desea tratar?—interrogó
el patriarca de los Mayfair—. Muero por saberlo—sonrió volteando
su rostro hacia él—. Aunque espero que ésta vez no sea
literal—dijo llevando la mano diestra al pomo para hacerlo girar,
abriendo la puerta de su despacho y permitiendo que el agradable
aroma a chocolate golpeara la nariz del vampiro.
—Tantas cosas...—susurró—. Hay
miles de preguntas que no hice.
—Que modesto—dijo con sorna.
El despacho tenía cientos de armarios
de estanterías gruesas, firmes y elegantes. La madera de los muebles
era noble, estaba barnizada en color chocolate, y las cortinas
parecían ser gruesas, pero no caían rígidas. La mesa era amplia,
no había ordenador pero sí una máquina de escribir y numerosos
libros, carpetas y papeles que parecían ser informes muy antiguos.
Junto a la lamparilla, de elegante de pie dorado, había una taza
blanca con chocolate caliente y un pequeño patillo con galletas.
—Pase, pase—comentó tomando
asiento tras la mesa del despacho—. Tome asiento, por favor.
Las sillas eran muy elegantes, parecían
cómodas, y estaban forradas en cuero de buena calidad. Aquel lugar
desprendía un toque distinto. Sin duda, Julien había regresado con
su peculiar gusto. David tomó asiento, tal y como le había
indicado, admirando todo aquello.
—¿Le gusta mi despacho?—preguntó
con una enorme sonrisa—. Los hombres como nosotros amamos este tipo
de lugares, somos hombres de documentación y trabajo duro.
—Sí—respondió sacando del
bolsillo derecho de su chaqueta una grabadora—. Podemos comenzar.
—Ah, los aparatos modernos. ¡Yo me
tenía que conformar con mi victrola! Pero era hermoso, lo sigue
siendo, y me deleita. Sí, me deleita. Es un pequeño placer que aún
conservo. El poner mis viejos discos, servirme una taza de chocolate
y escribir mientras fumo en pipa—dijo clavando sus ojos en él—.
¿Y usted?—sonrió con cierta malicia, aunque parecía relajado—.
Lo lamento, estoy haciendo su trabajo.
—Así es—dijo dejando la grabadora
en funcionamiento, justo en el centro de la mesa, mientras intentaba
relajarse—. ¿Podemos empezar por sus pequeños placeres?
El brujo soltó una sonora y profunda
carcajada mientras extendía su brazo derecho hacia la taza humeante,
la cual daba cierta calidez y aroma a la sala. Con elegancia se llevó
la bebida a la boca, dio un pequeño sorbo y pasó su lengua por el
labio superior.
—¿Cuál de ellos?—preguntó.
—Todos—respondió—. Quiero saber
si después de volver sigue siendo el mismo.
—Oh, sí. Me sigue gustando el
chocolate, escuchar música y bailarla, me agrada trabajar duro hasta
altas horas de la noche y escribir. Sí, estoy escribiendo nuevamente
mis memorias. Mary Beth no podrá quemarlas ésta vez,
¿verdad?—sonrió elegantemente y miró el aparato de refilón—.
También sigo con mis trucos.
—¿Sin Lasher?—dijo sin siquiera
medir sus palabras, pues aquello le sorprendió.
—Oh, no. Lasher ha vuelto. Lasher
está conmigo, aunque no aquí. Si lo deseo puedo hacer que venga,
como hacía antes, y le sorprendería lo poco que le agrada usted y
todos los hombres de Talamasca. Sí, todos los hombres de
Talamasca—miró a David a los ojos con una calma frívola y
medida—. Como es habitual en él.
El vampiro apretó la mandíbula y se
agarró a los brazos de la silla. Sintió un pánico atroz al saber
que aquel monstruo, porque no podía ponerle otro calificativo, había
realmente regresado de entre los muertos. Por las palabras de Julien
hablaba de un fantasma. Volvía a ser el ente que dominaba con
cierta hegemonía en la familia. Aquel brujo lo dominaba, o más bien
doblegaba, con sus trucos.
—¿Le dará cuerpo?—su voz sonó
entrecortada por las diversas emociones.
—No, de momento no—contestó antes
de dar otro sorbo a su chocolate—. No me interesa.
—¿Y los rumores de los nuevos
Taltos?—quería indagar sobre ello. Se dijo a sí mismo que si
surgía el tema, aunque fuese de pasada, preguntaría sin miedo
alguno. Quería ir al fondo del asunto y sumergirse de lleno. Aaron,
su buen y noble amigo Aaron, había muerto por culpa de aquel
terrible misterio.
—Ciertos—los ojos de Julien
parecieron brillar como piedras preciosas, pero aquel brillo se
disipó rápidamente. Fue como un fogonazo. Parecía haber provocado
cierto interés en el brujo, aunque no estaba seguro.
—¿Por qué?—controlaba su ira,
pero se notó que estaba visiblemente irascible y preocupado—. ¿Por
qué de nuevo quiere tener Taltos? ¿Por qué?
—Son serviles, agradables, únicos y
me aprecian—dijo de inmediato—. La familia es lo primero y mis
negocios mejoran con ellos. Pronto volverá a la vida el rey de todos
ellos junto a su reina, lo haré posible. Sí, reproduciré sus genes
gracias a los laboratorios de nuestro Hospital Mayfair.
Nada más terminar su argumentación
tomó una de las galletas y la mordisqueó. Parecía un niño
entreteniéndose con las reacciones que provocaba en David. Una tras
otra era una muestra clara de como le dañaba todo aquello. Julien se
regodeaba.
—¿Por qué?—alzó la voz
completamente conmocionado.
—Morrigan era descendiente
mía—susurró inclinándose hacia el aparato—. Evy y yo tuvimos
una hija, esa hija tuvo dos encantadoras mujercitas y una de ellas
Alicia, una alcohólica sin remedio, dio a luz a Mona—tomó el
aparato jugueteando con él, aunque sin parar la grabación—. Y
Mona tuvo a Morrigan con uno de mis descendientes fuera de la
familia, de lo que podemos llamar el círculo oficial. Siempre pensé
que haber tenido relaciones íntimas con esa monja era sin duda
alguna, pero sin duda alguna, algo que me recompensaría. Aunque no
fui yo, fue Lasher—dejó nuevamente la grabadora en su lugar, se
acomodó en el siento y clavó sus codos sobre la mesa mirándole
distraidamente sus facciones anglohindues—. Era la hija de mi
bisnieta.
—Dudo que lo haga por eso—reprochó.
—No, también lo hago por el bien
familiar—indicó meciéndose suavemente en el asiento.
—Es una locura—balbuceó.
—Por favor, no se detenga. ¿Qué más
me quiere preguntar?—una afilada sonrisa se dibujó en su boca,
dándole un aspecto algo malicioso, mientras su flequillo rozaba su
frente y su cuerpo parecía relajarse aún más.
—¿Por qué persigue a
Lestat?—preguntó deseando una respuesta sincera.
—Mona debió morir—sentenció—.
Ella debía estar con los suyos, cumplir como todos hemos cumplido.
—Eso es egoísta—le dijo
incorporándose del asiento. Era incapaz de estar allí, sin moverse
por la habitación igual que un animal enjaulado. Julien le sacaba de
sus casillas. Sin embargo, no podía perder los papales. No podía
echar todo a perder. Debía hacerlo por Aaron, por Lestat y por él
mismo.
—Sus actos y los tuyos también lo
son—respondió alzando sus finas cejas blanquecinas.
—Ellas querían vivir—respondió.
—Sí, ¿pero sabían que es vivir
para siempre?—sin duda lo desarmó y él lo sabía.
Aquella pregunta le dejó sin aliento
por unos segundos. Julien había hecho la pregunta idónea. ¿Sabía
Mona qué era vivir para siempre? ¿Lo sabía él? ¿Sabía alguno de
los inmortales qué era vivir para siempre? Ni siquiera estaba seguro
que Maharet, en toda su sabiduría, pudiese calcular cómo era vivir
por siempre. Pues, habían vivido décadas, cientos de años e
incluso milenios... pero ¿vivir por siempre?
—Usted ha regresado—dijo como única
escapatoria.
—Cierto, cierto. Pero no estoy
hablando de mí, sino de ellas—el tono de voz de Julien era
sosegado y el de David ya se había desquebrajado.
Aquel hombre, elegante y distinguido,
no sólo era un gran negociador, una mente brillante, sino una de las
criaturas que más le había torturado en sus entrevistas. David tomó
la grabadora, paró la cinta y echó a correr por el pasillo hasta la
puerta. Al llegar a la limusina tomó aire, miró hacia el edificio y
pidió al chófer que lo llevara lo más lejos posible de aquel
lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario